Bajo sospecha. Сара Крейвен

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Bajo sospecha - Сара Крейвен Bianca

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si le había dejado una nota. Nada. Su escritorio estaba limpio.

      «Claro», pensó. «No me esperaba hasta el día siguiente».

      Se sintió absurdamente desinflada. Había vuelto a toda velocidad para estar a su lado, y él se hallaba en otra parte. No había mesa reservada en Chez Berthe, ni en ninguna otra parte.

      Suspiró. Tendría que preparar algo de pasta, con atún y anchoas, y había algo de pan de ajo en el congelador. Sería mejor que empezara, pues Ryan no tardaría mucho… no si no se había llevado el Mercedes.

      Por otro lado, comprendió al mirar inquieta a su alrededor, el piso se encontraba extrañamente ordenado… como si nadie hubiera estado allí en todo el día.

      «Oh, para» se amonestó. «Sólo estoy decepcionada. No es para ponerme paranoica».

      Entró en la cocina y llenó la cafetera. Se prepararía un café y luego se pondría a hacer la cena. Le daría una sorpresa cuando llegara. Al abrir el grifo vio dos copas de cristal en la pila. Enarcó las cejas. «¿Champán?», pensó. «Ryan casi nunca bebe champán. Prefiere el clarete».

      Puso el agua a hervir y luego, siguiendo un impulso que no quiso analizar, abrió el cubo de la basura. Había una botella vacía de Krug, evidencia muda de que Ryan había estado bebiendo champán, y no solo.

      Durante un momento se quedó mirando fijamente la botella; luego soltó la tapa y dio la vuelta.

      «¿Y qué?», reflexionó, con un encogimiento de hombros mental. Estaba claro que había celebrado algo. Quizá Quentin, su agente, lo había llamado para darle buenas noticias sobre la opción cinematográfica del último libro.

      Aún no podía creerse lo espectacular que había demostrado ser la nueva carrera de Ryan. Creía que estaba firmemente establecido en la Bolsa, y se quedó espantada cuando le anunció su decisión de dejar el mercado de valores para escribir su primera novela. Kate, cuya sociedad con Louie se hallaba en sus primeras fases tentativas, había intentado razonar con él, señalándole los riesgos que corría, pero él se mostró inamovible.

      –No me gusta mi vida –le había dicho–. Miro a las personas que me rodean y veo que me estoy volviendo como ellas. No quiero eso. Esta es mi oportunidad de liberarme, y la aprovecharé. No tienes de qué preocuparte, Kate –había añadido con más gentileza–. Tengo dinero ahorrado para protegernos al principio. No dejaré que te mueras de hambre.

      –No pensaba en mí –protestó ella–. Si dejas el trabajo no habrá modo de volver atrás. Y convertirte en escritor es un… salto tan grande al vacío. ¿Cómo sabes que podrás hacerlo?

      –Jamás lo sabré hasta que lo intente.

      –Supongo que no –había suspirado Kate –. Bueno, hazlo, si es lo que quieres. Después de todo, siempre tendremos Ocasiones Especiales para respaldarnos.

      –Así es –había reinado un silencio, que él quebró en voz baja–. Casi lo olvidaba.

      Pero al final demostró no ser necesario; el manuscrito de Ryan lo había leído Quentin Roscoe, que lo vendió por una suma de dinero que había hecho parpadear a Kate.

      –Eres un genio –le había rodeado el cuello con los brazos, besándolo extasiada–. Ya nada puede pararnos.

      «Aunque no todo había sido fácil», reconoció. Aún recordaba el día en que Ryan le anunció que tendría que realizar una gira por los Estados Unidos para promocionar Riesgo Justificado.

      –Iré a todas las ciudades importantes –le había dicho entusiasmado–. Firmaré libros, concederé entrevistas a la radio y la televisión. Y, mientras trabajo, tú podrás salir de compras y disfrutar de las vistas.

      –¿Yo? –la sonrisa de Kate se desvaneció. Se mordió el labio–. Cariño, no puedo acompañarte.

      –¿De qué hablas? Claro que vas a venir. Está todo arreglado.

      –Entonces tendré que desarreglarlo –repuso ella con sequedad–. Después de todo, ni siquiera fui consultada.

      –A mí tampoco me consultaron –indicó Ryan con tono lóbrego–. Esto es lo que se supone que debo hacer, y he de agradecerlo. Es el tipo de oportunidad que no rechazas.

      –Por supuesto que no, y no me cabe duda de que será maravilloso –a sus oídos la voz le pareció quebradiza–. Pero yo estoy demasiado ocupada con mi trabajo como para tomarme tanto tiempo libre.

      –Louie lo entenderá… si se lo explicas.

      –No hay nada que explicar –alzó la barbilla–. Igual que tú, tengo una carrera, Ryan… y una vida. No soy un… apéndice que se puede arrastrar siguiendo tu estela.

      –En absoluto –coincidió él con demasiada cortesía–. Eres mi esposa, y busco un poco de apoyo.

      –¿Y qué debo hacer, dejarlo todo y correr detrás de ti? –Kate sacudió la cabeza–. Lo siento, Ryan, pero no funciona así –titubeó–. Quizá si me hubieras dado más tiempo…

      –Yo mismo acabo de enterarme –calló unos momentos–. Kate, te necesito a mi lado… por favor.

      –Es imposible –insistió con obstinación. Vio la expresión abatida de él al darse la vuelta y se apresuró a añadir–: Quizá la próxima vez…

      –Claro –dijo él con voz inexpresiva–. Siempre hay una próxima vez.

      Pero no la había habido. Desde entonces Ryan había realizado varias giras de promoción, pero a ella no la había incluido en ninguna, aunque podría haberlo acompañado con el consentimiento de Louie.

      –Eres una tonta –le había comentado su socia después de que Kate le contara lo sucedido–. Si Ryan fuera mío, no lo dejaría irse solo.

      –No está solo –había protestado Kate–. Lo acompañan más personas… incluido un publicista.

      –¿Hombre o mujer? –Louie la había mirado fijamente.

      –No lo sé.

      –Entonces averigualo. Yo soy una mujer soltera, pero me da la impresión de que es un tipo de información que una esposa amante debe conocer.

      –Oh, no seas ridícula –había protestado Kate con impaciencia–. Confío en Ryan –no obstante, cuando Ryan llegó a casa se oyó preguntarle–: ¿Qué tal te ha ido con el publicista?

      –¿Grant? –Ryan había meneado la cabeza–. Un buen tipo, pero creo que yo soy su primer autor. Nos ayudamos mutuamente.

      –Oh –Kate se había despreciado por sentirse aliviada.

      La cafetera silbó y, con un sobresalto, la llevó de vuelta al presente.

      «No es el tipo de viaje que quería hacer por la Avenida de los Recuerdos», reflexionó mientras se preparaba el café.

      Debió provocarlo el encuentro con Peter Henderson. Sus preguntas habían reabierto varias heridas que había pensado que estaban cicatrizadas para siempre, y eso resultaba vagamente perturbador.

      De

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