El anuncio del jeque. Sharon Kendrick
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Él se encogió de hombros y ella se fijó en como la musculatura de su pecho se notaba bajo su chaqueta, y dejó de importarle si él era un ornitólogo experto o no.
–Sé mucho acerca de halcones, ya que tenemos muchos en mi país. Todas las aves de presa tienen comportamientos parecidos.
–Y ¿qué país es ese?
–Xulhabi –contestó arqueando las cejas.
–No he oído hablar de él.
Él sonrió.
–Poca gente ha oído hablar de ese lugar.
No había sido un comienzo convencional, sin embargo, había mucha tensión en el ambiente. Caitlin deseaba que él la tocara. Que le acariciara el cabello y la besara en los labios. Aunque trató de convencerse de que no estaba bien sentirse de esa manera hacia un extraño, no fue capaz de apartarse de su lado. Ni siquiera recordaba de qué habían hablado, solo que le había parecido la mejor conversación de su vida. Finalmente, Caitlin miró el reloj y dijo que tenía que ponerse en marcha ya que tenía que ir hasta Edimburgo en coche. Él le ofreció quedar a cenar a mitad de camino. Conocía un sitio…
Caitlin también lo conocía. Era un lugar famoso por su comida y sus maravillosas vistas. Ella recordaba que había comentado que era imposible conseguir una mesa con tan poca antelación, pero, por supuesto, él la consiguió. Era un jeque, ¿no? Un hecho que él no le contó durante la cena, ni durante la excitante noche que habían compartido. Ella sí recordaba que cuando llegaron a la habitación le pareció que él se arrepintió por un instante. Su manera de dar un paso atrás y la forma de mirarla debían de haberle servido de advertencia.
–He de irme –le dijo él.
Caitlin debería haberlo escuchado y dejarlo marchar, pero el deseo la había convertido en una criatura que ni ella misma reconocía. Una criatura ansiosa por tener su primera experiencia sexual. Y que quería complacerlo. Que deseaba retirar la mirada tortuosa de su rostro y sustituírsela de nuevo por una sonrisa.
–Por favor. Quédate –le susurró ella.
Él la besó y demostró que sus dudas se habían disipado. Ella recordaba muy bien cómo la había desvestido para explorar su cuerpo despacio y cómo la había trasladado a otra dimensión. Todo había sido tan relajado que él ni siquiera se había dado cuenta de que ella era virgen.
–¡Caitlin! ¡Ya estás aquí!
Caitlin se sobresaltó al oír la voz de Morag. De pronto, se dio cuenta de que el niño no estaba con ella
–¿Dónde está Cameron? –preguntó con preocupación.
–Se ha ido a jugar con Rory MacIntosh, ¿no te acuerdas?
–Ah, sí. Por supuesto. Qué tontería. No sé en qué estaba pensando –Caitlin suspiró aliviada, pero Morag continuó con cara de preocupación.
Caitlin miró a la mujer que conocía de toda la vida y se preguntó cómo iba a explicarle todo, consciente de que debía de contarle toda la verdad. Necesitaba contárselo a alguien.
–¿Tienes tiempo de tomarte un té antes de irte?
Morag la miró con los ojos entornados antes de sonreír.
–¿Un té? ¡Pensaba que no me lo ibas a preguntar nunca!
–¿Me acompaña, señorita Fraser?
Caitlin asintió y siguió al asistente del jeque mientras atravesaban la casa, con Cameron fuertemente agarrado a su mano. Ella tenía el corazón acelerado, pero su hijo parecía más emocionado que nervioso. Quizá no fuera tan sorprendente. Que un niño de cuatro años volara en jet privado no era habitual. Ni tampoco que se trasladara en una limusina como la que los había esperado al aterrizar en Londres. Caitlin pensaba que su hijo se abrumaría con tantas experiencias nuevas y de lujo, pero el pequeño se lo había tomado con calma.
–¿Dónde vamos, mamá? –le había preguntado en un momento dado, y Caitlin supo que era el momento de decirle la verdad.
Lo miró directamente a los ojos y tragó saliva.
–Vamos a conocer a tu papá, Cameron. ¿Recuerdas que anoche te hablé de él? Ha venido a Inglaterra desde muy lejos para conocerte.
Cameron se encogió de hombros y no dijo nada. Caitlin lo miró y el temor se apoderó de ella. ¿Y si el pequeño se quedaba deslumbrado por su padre igual que ella se había quedado en su momento? ¿Y si de pronto encontraba que ella era pobre y aburrida en comparación con su padre?
Y de pronto estaban en la casa de Kadir, o tal y como había dicho Makim, su asistente, en una de sus múltiples propiedades. A Caitlin no le había gustado la noticia. Había esperado que la reunión tuviera lugar en territorio neutral, donde ella pudiera marcharse con su hijo en cualquier momento y nadie pudiera detenerla. No obstante, el coche los había llevado a la casa más bonita que había visto nunca, situada junto a London’s Regent’s Park.
En los extensos jardines había varios guardas con walkie-talkies y bultos sospechosos bajo las chaquetas. Un par de perros guardianes merodeaban por el perímetro del terreno y Caitlin tuvo que convencer a Cameron de que no podía acercarse a acariciarlos. No era el tipo de sitio del que uno pudiera salir cuando quisiera.
Caitlin deseaba que Morag estuviera con ella para darle un poco de apoyo moral, pero una sirvienta se la había llevado a la cocina para ofrecerle un té de menta.
–¡Mamá! ¡Mamá, mira! –exclamó Cameron, soltándose de su mano para señalar un par de guepardos de piedra que estaban situados a cada lado de la gran puerta, como si estuvieran protegiéndola. Las dos estatuas estaban bañadas en oro y sus ojos verdes brillaban como si fueran esmeraldas de verdad.
«Quizá lo sean», pensó Caitlin, mientras Makim llamaba a la puerta.
Un sirviente vestido con túnica les abrió. No obstante, ella apenas se fijó en el sirviente. Estaba deslumbrada por el hombre que se acercaba a ellos y que miraba fijamente a Cameron, aunque el niño no hacía más que fijarse en las lámparas de araña con joyas incrustadas y en los cuadros de hombres a caballo. No obstante, el pequeño percibió que había alguien más en la habitación y Caitlin presenció el momento exacto en el que sucedió el principio de una historia de amor entre su hijo y el padre que nunca había conocido. Y experimentó como una puñalada en el corazón.
Se fijó en que Cameron miraba a Kadir con los ojos bien abiertos y como el jeque se acuclillaba para ponerse a la altura del pequeño. Cameron lo miró con curiosidad y no se mostró cohibido por aquel desconocido que vestía de forma exótica.
–Hola, Cameron –dijo Kadir.
–Hola.
–¿Sabes quién soy?
–Creo que sí –hizo una pausa–. ¿Mi papá?
Kadir asintió.
–Sin duda, lo soy. Y me alegro de conocerte al fin.
Kadir levantó la vista y miró a Caitlin un instante. Ella percibió rabia en