Silas Marner. George Eliot

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Silas Marner - George Eliot

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y que lo confesara y arrepintiera. El cuchillo había sido encontrado cerca del difunto diácono, en el sitio en que había depositado la bolsa que contenía el dinero de la iglesia, y que el propio pastor había visto el día precedente. Alguien se había llevado la bolsa, y, ¿quién podía ser, sino aquél a quien pertenecía el cuchillo? Durante un rato Silas permaneció mudo de sorpresa. Después dijo:

      —Dios me justificará; nada sé respecto de la presencia de mi cuchillo en ese sitio, ni de la desaparición del dinero. Registradme, registrad mi casa: no encontraréis más que tres libras esterlinas y cinco chelines, fruto de mis economías, suma que poseo desde hace seis meses, como William lo sabe.

      Al oír estas palabras, William produjo un murmullo de desaprobación; pero el pastor le dijo a Silas:

      —Las pruebas para vos son aplastadoras, mi hermano Marner. El dinero ha sido sacado esta noche, y no había más persona que vos junto a nuestro hermano difunto; porque William Dane nos ha declarado que una indisposición repentina le impidió ir a reemplazaros, como de costumbre. Vos mismo declarasteis que no había ido, y además, abandonasteis el cuerpo del difunto.

      —Es forzoso que me haya dormido—dijo Silas—, o bien que haya estado bajo la influencia de una manifestación espiritual parecida a aquella de que fui objeto ante los ojos de todos vosotros, de modo que el ladrón debe haber entrado y salido mientras yo no estaba en mi cuerpo; pero sí mi cuerpo. Sin embargo, lo repito otra vez; buscad en mi casa, porque no he ido a otra parte.

      Se hizo el registro, el cual terminó con el descubrimiento que hizo Silas de la bolsa vacía y escondida tras de la cómoda, en el cuarto de Silas. Después de esto, William exhortó a su hermano a confesar su falta, y a no ocultarla más largo tiempo. Silas dirigió a su amigo una mirada de vivo reproche, diciéndole:

      —William, desde hace nueve años que vivimos juntos, ¿me habéis oído nunca decir una mentira? Pero Dios me justificará.

      —Mi hermano—le dijo William—, ¿cómo hubiera podido saber lo que habéis hecho en las celdas secretas de nuestro corazón, para darle a Satanás ventajas sobre vos?

      Silas miraba a su amigo. De pronto un vivo sonrojo se esparció por su rostro, e iba a hablar con impetuosidad, cuando una conmoción interior, que disipó aquel sonrojo y le hizo temblar, pareció detenerle de nuevo. En fin, dijo con voz débil, mirando fijamente a William:

      —Ahora me acuerdo, el cuchillo no estaba en mi bolsillo.

      William respondió:

      —No sé lo que queréis decir.

      Entretanto, las otras personas presentes se pusieron a preguntar a Silas Marner dónde, según él, se encontraba el cuchillo; pero no quiso dar otra explicación. Agregó solamente:

      —Estoy cruelmente herido, no puedo decir nada. Dios me justificará.

      La asamblea, de regreso en la sacristía, deliberó nuevamente. Toda apelación a las medidas legales, con el fin de establecer la culpabilidad de Silas, era contraria a los principios de la iglesia del Patio de la Linterna. Según esos principios, era prohibido recurrir a la justicia contra los cristianos, aun cuando el hecho resultara menos escandaloso para la comunidad. Sin embargo, era obligación de sus miembros el tomar otras medidas a fin de descubrir la verdad, y resolvieron orar y «echar la suerte».

      Esta resolución sólo sorprenderá a las personas extrañas a esa obscura vida religiosa que se desarrolla en las callejuelas de nuestras ciudades. Silas se arrodilló junto con sus hermanos, contando con la intervención directa de la divinidad para probar su inocencia; pero sintiendo que, a pesar de todo, tendría que sufrir aflicciones y dolores, y que su confianza en la humanidad acababa de ser cruelmente herida. La suerte declaró que Silas Marner era culpable. Fue solamente excluido de la secta, y se le compelió a devolver el dinero robado; sólo cuando confesara su falta, en señal de arrepentimiento, podría ser recibido de nuevo en el seno de la Iglesia. Marner escuchó en silencio. Por último, cuando todos se levantaron para marcharse, Silas se adelantó hacia William Dane, y, con voz que la agitación hacía temblar, dijo:

      —La última vez que me serví de mi cuchillo, lo recuerdo bien, fue para cortaros una tira de lienzo. No recuerdo haberlo vuelto a mi bolsillo. Sois vos quien habéis robado el dinero y urdido un complot para atribuirme ese pecado. Pero a pesar de eso podréis prosperar; no existe un Dios de justicia que gobierne la tierra con equidad; sólo existe un Dios de mentira, que da falsos testimonios contra el inocente.

      Aquella blasfemia produjo una impresión de horror general.

      William dijo con humildad:

      —Dejo a mis hermanos la tarea de que juzguen si ésta es o no la voz de Satanás. Sólo puedo rogar por vos, Silas.

      El pobre Marner salió con esta desesperación en el alma; con este desengaño en la confianza puesta en Dios y en la humanidad, que casi raya en la locura de una naturaleza afectuosa. Con el corazón amargamente herido, se dijo: «Ella también me rechazará». Y pensó que si Sara no creía en el testimonio dado contra él, toda la fe de aquella joven tenía que subvertirse como la suya.

      Para las personas acostumbradas a razonar respecto de las formas que sus sentimientos religiosos han revestido, es difícil darse cuenta de ese estado simple y natural en que la forma y el sentimiento no han sido separados nunca por un acto de reflexión. Nos sentimos inevitablemente inclinados a creer que un hombre, en la situación de Marner, hubiera comenzado por poner en duda la validez de un llamamiento hecho a la justicia divina tirando a la suerte. Pero no hubiera sido para él un esfuerzo de libre pensamiento tal como jamás lo había intentado; y hubiera tenido que hacer ese esfuerzo en un momento en que toda su energía se hallaba absorbida por las angustias de su fe perdida. Si hay un ángel que registre los dolores y los pecados de los hombres, tiene que saber cuán numerosos e intensos son los pesares que causan las ideas falsas, de que nadie es culpable.

      Marner se volvió a su casa. Durante un día entero permaneció sentado, solo, aturdido por la desesperación, sin sentir ningún deseo de ir a ver a Sara para tratar de hacerle creer en su inocencia.

      El segundo día, buscó un refugio contra la incredulidad que lo amodorraba, sentándose en su telar y poniéndose a trabajar sin reposo, como de costumbre.

      Pocas horas después, el pastor, acompañado por uno de los diáconos, iba a llevarle un mensaje de Sara, informándole que ella consideraba roto su compromiso con él. Silas recibió el mensaje en silencio. Apartando en seguida la mirada que había fijado en los mensajeros, volvió a ponerse al trabajo.

      Al cabo de un mes Sara casó con William Dane, y muy luego, los hermanos del Patio de la Linterna supieron que Silas Marner había abandonado la ciudad.

       Índice

      Es algunas veces difícil, aun a las personas cuya existencia ha sido amplificada por la instrucción, el mantener con firmeza sus opiniones sobre la vida, su fe en lo invisible, y el sentimiento que realmente les causaran las alegrías y los pesares del pasado, cuando son bruscamente trasladados a otro país.

      Porque allí, las gentes que los rodean no saben nada a su respecto y no comparten ninguna de sus ideas; allí, además, la madre tierra, presenta otro seno, y la vida humana reviste otras formas que aquellas que alimentaron sus corazones.

      Las

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