El amor y la mujer nueva. Alexandra Kollontay
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Los textos que siguen expresan claramente su punto de vista que suena enfático y contundente, aunque tal vez matizó un tanto en los años de madurez al contacto con las sociedades nórdicas en donde las feministas de esa región, con menguadas contemplaciones de clase, argumentaban acerca de la subalternancia de las mujeres. Se pueden leer en estos textos parte de las primeras producciones de la autora y también su autobiografía que llega hasta poco más de mediados de la década de 1920. Lamentablemente su promesa de continuarla no se cumplió, de lo contrario podíamos habernos asomado a las difíciles circunstancias que la acompañaron durante los años de la Segunda Guerra y la fase de climax del estalinismo con el que no comulgaba.
Las principales nociones del feminismo de Kollontay podrían así sintetizarse: a) Las mujeres no han sido forjadas a su condición secundaria por la Naturaleza sino por las condiciones sociales; b) el capitalismo es el responsable por el sometimiento de ambos sexos; c) la liberación de las mujeres sólo puede asegurarse con la modificación radical del sistema capitalista; d) la clase obrera está siempre más cerca de la liberación de las mujeres debido a su ínsita posición de “compañerismo” y de “solidaridad esencial”.
Cuando Kollontay aborda la “grave cuestión sexual” de su tiempo, y debe entenderse como tal los problemas relacionados con las separaciones matrimoniales y especialmente con el adulterio, una facultad franqueada para los varones, subraya lo morigerado de la crisis entre los trabajadores. Su entrañable identificación con la clase la lleva a sostener la mejor correspondencia que existe entre esta y los auténticos principios de la moral, sobre todo cuando se trata de la familia. Dedica anatemas a las consagraciones facilistas de las “feministas burguesas” que critican la institución del matrimonio legal desde la perspectiva de la “unión o el amor libre” pero en verdad era un reclamo caro a las anarquistas, que tampoco comulgaban con las “feministas burguesas”. No puede sustraerse la interpretación de estos textos tempranos de Kollontay del momento histórico que los forjaron. Su desconfianza en el feminismo de las “progresistas burguesas” arraiga en su oposición radical a cualquier iniciativa atribuible a la dominación capitalista.
Desde mi perspectiva, Kollontay aumenta la proyección de su ejemplaridad a propósito de la actuación que le cupo como Comisaría del Pueblo durante unos meses, en el transcurso de 1918, cuando ya se había impuesto la Revolución. En ese cargo que constituye la primera experiencia pública moderna en manos de una mujer y del que fue rápidamente separada por las oposiciones que suscitaba, llevó adelante reformas fundamentales para las congéneres. Su preocupación con el estatuto de la maternidad la coloca en una situación aventajada, pues en relación a esta crucialidad de “destino” según el fórceps epocal su intervención fue relevante. En su autobiografía se demora especialmente en esa saga. Ella había escrito un voluminoso análisis dedicado a la maternidad en el transcurso de su exilio alemán, pero debemos lamentar que no haya sido traducido. Sus preocupaciones con la condición del maternaje se basan en una interpretación más audaz que refiere menos a las obligaciones que a las limitaciones. Fue aguda en la percepción del significado de hacerse cargo de la crianza de la descendencia, especialmente para las proletarias. Había en ello también una referencia propia, una resonancia de las enormes dificultades que vivió, obligada a largas separaciones de su pequeño hijo.
Alexandra Kollontay estuvo entre las socialistas pacifistas como ocurrió con la enorme mayoría de las líderes de la socialdemocracia alemana y debe recordarse que se encontraba en Alemania hacia 1914, entre las que destellan Clara Zetkin, Rosa Luxemburgo, Luise Saumoneau2. Esto significó desacuerdos profundos con la mayoría de los varones, de modo subrayado con quienes votaron los créditos de guerra aunque eran socialistas. Estas posiciones, más el ingrediente de sus amonestaciones a la hipocresía de la moral masculina burguesa, y sus conflictos con la fórmula feminista que creía equivoca y egoísta de la conquista de derechos, sin estrecha colaboración con las clases trabajadoras, tejieron difíciles conflictos para nuestra mujer. Se sobrepuso a los ataques aunque algunos fueron especialmente duros, pero debe concluirse que estuvo del otro lado de la heroína. Fue un ejemplar de estirpe femenina, rebelde y resiliente.
Dora Barrancos
1 Karen Offen, “Definir el feminismo. Un análisis histórico comparativo”, Revista Historia Social, 1991, nº9 p 103136
2 Dora Barrancos, “Feminismos entre la guerra y la paz”, Revista La Aljaba, Vol, XX, 21016 p 1933
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lAs llAvEs DEl Amor EN KolloNtAy
Hay un antes y un después de los aportes, escasamente valorados, de Alexandra Kollontay en cuanto a muchos aspectos referidos a la emancipación de la mujer. Hay un antes y un después adormecido en la injusticia de la historia patriarcal, vedado por generaciones enteras en las sombras de un relato sin su potencia real. Alexandra fue una revolucionaria de su época y también es figura de la nuestra, porque a 100 años de distancia la actualidad de su pensamiento y su obra son herramientas útiles para la construcción del feminismo popular.
La riqueza de su producción posee múltiples aristas, y una de ellas es la referida al “enigma del amor” y su perspectiva ligada al desarrollo histórico. Alexandra nos dirá con mucha lucidez que a lo largo del tiempo la humanidad ha intentado diversas formas de resolverlo y que las “llaves” para acceder a él dependen de la época, de la clase y del espíritu del tiempo, o lo que podemos llamar la cultura.
El amor en Kollontay no tiene una ligazón estricta con los determinantes sexuales, instintivos, biológicos
o naturales, sino que es situado como un factor psicosocial. Valorar esta ruptura de sentido y su ubicación a partir del registro histórico, nos lleva a la evidencia de la construcción de un fenómeno usualmente emparentado a lo natural y en particular a la naturaleza de la condición femenina. En esta apuesta por situar el amor a partir de una perspectiva histórica, Alexandra nos aporta elementos centrales para la interpretación y elucidación de cuánto y cómo, desde la ideología y moral burguesas, se ha construido el amor en tanto pasión ciega, absorbente, exigente, anclada en un sentimiento de propiedad espejando los valores capitalistas que producen subjetividad.
Comprender que el amor no es un asunto personal e individual, permite reflexionar meramente sobre los efectos disciplinadores de su alineamiento bajo una cultura que construye desde el romanticismo la exclusividad y habilita la violencia. Kollontay le reprocha al sistema la producción de deseo egoísta, de el “apropiarse” para siempre del ser amado, y las consecuencias desiguales de este esquema en tanto fortalece la arrogancia masculina mientras en la mujer opera una “monstruosa renuncia de sí misma”.
Alexandra puso bajo sospecha la construcción hegemónica del amor, considerándolo un fenómeno histórico, psicosocial y proponiendo que el proletariado no deje “de prestar atención al papel psicosocial del amor”, entendiendo el rol amplio de este fenómeno más allá de las relaciones sexuales, es decir, en la posibilidad del reforzamiento de los lazos, no solo conyugales o familiares, sino como fuerza para el desarrollo de