El Tiempo de la revuelta. Donatella Di Cesare

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El Tiempo de la revuelta - Donatella Di Cesare Filosofía y Pensamiento

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hasta personas que defienden a los migrantes, desde pacifistas hasta antirracistas. Sin embargo, esa convergencia es a menudo una unión temporal en la que son incapaces de unirse las luchas individuales.

      Desde que las consignas de los partidos ya no consiguen atraer a las masas, la plaza se ha convertido en escenario de la creatividad (de ahí la presencia en ocasiones de actores y comediantes), donde se idean nuevos gestos, se experimentan acciones nuevas y espectaculares, se lanzan lemas creativos, se hace gala de chistes irreverentes. Sin embargo, cuando se apagan las últimas notas de ese canto de resistencia entonado entre todos, juntos, en todas las plazas parece que lo único que resuena es el claro «no» de un rechazo global al mundo global.

      Afirmación de la democracia, prueba de solidaridad, el movimiento de las plazas corre el riesgo de disiparse en una miríada de luchas particulares o incluso de acabar reabsorbido en los intereses de la política oficial. No influye en la duración, no va más allá del disenso, no parece dejar huella en esa partición de la ciudad que, ya desde el examen platónico, se revela la justicia misma. Así como la huelga obrera no era solo ocupación de fábricas, sino también subversión y redistribución de espacios, el movimiento de las plazas, aunque intenta reaccionar a la dispersión capitalista, no logra reconfigurar el espacio público.

      [1] Piazza (plural, piazze) significa literalmente «plaza», pero la expresión italiana scendere in piazza se traduce con sentido político y social como «salir a la calle», «tomar la calle». La traducción se complica por el hecho de que las plazas mismas, más que las calles, se han convertido en escenarios de revuelta, de encuentro y debate públicos. Por ello se ha ido ajustando la traducción al contexto de cada una de las apariciones de la palabra piazza, bien como «plaza», bien como «calle» [N. del T.].

      V. BELLA CIAO. NOTAS DE RESISTENCIA

      Resuena en las calles de Beirut, es pronunciada con un ritmo decidido por los combatientes kurdos de Rojava, sigue el viento impetuoso de la revuelta en las ciudades chilenas, resuena en el aeropuerto de Barcelona ocupado por los independentistas, acompaña la protesta de los Fridays for Future, vuelve a las calles y plazas italianas –donde nunca había sido olvidada– para rechazar la ola oscura de la soberanía racista. Pero la historia de su pasado más reciente también es muy condensada. ¿Cómo olvidar el coro unitario que se levantó en Gezi Park? ¿Y la actuación que ofreció la orquesta Nuit debout en la Place de la République como homenaje a los manifestantes que luchaban contra la reforma del mercado laboral?

      No se trata de obedecer a una obligación externa, sino de satisfacer una necesidad vital. Quien resiste no se rinde, no se entrega. Al contrario, responde, se defiende. Por esta razón la resistencia es sucesiva, posterior, pero no por ello subordinada. Las relaciones de poder son asimétricas, las condiciones desfavorables. Los adversarios son irresistiblemente más fuertes; la Historia parece estar de su lado. A la resistencia están llamados quienes, estando a punto de sucumbir, no permiten que la debilidad acabe reducida a impotencia, que la derrota temporal se traduzca en rendición, que el destino temporal se lea como profecía de un destino.

      Se baja la mirada, pero la nuca no se hunde. De hecho, el resistente se vuelve más alerta, casi sospechoso. No desiste, no se resigna. Dice: «¡Ya basta!». No lo proclama triunfalmente, sino en voz baja. Sin embargo, esa llamada es clara. La resistencia es un punto de partida inamovible.

      Sin embargo, a partir de ese momento la línea que se sigue no es una línea recta, igual que el choque nunca es frontal –a no ser por necesidad–. Los caminos son sinuosos, curvos, transversales, no por vacilación o demora, sino para sortear obstáculos, evitar trampas y emboscadas. La resistencia es un movimiento que no tiene la verticalidad del levantamiento, ni el semblante abierto de la rebelión, sino la latencia generalizada y anónima de la clandestinidad. El resistente busca refugios, cava túneles, se aventura por criptas y catacumbas. Es un prófugo que habita en el subsuelo, donde se socava el edificio dominante, donde se prepara toda subversión. Se sustenta en la paciencia tenaz, la energía subterránea, la tenaz vigilia de una esperanza que no se rinde.

      La resistencia es una táctica oblicua, transversal; avanza por los laterales, trabaja en los flancos. El resistente no se enfrenta al enemigo para infligirle una derrota; más bien se defiende del oponente para empujarle a acabar soltando la presa. Le desarma con sus propias armas, trastoca sus reglas, le desplaza, le deso­rien­ta. Intenta así, una y otra vez, recuperar espacio y tiempo para reorganizarse. No quiere la victoria más que como liberación.

      Puntual e instantánea, la resistencia juega en el largo plazo. Reactiva, sin embargo no está subordinada a la fuerza a la que resiste. No propone alternativas, pero sí abre posibilidades cuyos contornos ignora. El punto fijo es el de un límite inicial que remite a un más allá, que revela un afuera, un exterior. Los puntos de resistencia son, de hecho, múltiples; sin embargo, corren el riesgo de ser tan pequeños que desaparezcan sin dejar rastro. No es casualidad que a menudo los protagonistas sean anónimos y sus acciones desconocidas. No obstante, precisamente en ese trabajo de filigrana de la resistencia, queda claro que es posible otro mundo. En este sentido la resistencia trasciende ya la mera indignación, el simple rechazo; tiene un corazón desobediente, preludio de la revuelta.

      El partisano sigue siendo un símbolo de una irregularidad que reivindica ser legitimada en ese ámbito político limitado a las fronteras estatales. Esto muestra por qué la resistencia, con sus respuestas, es un recurso creativo para la política.

      En el mundo contemporáneo, a partir de las democracias liberales, la política ha perdido valor hasta el punto de dejar de ser percibida como parte constitutiva de la existencia humana. El desinterés por la actualidad, la desafección, el abstencionismo, no son sino signos de un fenómeno más profundo: la existencia política ya no es un destino, en el sentido de que la existencia ya no se siente destinada a la polis. Lo que importa es más bien la salvaguardia y protección como ser vivo de uno mismo, concretamente la inmunización. La política se convierte en necesidad vital solo

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