Naturaleza humana y naturaleza divina. Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Naturaleza humana y naturaleza divina - Omraam Mikhaël Aïvanhov

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aquí otro ejemplo: supongamos que un joven siente cierta atracción por una chica y experimenta el deseo de echarse sobre ella: pues bien, esto es natural. Sí, pero si da rienda suelta a este tipo de impulsos ¿qué será de él? Seguirá siendo un animal. En este momento es cuando interviene la otra naturaleza, que le aconseja: “Hay que dominarse, contenerse, controlarse”; y evidentemente se puede afirmar que ésta es una naturaleza antinatural... Lo mismo le ocurre a aquél que necesita lo que posee su vecino: la naturaleza lo incita a robar; lo necesita y esto es todo, nada de cuentos ni de escrúpulos. Pero llega la naturaleza superior y le dice: “Ah no, no, esto pertenece a otro hombre, no debes quitárselo, no tienes derecho a ello. Si lo quieres, tendrás que pagar...” Ahí está la inteligencia, la justicia, la moral.

      Todos los hombres siguen los impulsos de la naturaleza, pero la cuestión es saber si se trata de la naturaleza animal o de la naturaleza divina. Desgraciadamente, la mayoría de los seres están apegados con absoluta fidelidad, a la naturaleza animal. Sí, fieles, sinceros, convencidos de que es la que deben seguir, pero cuando llega el día en que se intenta hacerles comprender que existe en ellos otra naturaleza que deben desarrollar, ¡ah! entonces, ¡que complicada se vuelve la vida para ellos! Pero es necesario: el edificio en cuya construcción han trabajado nuestros antepasados durante siglos, era maravilloso, magnífico, pero llega un momento en que envejece, está carcomido, a punto de derrumbarse: debe ser demolido para construir uno nuevo. Sí, un edificio puede ser magnífico en determinadas condiciones, pero éstas cambian y entonces deja de ser conveniente. Quizá hay que recuperar algunos elementos para utilizarlos en una nueva construcción, como se recuperan algunas vigas y chatarra de un edificio en ruinas, pero es necesario destruirlo.

      1 Ver las conferencias: “Si no morís, no viviréis” (La alquimia espiritual, tomo 2 de las Obras completas), y “La resurrección y el Juicio final” (Tomo 9).

      II

      LA NATURALEZA INFERIOR, REFLEJO INVERTIDO DE LA NATURALEZA SUPERIOR

      Durante miles de años, los hombres han tratado de estudiar y conocer la estructura de su vida psíquica, imaginando numerosos modos de división. Unos han adoptado el 2 (el espíritu y la materia, lo masculino y lo femenino, lo positivo y lo negativo, el cielo y la tierra, el bien y el mal). Otros han adoptado el 3 (pensamiento, sentimiento, voluntad). Lo que corresponde también a la división de la teología cristiana: (espíritu, alma, cuerpo). Los alquimistas dividen al hombre en 4, según los 4 elementos: Tierra, agua, aire y fuego. Los astrólogos lo dividen en 12, de acuerdo con las 12 constelaciones. Los hindúes y los teósofos lo dividen en 7: cuerpos físico, etérico, astral, mental, causal, búdico, átmico. Los cabalistas lo dividen en 3, en 4, en 9 o en 10... Finalmente para algunos, el hombre es una unidad indivisible. Sea cual sea el punto desde donde se mire, siempre resulta verdadera; todo depende del ángulo desde donde se miren las cosas.

      Para simplificar la cuestión diremos que el ser humano es una unidad perfecta, pero que esta unidad está polarizada, es decir, que se manifiesta en dos direcciones, bajo dos aspectos diferentes. El hombre está hecho de dos naturalezas: la naturaleza inferior y la naturaleza superior, que tienen las mismas facultades de pensar, de sentir y de actuar, pero en dos direcciones contrarias. A estas dos naturalezas yo las defino como la personalidad y la individualidad.

      Lo que hay que comprender en primer lugar es que, aunque la naturaleza inferior se opone a la naturaleza superior, su origen está también en lo alto, en el Espíritu. En el origen de todo está el Espíritu, he aquí una verdad que siempre debéis tener presente. Cuando el Espíritu quiso manifestarse, tuvo que procurarse vehículos adaptados a las regiones cada vez más densas de la materia a las que iba a descender. A estos vehículos se les llama cuerpos. Del más sutil al más denso, se encuentran los cuerpos átmico, búdico y causal, que corresponden a nuestra naturaleza superior, la individualidad; y después, los cuerpos mental, astral y físico, que corresponden a nuestra naturaleza inferior, la personalidad. Los cuerpos físico, astral (o cuerpo del sentimiento) y mental (o cuerpo del pensamiento) reproducen a un nivel inferior los cuerpos átmico, búdico y causal.

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      Diréis: “Pero si la personalidad es un reflejo de la individualidad, ¿cómo puede ser tan limitada, débil, ciega y propensa a equivocarse?” Os responderé: cada uno de nosotros posee esta individualidad que es de esencia divina: ella habita en las regiones celestiales donde goza de la mayor libertad, de la máxima luz, vive feliz y en paz, posee todos los poderes. Sin embargo, sólo puede manifestarse en las regiones más densas de la materia a través de los tres cuerpos inferiores (la personalidad), en la medida que estos se lo permiten. Una persona que aquí abajo es débil, ignorante, malvada, es al mismo tiempo, arriba, una entidad que posee conocimientos, amor y poder. Por lo tanto, en un mismo ser encontramos abajo esa limitación y arriba esta riqueza y esta perfección.

      La Ciencia esotérica nos explica que el hombre es un ser de una gran riqueza y complejidad, y sobre todo que hay en él mucho más de lo que aparenta exteriormente. Esta es la gran diferencia entre la Ciencia esotérica y la ciencia oficial. La ciencia oficial dice: “Nosotros conocemos bien al hombre, se le puede dividir en muchas partes, está constituido por tales órganos, tales células, tales sustancias químicas que hemos identificado y dado nombres. Este es el hombre completo...” Mientras que la Ciencia esotérica, no sólo afirma que el hombre posee otros cuerpos, además del cuerpo físico, sino que explica su naturaleza y su función.

      Por el momento, la individualidad no puede manifestarse plenamente a través de estas regiones más densas y espesas de la personalidad. Se precisa mucho tiempo, muchas experiencias, ejercicios y estudios durante siglos y milenios, para que los cuerpos que constituyen la personalidad puedan expresar las cualidades y virtudes de la individualidad. Pero el día en que estén desarrollados, el cuerpo mental se volverá tan sutil y afinado que comenzará a comprender, al fin, la sabiduría divina. El cuerpo astral será capaz de alimentar los sentimientos más nobles y más desinteresados, y el cuerpo físico tendrá todas las posibilidades de actuar, de ser resistente.

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