Naturaleza humana y naturaleza divina. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Todos los hombres siguen los impulsos de la naturaleza, pero la cuestión es saber si se trata de la naturaleza animal o de la naturaleza divina. Desgraciadamente, la mayoría de los seres están apegados con absoluta fidelidad, a la naturaleza animal. Sí, fieles, sinceros, convencidos de que es la que deben seguir, pero cuando llega el día en que se intenta hacerles comprender que existe en ellos otra naturaleza que deben desarrollar, ¡ah! entonces, ¡que complicada se vuelve la vida para ellos! Pero es necesario: el edificio en cuya construcción han trabajado nuestros antepasados durante siglos, era maravilloso, magnífico, pero llega un momento en que envejece, está carcomido, a punto de derrumbarse: debe ser demolido para construir uno nuevo. Sí, un edificio puede ser magnífico en determinadas condiciones, pero éstas cambian y entonces deja de ser conveniente. Quizá hay que recuperar algunos elementos para utilizarlos en una nueva construcción, como se recuperan algunas vigas y chatarra de un edificio en ruinas, pero es necesario destruirlo.
Jesús ha dicho: “Si no morís, no viviréis...” Sí, es necesario morir para vivir: morir en la naturaleza inferior para nacer en la naturaleza superior, como el grano que debe morir en la tierra para empezar a germinar. Si no muere, es decir, si no renuncia a estancarse inútilmente en el granero, lo cual es otra forma de muerte, no vivirá, es decir, no producirá frutos. También nosotros, si nos mantenemos en nuestras viejas concepciones, nunca estaremos vivos. Es preciso suprimir las viejas formas y adoptar otras nuevas, magníficas, ¡entonces si que viviremos! ¿Acaso creéis que Cristo quería nuestra muerte? ¡No! “Si no morís...” significa: si no cambiáis las formas, las costumbres, la manera de pensar. Pero El no quería nuestra muerte, precisamente dijo: “Yo soy la resurrección y la vida...” Quería que nos sintiéramos tan vivos como El...1 Por lo tanto no queda más que un camino: aceptar morir en la naturaleza inferior para nacer en la naturaleza divina.
1 Ver las conferencias: “Si no morís, no viviréis” (La alquimia espiritual, tomo 2 de las Obras completas), y “La resurrección y el Juicio final” (Tomo 9).
II
LA NATURALEZA INFERIOR, REFLEJO INVERTIDO DE LA NATURALEZA SUPERIOR
Durante miles de años, los hombres han tratado de estudiar y conocer la estructura de su vida psíquica, imaginando numerosos modos de división. Unos han adoptado el 2 (el espíritu y la materia, lo masculino y lo femenino, lo positivo y lo negativo, el cielo y la tierra, el bien y el mal). Otros han adoptado el 3 (pensamiento, sentimiento, voluntad). Lo que corresponde también a la división de la teología cristiana: (espíritu, alma, cuerpo). Los alquimistas dividen al hombre en 4, según los 4 elementos: Tierra, agua, aire y fuego. Los astrólogos lo dividen en 12, de acuerdo con las 12 constelaciones. Los hindúes y los teósofos lo dividen en 7: cuerpos físico, etérico, astral, mental, causal, búdico, átmico. Los cabalistas lo dividen en 3, en 4, en 9 o en 10... Finalmente para algunos, el hombre es una unidad indivisible. Sea cual sea el punto desde donde se mire, siempre resulta verdadera; todo depende del ángulo desde donde se miren las cosas.
Para simplificar la cuestión diremos que el ser humano es una unidad perfecta, pero que esta unidad está polarizada, es decir, que se manifiesta en dos direcciones, bajo dos aspectos diferentes. El hombre está hecho de dos naturalezas: la naturaleza inferior y la naturaleza superior, que tienen las mismas facultades de pensar, de sentir y de actuar, pero en dos direcciones contrarias. A estas dos naturalezas yo las defino como la personalidad y la individualidad.
Lo que hay que comprender en primer lugar es que, aunque la naturaleza inferior se opone a la naturaleza superior, su origen está también en lo alto, en el Espíritu. En el origen de todo está el Espíritu, he aquí una verdad que siempre debéis tener presente. Cuando el Espíritu quiso manifestarse, tuvo que procurarse vehículos adaptados a las regiones cada vez más densas de la materia a las que iba a descender. A estos vehículos se les llama cuerpos. Del más sutil al más denso, se encuentran los cuerpos átmico, búdico y causal, que corresponden a nuestra naturaleza superior, la individualidad; y después, los cuerpos mental, astral y físico, que corresponden a nuestra naturaleza inferior, la personalidad. Los cuerpos físico, astral (o cuerpo del sentimiento) y mental (o cuerpo del pensamiento) reproducen a un nivel inferior los cuerpos átmico, búdico y causal.
Diréis: “Pero si la personalidad es un reflejo de la individualidad, ¿cómo puede ser tan limitada, débil, ciega y propensa a equivocarse?” Os responderé: cada uno de nosotros posee esta individualidad que es de esencia divina: ella habita en las regiones celestiales donde goza de la mayor libertad, de la máxima luz, vive feliz y en paz, posee todos los poderes. Sin embargo, sólo puede manifestarse en las regiones más densas de la materia a través de los tres cuerpos inferiores (la personalidad), en la medida que estos se lo permiten. Una persona que aquí abajo es débil, ignorante, malvada, es al mismo tiempo, arriba, una entidad que posee conocimientos, amor y poder. Por lo tanto, en un mismo ser encontramos abajo esa limitación y arriba esta riqueza y esta perfección.
La Ciencia esotérica nos explica que el hombre es un ser de una gran riqueza y complejidad, y sobre todo que hay en él mucho más de lo que aparenta exteriormente. Esta es la gran diferencia entre la Ciencia esotérica y la ciencia oficial. La ciencia oficial dice: “Nosotros conocemos bien al hombre, se le puede dividir en muchas partes, está constituido por tales órganos, tales células, tales sustancias químicas que hemos identificado y dado nombres. Este es el hombre completo...” Mientras que la Ciencia esotérica, no sólo afirma que el hombre posee otros cuerpos, además del cuerpo físico, sino que explica su naturaleza y su función.
Por el momento, la individualidad no puede manifestarse plenamente a través de estas regiones más densas y espesas de la personalidad. Se precisa mucho tiempo, muchas experiencias, ejercicios y estudios durante siglos y milenios, para que los cuerpos que constituyen la personalidad puedan expresar las cualidades y virtudes de la individualidad. Pero el día en que estén desarrollados, el cuerpo mental se volverá tan sutil y afinado que comenzará a comprender, al fin, la sabiduría divina. El cuerpo astral será capaz de alimentar los sentimientos más nobles y más desinteresados, y el cuerpo físico tendrá todas las posibilidades de actuar, de ser resistente.
Como no existe una verdadera separación entre las dos naturalezas, la individualidad intenta siempre influir con sensatez sobre la personalidad, pero ésta, que quiere ser independiente y libre, obra a su antojo, obedeciendo muy pocas veces a los impulsos que vienen de arriba. Aunque está animada, vivificada, alimentada, sostenida por la individualidad, se opone a ella hasta el día en que finalmente, gracias a los esfuerzos del hombre que ha trabajado con determinación y tenacidad en este sentido, la individualidad consigue infiltrarse en la personalidad para controlarla y dominarla. Entonces la personalidad se vuelve tan sumisa y obediente que se identifica con la individualidad; ésta es la verdadera fusión, el verdadero matrimonio, el auténtico amor.2 Esto es lo que, en la Ciencia esotérica, se llama llegar a “unir los dos extremos”. Uno de estos extremos es la personalidad, que es triple, como Cerbero, el perro de las tres cabezas que guardaba la entrada de los Infiernos; y el otro extremo es nuestra individualidad, que es también una trinidad,