Investigar a la intemperie. Carlos Arturo López Jiménez

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Investigar a la intemperie - Carlos Arturo López Jiménez

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de la narración del encuentro de la investigadora con el análisis estructural de contenidos, en su capítulo Martha Lucía Márquez Restrepo establece un método para analizar la hegemonía en dos acepciones presentes en la obra de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. De un lado, hegemonía como la operación que produce la unidad del sujeto de la narración y, de otro, hegemonía como la imposición de un discurso. En el segundo sentido la autora considera que su aporte fue mostrar cómo el análisis estructural de contenidos puede ser usado para estudiar la hegemonía, mientras que en el primero, la autora construyó un método basado en la teoría constructivista acerca del nacionalismo y la hegemonía, la filosofía del tiempo y de la narración, y los estudios literarios, particularmente la narratología. De esa manera, muestra cómo diversas disciplinas pueden concurrir para solucionar un problema de campo de la ciencia política o, en otras palabras, las enormes posibilidades que ofrece la interdisciplinariedad.

      Finalmente, el capítulo de Carlos Arturo López Jiménez se ocupa de las historias de la filosofía en Colombia escritas a partir de los años treinta del siglo pasado y de los rasgos que permiten definirla como una unidad de análisis, un enclave empírico, según el vocabulario que allí se establece. El punto de amarre de estos textos dispersos es el concepto de marco de referencia de la modernidad, que permite ver cómo esos textos están dominados por la inercia de las historias sociales y políticas nacionales, y proyectan teleológicamente una filosofía idealizada a la cual se tendría acceso por vía de la historia de la filosofía de unos pocos países, en su mayoría europeos. Establecer esta unidad permite reordenar los elementos de la historia de la filosofía y dar forma a un modo de ofrecer el pasado filosófico local atado a un reparto de lo sensible susceptible de ser modificado.

      CARLOS ARTURO LÓPEZ JIMÉNEZ

      Bogotá, 13 de noviembre de 2019

       POR UNA POLÍTICA DE LO TURBIO: PRÁCTICAS DE INVESTIGACIÓN FEMINISTAS

      María Juliana Flórez Flórez* y María Carolina Olarte-Olarte**

      Quiero quedarme con el lío, y la única manera de hacer esto está en el disfrute generativo, el terror y el pensamiento colectivo.

      Los espacios vacíos y la visión clara son malas ficciones para pensar.

      Arriesgarse en un mundo donde “nosotras” somos permanentemente mortales, es decir, donde nunca tenemos el control “final”. No tenemos ideas claras ni bien establecidas.

      DONNA HARAWAY

      Durante los últimos seis años hemos sostenido un espacio de investigación compartido donde convergen nuestros intereses por trabajar con movimientos sociales de Colombia. Específicamente, con organizaciones colectivas que, en tiempos de transición política, luchan por defender sus comunes y procesos de comunalización, es decir, aquellos lugares, riquezas, saberes, objetos o prácticas cuyo uso, propiedad, gestión o cuidado colectivizados han garantizado o pueden garantizar una vida digna en sus territorios y la permanencia en ellos.

      Nuestras investigaciones, como todas, exigieron delimitar un tema de interés (luchas territoriales por los comunes y procesos de comunalización en tiempos de transición); unas categorías teóricas (transición, comunes, movimientos sociales, conflictos socioambientales, despojos, etc.), y unos diseños metodológicos, con sus técnicas específicas y productos de investigación concretos. Pero, además, a medida que avanzamos estuvimos muy atentas a las interpelaciones que continuamente atraviesan, cuestionan y remodelan las apuestas políticas de nuestra praxis investigativa, y con ellas sus premisas epistemológicas, así como los hábitos y las temporalidades de nuestros métodos. La posibilidad de trabajar en espacios académicos críticos, el haber sido parte de movimientos sociales y los cuestionamientos recibidos, por parte de colegas y los propios, han sido ocasiones para interpelar el sentido de la praxis investigativa sostenida en el complejo entramado de relaciones entre la academia y los movimientos sociales.

      Una interpelación frecuente tiene que ver con los compromisos pactados con las organizaciones (procesos de formación, tejido de redes, acompañamiento de denuncias, búsqueda de recursos, etc.) y los retos derivados de ellos (reformular los objetivos, modificar el lenguaje, enfrentar contextos políticos contingentes, reconocer necesidades materiales imperantes que ralentizan la investigación, entre otros). Otra interpelación viene de las demandas institucionales de las universidades donde trabajamos (preparación de clases, entrega de informes, búsqueda de fuentes de financiación, legalización de gastos, exigencias para la escritura de artículos “científicos”, los ritmos de la producción académica, participación en congresos, etc.), cuyo cumplimiento asegura nuestras condiciones de existencia y, sin duda, la posibilidad de darle centralidad laboral a la investigación. La otra interpelación constante, quizás la más difícil de atender, se refiere a los compromisos con nosotras mismas. En particular, nuestra aspiración a empezar a ser más conscientes de nuestros cuerpos y a cuidarnos más, a descansar sin culpa, aumentar, dosificar y sostener aquello que posibilita y potencia nuestras vidas, como el disfrute de la mera presencia de otros (incluidos los no humanos).1 En últimas, se trata del íntimo y arduo cuestionamiento de luchar contra la colonización del trabajo capitalista en nuestras propias vidas. Entre tartamudeos, diría Donna Haraway, fuimos respondiendo a estas interpelaciones y, con ello, también fuimos perfilando ciertas prácticas de investigación que le dan sentido a nuestro trabajo con los movimientos sociales.

      Desde ese incierto lugar de interpelación, este capítulo recoge en retrospectiva cuatro prácticas de investigación ensayadas, abandonadas, rehechas y afinadas durante los procesos de trabajo con varias organizaciones colectivas, fundamentalmente, de tres regiones del país: la Sabana de Bogotá, Viotá y la región del Ariari. Iniciamos el capítulo describiendo aspectos relevantes de sus luchas territoriales, luego precisamos algunos riesgos metodológicos propios de investigar bajo la orientación de lo que denominamos una política de lo turbio, inspiradas por Donna Haraway. Después, nos centramos en las prácticas de investigación: 1) mover los límites de la autoría, 2) dispersar los escenarios de producción de conocimiento, 3) cuestionar y sortear los procedimientos administrativos autoritarios y 4) incorporar la vivencia situada del territorio. Finalizamos deliberadamente el capítulo, más que con una conclusión, con una apertura: la investigadora comunitaria es una figura que lentamente ha emergido en el cruce de esas prácticas.

      El estudio de las luchas territoriales por los comunes en tiempos de transición

      Las organizaciones colectivas con las que trabajamos llevan entre quince y setenta años luchando; nuestro trabajo con ellas tiene apenas cinco años de duración, en promedio. La lucha de dos de ellas está anclada en áreas rurales, Viotá y la región del Ariari, y la otra en el área periurbana de la Sabana de Bogotá.

      En las tres organizaciones se evoca el aprendizaje de los sindicatos y la Iglesia católica de base; en Viotá y la región del Ariari también se evocan los legados formativos del Partido Comunista de los años veinte del siglo pasado. En todas las organizaciones hay participación significativa de jóvenes, como algo propio del relevo generacional. En todas hay protagonismo e incidencia tanto de mujeres como de hombres, excepto en la Sabana de la Bogotá, cuyo liderazgo es exclusivamente de mujeres; no en vano, se autorreconocen como feministas populares en construcción.2

      Las tres organizaciones cuentan con lo que la literatura especializada (Tarrow, 1999) llama aliados influyentes; en este caso, ciertos sectores progresistas del Estado, la Iglesia de base católica de izquierda y otros movimientos sociales. Aliados o adversarios, según el caso, son las ONG, las agencias de cooperación internacional y las universidades. Entre sus adversarios fijos están los actores armados y las empresas cuyos proyectos productivos violentan las formas de vida que reivindican.

      Los

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