El Tiempo de la revuelta. Donatella Di Cesare

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El Tiempo de la revuelta - Donatella Di Cesare Filosofía y Pensamiento

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se pliega sobre sí mismo, dentro de una barrera inmunitaria, lo más estrecha posible, sostenido por el miedo. El resistente baja la mirada pero aumenta la vigilancia, abriendo caminos cruzados y distintos con respecto al orden gubernamental que ha perdido legitimidad. Por sí mismo incluso atestigua la necesidad de otra justicia. Su energía rebelde es contagiosa, su disposición compartida. Su frente une distintas fuerzas, experiencias, ideas, que, no obstante, una vez superada la adversidad, pueden dispersarse. Aquí radica su valor y su límite.

      [1] Mondine (mondina, en singular), es el nombre dado a las temporeras que trabajan en los arrozales en Italia, más concretamente en el descascarillado del arroz. Tiene, pues, un sentido más preciso que «arroceras» (que sería risaiole, en italiano) [N. del T.].

      [2] Al éxito ha contribuido la serie de televisión La casa de papel y su distribución en Netflix.

      [3] Cfr. C. Schmitt, Teoria del partigiano. Integrazione al concetto del politico, trad. de A. De Martinis, con un ensayo de F. Volpi, Milán, Adelphi, 2005 [ed. cast.: Teoría del partisano: acotación al concepto de lo político, trad. de A. Schmitt de Otero, pról. de J. L. López de Lizaga, epíl. de F. Volpi, Madrid, Trotta, 2013].

      VI. UNA ÉPOCA FANTASMAL

      Allí donde sopla el viento de la resistencia sobrevuela el espíritu de la revuelta. Sin embargo, ¿quién puede saber realmente lo que se está preparando en los pasadizos, en los túneles, en los subterráneos? Ni siquiera un aparente eclipse de acontecimientos podría llevar a creer que hubiese cesado el discreto movimiento de resistencia. La política no se reduce a la excepción del hecho y no podemos subestimar, ni siquiera ignorar, esa tensión latente que lo precede, que es el futuro anterior. Por tanto, es necesario agudizar la vista y afinar el oído para captar los temblores imperceptibles de la Historia, para observar las sacudidas que acabamos de mencionar.

      ¿Cómo no pensar en el viejo topo, ese símbolo de la revolución que Marx tomó de Shakespeare y Hegel, para relanzarlo tras las ardientes derrotas? Miope y frágil, paciente y obstinado, el topo da vueltas y continúa con sus idas y venidas, vuelve inadvertidamente al punto desde el que había salido y comienza de nuevo incansablemente, excava otra vez, pero no desaparece –solo se vuelve invisible– y allá abajo su laboriosa bonhomía abre el camino a nuevas incursiones.

      Es casi imposible no confundir fantasma y espíritu. Especialmente en una época fantasmal como esta, en la que el espíritu parece retirarse para dejar paso a un frenesí generalizado, a una agitación convulsiva. El nuevo desorden mundial se presta a apariciones de todo tipo: vendedores de humo, comerciantes de ilusiones, charlatanes de farsa y graves teóricos de la conspiración. Entre fermentos ocultos, conciliábulos nocturnos, arrebatos de ira, parece difícil descifrar el espacio político.

      Este punto de vista, interno, por así decirlo, que analiza astutamente el poder en la forma en que se mantiene, en la capacidad, por tanto, de frustrar cualquier fuerza contraria, ofrece la imagen de la dominación como un mecanismo bien engrasado, un sistema congruente, casi un dispositivo técnico. Sin embargo, por muy condicionada que esté, la política no es tecnología. Casi en todas partes surgen fisuras, grietas, discrepancias. Ciertamente nadie puede imaginar encontrarse cara a cara con el capitalismo, simplemente porque el capitalismo es el mundo mismo –un mundo en el que el centro está en todas partes y en ninguna–. La lógica capitalista impregna cuerpo y alma, satura el ambiente, marca las formas de vida. Si la lucha frontal parece anticuada, esto no significa que no existan márgenes de disidencia que puedan consolidarse gradualmente. Basta cambiar un poco de perspectiva, mirar más desde afuera, desde los bordes de la política, para ver espacios de resistencia, plazas en las que se escenifica la solidaridad, se articula el deseo de comunidad. Entre la tentación de una hipótesis demasiado triunfal y el diagnóstico de un triste derrotismo, tal vez haya otra forma de ver los miles de luchas distintas que en el planeta desafían los esquemas tradicionales y reconfiguran el espacio público.

      [1] Cfr. J. Derrida, Spettri di Marx. Stato del debito, lavoro del lutto e nuova Internazionale, trad. G. Chiurazzi, Milán, Cortina, 1994 [ed. cast.: Espectros de Marx: el Estado de la deuda, el trabajo del duelo y la nueva Internacional, trad. de J. M. Alarcón y C. de Peretti, Madrid, Trotta, 1995].

      [2] Cfr. B.-C. Han, «Warum heute keine Revolution möglich ist», en Kapitalismus und Todestrieb. Essays und Gespräche, Berlín, Matthes & Seitz, 2019, pp. 26-32, disponible en [https://elpais.com/elpais/2014/09/22/opinion/1411396771691913.html].

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