Una noche en Montecarlo. Heidi Rice
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28001 Madrid
© 2020 Heidi Rice
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Un noche en Montecarlo, n.º 2831 - enero 2021
Título original: My Shocking Monte Carlo Confession
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1375-207-5
Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Prólogo
Belle
El sol de la Riviera caía a plomo mientras contemplaba la tumba de mi gran amigo Remy Galanti, pero su calor no podía aplacar el frío que se había apoderado de mis huesos hacía ya más de una semana, desde el momento mismo en que el coche de Remy atravesó la defensa de la pista de pruebas de Galanti en Niza y ardió en llamas. El horror de aquel momento se repetía una y otra vez en mi cabeza, a cámara lenta, agónico, pero las lágrimas que se agolpaban en mi garganta se negaban a salir.
No había llorado por Remy, ni por mí, ni por su hermano mayor Alexi porque no podía. Mi cuerpo, al igual que mi pensamiento, estaba adormecido.
La voz del sacerdote dirigiendo la plegaria en francés era como un murmullo de fondo cuando miré a Alexi, de pie, al otro lado de la tumba.
Llevaba un traje de lino oscuro y estaba rodeado por dignatarios locales, celebridades, VIPs que habían acudido a presentar sus respetos a la familia más prominente de Mónaco y del automovilismo pero, como siempre, parecía estar completamente solo, la cabeza baja, la pose rígida, el pelo alborotado como si se hubiera pasado las manos por él mil veces desde que los dos vieron morir a Remy.
Pero sus ojos, como los míos, estaban secos.
¿Se sentiría abotargado como yo, destrozado por la pérdida de una persona que significaba tanto para los dos? Remy había sido mi mejor amigo desde que llegué a la mansión Galanti en la Costa Azul con diez años, cuando mi madre aceptó el trabajo de ama de llaves después de que la madre de Remy y Alexi se largara con uno de sus amantes.
Y fue al verlo mirar al sacerdote con sus hermosos ojos azules cuando me di cuenta de que no parecía acorchado como