Las fotografías y sus relatos. Aurora María Pachano Álvarez

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Las fotografías y sus relatos - Aurora María Pachano Álvarez Ciencias Humanas

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experiencias y sus interpretaciones.

      Por eso, trabajar con fotografías es asumir el riesgo del anacronismo, en especial cuando se vuelve sobre historias lejanas en el tiempo, además, ellas están sujetas a la fragilidad de la memoria o a la subjetividad de las emociones. Esto constituye una importante limitación metodológica, pues al trabajar con la memoria y las historias de vida, se corre el riesgo de la ilusión biográfica (Bourdieu, 1989): una mirada retrospectiva que procura darles sentido a los hechos del pasado y analizarlos con elementos del presente; pero, al aplicarlos a ese pasado específico, pueden resultar anacrónicos. En ese proceso, quien relata su vida escoge hechos significativos, que va hilando entre sí con el propósito de dar coherencia y sentido a la propia vida. Necesariamente, en los relatos hay idas y vueltas entre el presente y el pasado: es, por ejemplo, el adulto que habla de sí mismo cuando era niño, luego de años de reflexión sobre su vida y no el niño que explica su vivencia con su visión de niño.

      Sin embargo, que no se pueda evitar del todo el riesgo del anacronismo y de la ilusión retrospectiva (inherente, en realidad, a todo trabajo histórico) no implica un trabajo menos interesante; al contrario, este reto se convierte en un motor de problematización, reflexión permanente y prudencia interpretativa. Para aprovechar estos sesgos y transformarlos en herramientas para la construcción de conocimientos, he concentrado la redacción de los relatos en las prácticas, pues tienen menos riesgo de etnocentrismo y anacronismo que los relatos sobre interpretaciones. No, por eso, he dejado de lado los relatos de interpretaciones, sino que he procurado contar que se trata de juicios de los entrevistados, especificando el momento en que los hicieron: cuando sucedieron o posteriormente.

      Otro reto importante es la dimensión “interaccionista” de las fotografías. Al ver las imágenes, apreciamos unas interacciones “visibles”, pero detrás de estas hay otras que no están a nuestro alcance, que corresponden al contexto en el que fue tomada la fotografía. Como consecuencia lógica, no es posible comprender las interacciones visibles y su contexto sin contar con un relato que lo explique. Además, durante ese ejercicio de apreciación, surgen interacciones entre quienes ven y las imágenes o entre las distintas personas que las observan. Cada observador, como resultado de esa interacción y según su cercanía con el contenido de la imagen, puede hacer sus interpretaciones o construir sus propias historias. De ahí la ilusión de que la fotografía habla por sí sola, o como versa aquella frase tan utilizada en el campo de la comunicación: “una imagen vale más que mil palabras”. Es cierto que las imágenes comunican con mucha fuerza, pero siempre necesitan ir acompañadas de una explicación que dé cuenta de sus contextos de producción. La fotografía inmortaliza un momento específico (las interacciones visibles), como la celebración de cumpleaños de un niño, lo cual hace pensar en un momento de alegría para la familia. Sin embargo, remite también a una variedad de contextos que le dan sentido (interacciones no visibles en la fotografía), por ejemplo, comprender que en el momento en el que fue tomada la fotografía los padres estaban pasando por una crisis de pareja o por dificultades económicas. Las fotografías, a pesar de tener una dimensión “interaccionista”, a través de los relatos permiten abrir reflexiones sobre los múltiples contextos en los cuales se insertan.

      Por esto, decidí enfocarme en estudiar cómo las experiencias singulares son a la vez experiencias socialmente moldeadas, cómo las vivencias más íntimas no son ajenas al funcionamiento de las estructuras sociales o colectivas o cómo el sufrimiento personal es también un sufrimiento socialmente producido. Uno de los principales retos de esta investigación, en este sentido, es buscar las huellas que han dejado los procesos sociales de moldeamientos sobre estas existencias singulares y pequeñas. Para esto, me detuve en analizar cómo han sido vividas esas vidas, cómo las narran hoy sus protagonistas y cómo, a pesar de todas las dificultades, logran reconstruir historias de sí mismos. Es, en definitiva, un análisis hecho a través de una narración de narraciones.

      Para destacar estas experiencias singulares como experiencias sociales de producción de personas, fui analizando y preguntándome durante el trabajo cómo se ven afectadas por la pertenencia a tres tipos de colectivos: el género, la clase social y la generación. Además, para una mejor comprensión de estas experiencias singulares, las indagué en la vida de los entrevistados desde cuatro dimensiones que presento a continuación:

Dimensiones de la experiencia
ActivasPasivas
PrácticasLo que hacenLo que les pasa
InterpretativasLo que piensanLo que sienten

      1. Lo que hacen las personas (sus acciones y prácticas).

      2. Lo que les sucede (lo que los afecta y que no pueden controlar).

      3. Lo que piensan (sus interpretaciones y pensamientos).

      4. Lo que sienten (sus sentimientos corporales o sus sentimientos como reflejos de éticas y estéticas de clase).

      Función política del sufrimiento

      Aunque llevé a cabo el trabajo de campo con cuatro familias, decidí, en el momento de la narración, concentrarme en una sola, la cual representa un caso especialmente denso, con tanto por contar que me permitió seguir adelante con mis objetivos. A pesar de que el esfuerzo de redacción se concentró en un solo caso, los otros están presentes, de manera implícita. Porque el trabajo con las otras familias me aportó experiencias y conocimientos que han marcado indudablemente mi manera de entender sus realidades y me han dado una visión más amplia para analizar el sufrimiento y la violencia.

      Al escoger esta familia de las clases populares con mujeres cabeza de familia para desarrollar el análisis del trabajo, también asumí el riesgo de que se juzgue mi trabajo como voyerista por hacer hincapié en los sufrimientos y en las dificultades de mujeres que conviven con una doble dominación: de clase y de género. Como explica Bourgois (2010), trabajar sobre marginación social encara al investigador con el dilema de las políticas de la representación, pues la investigación etnográfica permite conocer detalles de los casos particulares que, si no son analizados en relación con su contexto de producción y no se da cuenta de esos contextos, se corre el riesgo de transmitir una imagen sesgada o demasiado desfavorable de las personas estudiadas, como que su marginación es consecuencia de su responsabilidad personal, y dejar de lado las condiciones estructurales que la producen. No obstante, al igual que el antropólogo citado, no busco exhibir el sufrimiento de estas mujeres, pues no considero “normal” que la condición social, tampoco la de género o de edad, que puede exponer a una mayor vulnerabilidad, justifique las desigualdades sociales. Al contrario, considero que cualquier persona es susceptible de sufrir, por ejemplo, como consecuencia de la pérdida de empleo, la delincuencia común, la enfermedad o por muchas otras razones. Porque, precisamente, la experiencia del sufrimiento está estrechamente relacionada con las condiciones sociales y culturales (Le Breton, 1999), de manera que puede ser vivida con más intensidad por aquellos más vulnerables (como consecuencia de su pertenencia a colectivos sociales, como la clase o el género). Silenciar la violencia y el sufrimiento es una manera de complicidad; visibilizarlo es una forma de denuncia.1 Para las personas del caso que presento, mostrar su sufrimiento es una forma de valorizar sus luchas y, a su vez, de repararlo, en el sentido de darles la oportunidad de hablar de él, de ser escuchadas, de contar que sus esfuerzos tienen sentido y darle una expresión pública para evitar que se repitan situaciones similares.2 El silencio ante el sufrimiento es una manera de “normalizarlo” o de “invisibilizarlo”, pero hablar de él no siempre quiere decir “espectacularizarlo”, sino convertirlo en vocero de situaciones reales injustas para permitir que ejerza su función política (Renault, 2010).

      El hecho de que estas violencias hayan sido ejercidas contra mujeres de las clases populares constituye una razón más para visibilizarlas. Porque “desafiar los mandatos implícitos o explícitos de la no-visibilidad es constituirse en agente de cambio” (Femenías, 2007, p. 21), es hacer del sufrimiento materia de crítica social (Renault, 2010) y es llamar la atención sobre injusticias sociales,

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