Investigar a la intemperie. Carlos Arturo López Jiménez

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Investigar a la intemperie - Carlos Arturo López Jiménez

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definimos archivos, las preguntas que orientan cada investigación, el sentido que esas comunidades le dan a nuestras pesquisas. El constante desbalance entre métodos y fuentes nos invita también a pensar no solo en cómo ajustar esos métodos, sino en qué medida y cómo podríamos hacer de ellos un efecto del tema de investigación y de las fuentes que procesamos, en lugar de un ordenador externo de cada procedimiento analítico.

      A estos dos niveles de reflexión sobre el método, el uso efectivo de unos procedimientos y su necesidad y naturaleza, se suma un par de aspectos determinantes para el ejercicio contemporáneo de la investigación. Uno de ellos es la difuminación de las fronteras disciplinares, ya que las exigencias de los saberes formalizados sobre las comunidades y fuentes con que dialogan, de los métodos adecuados para entablar dicho diálogo, tienen menos peso en la investigación que los problemas mismos que nos ocupan; en breve, no hace falta resguardarse en las disciplinas para justificar el tipo de trabajo y los resultados. El otro aspecto determinante tiene que ver con la incidencia de las investigaciones en el presente, esto es, su dimensión comunitaria siempre atada a una política de los métodos, pues estos ayudan a definir objetos de investigación, las relaciones entre tales elementos, la primacía de los puntos de vista y la situación particular donde se ubica quien investiga, y el tipo de acercamiento que hacemos a las comunidades con que interactuamos.

      Estos cuatro planos (los procedimientos metodológicos, su naturaleza, la supremacía del problema de investigación sobre los límites disciplinares y la política) conforman un volumen que se ajusta, una vez más, en función de las fuentes, las preguntas de investigación, sus objetivos, la situación de quien investiga… Así, pensar el método implica una combinatoria permanente de elementos que desborda, con mucho, los aspectos procedimentales. Estamos ante una falta de resguardo metodológico y disciplinar, pero también ante una falta de resguardo ontológico, pues ni siquiera las comunidades con que dialogamos o las fuentes con que trabajamos nos garantizan de antemano su forma o su estabilidad a largo plazo. Por ello, esta triple falta de garantía nos pone a la intemperie, ante el devenir de un trabajo que nunca promete resultados definitivos, o al menos duraderos, pero que sí hace apuestas políticas en las que se vincula, como muestran los trabajos que siguen.

      Asumiendo esta condición, el Instituto de Estudios Sociales y Culturales Pensar, de la Pontificia Universidad Javeriana, ha dedicado sus esfuerzos a un tipo de investigación crítica que no se ajusta a las taxonomías disciplinarias y que procura el acercamiento a problemáticas sociales concretas, en ámbitos como la migración, las políticas públicas, la producción de espacialidades, de saberes formales y no formales, de cuerpos definidos por las especificidades locales del conflicto armado colombiano, y desde perspectivas críticas como los estudios feministas, decoloniales, culturales y de las migraciones.

      En estas coordenadas, tomando como punto de partida nuestros propios trabajos, quienes investigamos en el Instituto Pensar hemos vuelto sobre los procedimientos metodológicos que empleamos, no solo para reflexionar sobre nuestro trabajo, sino para hacer visibles algunos de sus aspectos que suelen quedar tras bambalinas: cómo nos ponemos en contacto con las comunidades con que interactuamos, qué procedimientos de identificación del material útil para una investigación usamos, cómo seleccionamos ese material, cómo lo ordenamos y categorizamos, para qué lo hacemos y cómo termina convirtiéndose en textos de investigación o en formas de interacción con comunidades diversas. Al visibilizar nuestros procedimientos de investigación aclaramos nuestro modo de proceder —además de las apuestas por identificar formas de despojo, sacar a la luz, fortalecer y promover formas de lo común de grupos sociales concretos—; es decir, podremos especificar la pregunta por el presente que toda investigación social usa como orientación principal, aun si es histórica.

      Este volumen está compuesto por ocho capítulos, que presentan reflexiones de método tomadas del oficio cotidiano de investigación. Bajo la orientación epistemológica de lo que Donna Haraway llama una política de lo turbio, María Carolina Olarte-Olarte y María Juliana Flórez Flórez recogen en su capítulo cuatro prácticas de investigación ensayadas, abandonadas, rehechas y afinadas durante los procesos de trabajo con varias organizaciones colectivas de tres regiones del país (Sabana de Bogotá, Viotá y la región del Ariari), cuyas luchas por los comunes han garantizado la vida digna y la permanencia en sus territorios: 1) mover los límites de la autoría, 2) dispersar los escenarios de producción de conocimiento, 3) cuestionar y sortear los procedimientos administrativos autoritarios y 4) incorporar la vivencia situada del territorio. En el cruce de estas prácticas ha emergido lentamente una nueva figura: la investigadora comunitaria.

      Siguiendo la premisa de Trihn Minh-ha, “no tenemos cuerpos, somos cuerpos y somos nosotros mientras existimos en el mundo”, Camila Esguerra Muelle hace una reflexión sobre la implicación del cuerpo y las políticas del espacio en el desarrollo de una etnografía multisituada, en el capítulo “Del cuerpo al mundo, del mundo al cuerpo: etnografía, migración y cuidado”. Con este objetivo, traza su camino personal como medio para construir una agenda de investigación sobre migración y cuidado en el marco de lo que llama epistemología de frontera o migrante y de una experiencia de investigación de acción colaborativa.

      Tatiana Sánchez Parra sitúa su capítulo en contextos enmarcados por violencias políticas y armadas, con sus repertorios de terror atravesados por el género, teniendo en cuenta que la investigación cualitativa en campo se desarrolla entre lo que nos dicen, lo que no nos dicen y lo que nadie nos dice, pero podemos percibir. El texto adhiere a conversaciones que, desde la etnografía de la violencia, no buscan enfocarse en la violencia misma, sino que procuran comprender las experiencias humanas de guerra, sobrevivencia y resistencia definidas por sistemas de opresión entrelazados. Por ello, desde una perspectiva etnográfica, explora el silencio como espacio de producción de conocimiento, a partir de la pregunta sobre cómo leer dichos silencios y no por indagaciones sobre cómo romperlos o llenarlos.

      María Fernanda Sañudo Pazos y Jorge Leal exploran algunas propuestas de análisis, formación e implementación de las políticas públicas desde perspectivas críticas. No es su intención ofrecer un conjunto de recetas, dado que, como admiten en su texto, cada proceso y enfoque de referencia dictarán la lógica de construcción del objeto y sus métodos de estudio, aspectos en los que, además, pesará la concepción de lo político y de la política pública y la intencionalidad del análisis. En este sentido, señalando la potencialidad de tres categorías de análisis, nos invitan a revisar la concepción clásica de política pública, preguntarnos sobre su origen, qué le ha dado lugar y su institucionalización en el marco de las reconfiguraciones de la relación Estado-sociedad. Los autores subrayan la utilidad analítica de la noción de campo (Bourdieu) y de tecnologías de género neoliberales, para establecer las implicaciones metodológicas de pensar la política pública de desarrollo territorial.

      A partir de su estudio sobre las economías propias, Natalia Castillo Rojas manifiesta la necesidad de hacer un desplazamiento metodológico desde los modelos econométricos hacia las prácticas económicas, pues en su práctica de profesora de economía notó que sus enseñanzas no se ajustaban a la praxis de las economías al margen del modelo neoclásico: según los modelos econométricos las economías propias lucen un traje que no se ajusta bien a ellas y que las muestra insuficientes. Su texto describe el encuentro con las prácticas económicas y sus posibilidades de uso para el estudio de las economías propias, entendiendo las prácticas en sus dimensiones: como habilidades, sentidos y aliados. Más que una definición de las prácticas se pueden ver las posibilidades de entender la realidad poliforme de las economías propias.

      Por su parte, Diana Ojeda analiza la investigación socioespacial crítica asumiendo que el espacio produce y es producido por realidades sociales. Ella propone la noción de contracartografiar, entendida como ir en contra del mapa hegemónico para abrir espacios (simbólicos y materiales) en los que quepan otras realidades menos violentas e injustas. Esta propuesta se presenta a través de dos ejemplos: su investigación en Montes de María sobre el despojo y su investigación sobre la seguridad, como parte del grupo de investigación Espacialidades Feministas. El texto,

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