El choque. Linwood Barclay

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El choque - Linwood  Barclay

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lo sé. Algo sobre que se verían el miércoles que viene.

      —¿Como si estuvieran quedando? ¿Como si alguien tuviera las muñecas enyesadas y le fueran a quitar el yeso la semana que viene?

      Mi hija asintió con la cabeza.

      —Eso creo, pero entonces ha sido cuando le ha entrado la otra llamada. Yo creo que a lo mejor era una de esas llamadas que a ti te dan tanta rabia.

      —¿A qué te refieres?

      —Como cuando te llaman a la hora de la cena y te piden que les des dinero o que compres un periódico.

      —¿Una llamada de telemarketing?

      —Eso.

      —¿Por qué crees que era telemarketing?

      —Pues porque lo primero que ha dicho la señora Slocum ha sido: «¿Para qué llamas?». Y no sé qué más sobre que tenía el móvil apagado.

      Aquello no tenía ningún sentido. ¿Por qué le iba importar a Ann Slocum que Kelly la hubiera oído contestar una llamada de telemarketing?

      —¿Qué más ha dicho?

      —Ha dicho algo de pagar por no sé qué, o recuperar algo, o algo así. Estaba intentando conseguir un buen trato.

      —No me estoy enterando de nada —dije—. ¿Intentaba llegar a un acuerdo con un comercial telefónico?

      —Y luego ha dicho que no fuera estúpido porque podría acabar con varias balas en el cerebro.

      Me di un masaje en la frente, perplejo, aunque era muy capaz de imaginarme a mí mismo diciéndole a un comercial telefónico que me gustaría pegarle un tiro en la cabeza.

      —¿Ha dicho algo acerca del señor Slocum? —pregunté. Al fin y al cabo, Ann le había hecho prometer a Kelly que no le diría nada de la llamada a su marido. A lo mejor eso era significativo. Aunque nada de aquello parecía tener mucho sentido.

      Kelly movió la cabeza diciendo que no.

      —¿Algo más?

      —No, de verdad. ¿Me he metido en un lío?

      Me incliné y le di un beso.

      —No. De ninguna manera.

      —La señora Slocum no va a venir aquí para gritarme otra vez, ¿verdad?

      —Ni hablar. Te dejo la puerta abierta, así que si tienes una pesadilla o algo te oiré, o puedes bajar a buscarme. Pero ahora me voy abajo, ¿vale?

      Kelly dijo que vale, metió a Hoppy consigo bajo las sábanas y apagó la luz.

      Agotado y derrengado ante mi escritorio, intentaba encontrar un sentido a todo aquello.

      La primera parte de la conversación, que sonaba como si Ann estuviera interesándose por alguien enfermo, parecía bastante inofensiva; pero la segunda llamada resultaba más desconcertante. Si no era más que una llamada molesta, a lo mejor a Ann le fastidiaba haber tenido que interrumpir la primera conversación para contestarla. Eso podía comprenderlo. A lo mejor por eso le había soltado al que llamaba esa especie de amenaza sobre pegarle un tiro.

      La gente amenazaba muchas veces con cosas que, en realidad, no tenía intención de cumplir. ¿Cuántas veces no lo había hecho yo mismo? Cuando se trabaja en mi ramo, sucede prácticamente a diario. Yo siempre quería asesinar a los proveedores que no nos hacían las entregas a tiempo. Quería matar a los tipos de la carpintería que nos enviaban tablones combados. El otro día le había dicho a Ken Wang que era hombre muerto después de que atravesara con un clavo una tubería de agua que pasaba justo por detrás de un tabique de pladur.

      El hecho de que Ann Slocum le hubiera dicho a alguien que quería meterle una bala en el cerebro no significaba que tuviera intención de hacerlo. Sin embargo, puede que no le hubiera gustado descubrir que una niña pequeña la había oído perder los nervios y decir semejantes cosas. Tampoco querría que su hija supiera que le había hablado así por teléfono a nadie.

      Pero ¿de verdad había dicho algo que pudiera importarle que su marido descubriera?

      Al margen de todo eso, evidentemente, mi única preocupación era Kelly. Mi hija no merecía que nadie la asustara de esa manera. Podía aceptar que Ann se hubiese molestado al encontrarla escondida en su armario, pero enfadarse tantísimo con ella, amenazarla con prohibirle la amistad de Emily y luego obligarla a quedarse en esa habitación y llevarse el inalámbrico con ella para que Kelly no pudiera llamar a nadie..., ¿a qué coño había venido eso?

      Volví a coger el teléfono y empecé a marcar.

      Colgué otra vez.

      Además, ¿a santo de qué me había organizado todo ese teatro en la puerta, cuando había ido a buscar a Kelly? Estaba claro que Ann no sabía que mi hija tenía un móvil. ¿Y si Kelly no me hubiera llamado para que fuera a buscarla? ¿Exactamente qué es lo que habría hecho Ann después?

      Pensé en lo que iba a decirle a esa mujer cuando la tuviera al teléfono.

      «Ni se te ocurra volver a hacerle pasar ese mal rato a mi hija otra vez.»

      Algo así.

      Si es que llamaba.

      Aunque mi opinión sobre el buen juicio de Sheila había caído en picado durante las últimas semanas, no podía evitar preguntarme cómo habría llevado ella la situación. Al fin y al cabo, Ann era amiga suya. Sheila siempre parecía saber, mucho mejor que yo, cómo manejar una situación peliaguda, cómo desactivar una bomba de relojería social. Y conmigo aún se le daba mejor. Una vez, después de que un tipo con un Escalade todoterreno me cortara el paso en Merritt Parkway, yo había acelerado tras él con la esperanza de alcanzarlo y hacerlo parar para echarle una buena bronca.

      —Mira por el retrovisor —me dijo Sheila en voz baja mientras yo pisaba el acelerador hasta el fondo.

      —¡Lo tengo delante, no detrás! —exclamé.

      —Que mires por el retrovisor —repitió.

      Mierda, me sigue la poli, pensé, pero cuando miré por el retrovisor, lo que vi fue a Kelly en su asiento infantil.

      —Si hacerle un corte de mangas a ese tío pasa por encima de la seguridad de tu hija, entonces adelante —dijo Sheila.

      Mi pie se levantó del pedal.

      Toda una lección de sensatez, viniendo de una mujer que se había metido en dirección contraria por la salida de una autopista y había matado a dos personas, además de dejarse la vida en el accidente. Los recuerdos de esa noche no cuadraban con los que yo tenía de Sheila como una persona calmada y responsable. Pensé que sabía muy bien cuál sería su convincente opinión sobre el apuro en el que me encontraba en esos momentos.

      Supongamos que sí llamaba a Ann Slocum y le decía cuatro palabras bien dichas sobre lo que pensaba de ella. Puede que eso me produjera cierta satisfacción, pero ¿cuáles serían las repercusiones para Kelly? ¿Pondría la madre de Emily a su hija en contra de la mía? ¿Enviaría eso a Emily

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