La tiranía de los Derechos. Brewster Kneen
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Es tiempo para considerar si el lenguaje de los derechos realmente sirve a las intenciones de la justicia social o se ha convertido en una mera ilusión de intenciones, que seguramente son buenas intenciones, detrás de las cuales se llevan a cabo la individualización y la privatización sin obstáculos.
1 Radha D’Souza en Seedling, publicado por GRAIN, Barcelona, Octubre 2007. Radha D’Souza enseña derecho en la Universidad de Westminster, Reino Unido.
2 Judith Shklar, Legalism – Law, Morals and Political Trials, Harvard, 1964, p.10.
3 Beauchamp & Childress, Principles of Biomedical Ethics, 3 edición, rd Oxford, 1989, p.55. Se lo refiere a Thomas Hobbes por su libro de 1651 sobre filosofía moral, Leviathan.
4 Declaración del Encuentro del Congreso Nacional Indígena, Región Centro Pacífico en el Estado de Tlanixco, México, 25-26/1/03 (http://ceacatl.laneta.apc.org/Archivo/030126_cni_cp_pron.htm).
El Individualismo de los Derechos
La corrosiva filosofía de los derechos ha calado tan profundo en la mente individualista de los occidentales que la mayoría de las personas parece estar convencida de que el reconocimiento de la dimensión social de la vida y, más aún, cualquier sugerencia acerca de la legitimidad, y hasta la necesidad de identidad y autoridad colectivas, sólo pueden existir a expensas de la libertad e identidad individuales. Los derechos y la libertad de los individuos se establecen contra las pretensiones e incluso la existencia de una sociedad o del orden social.
No hay ningún reconocimiento ni de las responsabilidades ni las obligaciones hacia la sociedad, el Estado y, ciertamente tampoco hay lugar para ninguna autoridad colectiva, salvo las que dan por adelantado los intereses personales. Por ejemplo, la evasión de impuestos, tanto personales como corporativos, está ampliamente asumida y generalmente no se considera como antisocial y criminal. Naturalmente, cualquier idea de lo público o del bien público desaparece por este camino.
Sin embargo, al mismo tiempo, en todas partes los defensores de los derechos casi invariablemente suponen al Estado como la agencia que debe tomar responsabilidad de asegurar que los derechos humanos sean respetados y cumplidos. Más aún, parecen asumir que el Estado está de su lado, o al menos podría estarlo, si pueden reunir el enfoque e idioma apropiados. Por debajo de esto yace una persistente fe en la democracia liberal, incluso al punto de ser considerada la única forma legítima de Gobierno.
Por ejemplo, el Centro Internacional para Derechos Humanos y Desarrollo Democrático (Derechos y Democracia) ha denunciado el hambre crónico en Haití como una violación de los derechos humanos, pero no un delito, al decir que “las políticas existentes no están cumpliendo con aliviar el hambre crónica en Haití… Mientras que la carga de responsabilidad para hacer frente a estas cuestiones recae en el gobierno de Haití y sus instituciones… Los donantes internacionales de Haití, incluyendo Canadá, deben adoptar también medidas inmediatas para enfrentar una escasez de alimentos en el país… Sólo las políticas basadas en el derecho humano a la alimentación pueden ofrecer las soluciones sostenibles para la inseguridad alimentaria crónica que enfrentan los haitianos hoy”5. Por desgracia, Derechos y Democracia, como muchos otros, no parecen explicar concretamente qué acciones políticas, leyes o cambios traducirán, en realidad, este derecho a la alimentación en nutrición real para el pueblo. Tampoco explican por qué “los donantes internacionales… también deben adoptar medidas inmediatas… ni tienen por costumbre identificar, por lo menos públicamente, las intervenciones políticas y militares que pueden haber sido factores que contribuyeron a la tragedia de los haitianos”6 7.
La triste declinación de las cooperativas en América del Norte y su conversión en empresas capitalistas apelando a beneficios individuales en lugar del bien común, en parte, puede atribuirse al individualismo de la cultura occidental. Este “rudo individualismo”, sin embargo, no explica la contradicción entre filosofía libertaria8 y el respeto por el ejército y la participación en el mismo, una institución de régimen autoritario que fomenta deliberadamente una mentalidad de equipo y la acción colectiva combinada con un llamamiento a la gloria del “sacrificio” individual en el servicio del Estado9.
El individualismo de los argumentos de los derechos encuentra su expresión extrema en la noción absurda de los derechos del feto: la afirmación de que un feto, al que se le asigna el status de una persona, tiene derechos por sobre los de su madre, que es su contexto social de sustento, tanto físico como vital. Las imágenes de ultrasonido contribuyen a esta noción del feto como persona autónoma aislando la imagen de su contexto, haciendo que aparezca como si no fuera totalmente dependiente de su madre. Una profunda alienación del bebé de la madre puede resultar muy fácilmente. Las mujeres han sido llevadas a tribunales y encarceladas por “abusar” del bebé que estaban gestando, e incluso se han dado casos de progenitores demandados por sus propios hijos discapacitados por ‘nacimiento injusto’. Esta extrema alienación, o desconexión, también encuentra expresión en una alienación ampliamente difundida de la Creación ó Madre Tierra.
Este pensamiento libertario ve la libertad sólo en la autonomía del individuo, una especie de excepcionalismo en el que se considera la vida de una persona, junto con sus necesidades y deseos, en forma bastante independiente de la sociedad en que vive, en lugar de ser contingente a ella. Los deseos y las demandas del individuo tienen prioridad sobre el bienestar de la comunidad o lo omiten.
Un buen ejemplo de esta mentalidad quedó expresado por el dentista de Ottawa que quería poner un cobertizo temporario de plástico para su automóvil al final de su camino de entrada, en la parte delantera de su casa, así no tendría que palear la nieve desde allí. Su argumento contra el estatuto de la ciudad que limita tales elementos de mal gusto en los barrios, fue que el cobertizo plástico reduciría la posibilidad de que sufriera un ataque cardíaco, por tener que palear nieve. Tenía la intención de demandar a la ciudad apelando a la Carta Canadiense de Derechos y Libertades “para defender lo que veo como un derecho a proteger mi salud y seguridad en mi hogar”10.
Una perspectiva similar fue proporcionada por un columnista de un periódico de Ottawa, al comentar un nuevo estatuto para la ciudad que restringe la tala de árboles adultos. “El ayuntamiento se ha apropiado de su derecho a hacer lo que usted considere oportuno con su árbol grande y antiguo... Tal vez porque hemos vivido en un Estado Niñera tanto tiempo, ni siquiera parpadeamos cuando la Niñera se va contra nuestras motosierras que nos dio Dios… O es mi apestoso árbol o no lo es”11. El hecho de que el árbol en “su propiedad” estuviera allí probablemente durante mucho tiempo antes de que él se convirtiera en dueño de la propiedad, que además estaría allí después de que él se haya ido, y que fue parte de un complejo sistema ecológico-social más grande que él mismo y su patio es al parecer irrelevante, o simplemente no se lo entiende.
Por desgracia, la medicina y bioética contemporáneas se han construido sobre el principio de la autonomía de la persona con poco —si hubo alguno— respeto por el contexto social y la salud de la sociedad como un todo12 13. Así los cuidados intensivos para el individuo que lo necesita tienen prioridad sobre la salud pública y la atención médica preventiva. Tampoco hay espacio apreciable en la práctica médica para que se consideren las causas medio ambientales y del lugar de trabajo con