Dolor y política. Marta Lamas
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Durante la larga marcha noté la presencia de grupos de jóvenes vestidas de negro, encapuchadas y cargando aerosoles y mazos. Parada en la esquina de Bucareli y Avenida Juárez, vi a un grupo de estas jóvenes actuar en rapidísima y concertada acción. Primero pintaron con aerosoles las cortinas metálicas de Banorte, para después rociar con gasolina unos trapos y prenderles fuego. El espectáculo era, al mismo tiempo, fascinante y amenazante. Yo estaba cerca, y a mi lado una mujer de unos sesenta años, pobremente vestida, empezó a mascullar con coraje una especie de letanía: “Que lo rompan todo, que lo quemen todo, que lo rompan todo, que lo quemen todo” durante largos minutos. Su rabia me estremeció. Más adelante otros grupos rompieron cristales e incluso atacaron a una mujer policía. Su organizado accionar en pequeños grupos, veloces y bien coordinados, provocó gritos de: “No violencia, no violencia” entre muchas de las asistentes. Hubo manifestantes que a su vez respondían: “No es violencia, es resistencia”. También algunas decían: “Fuimos todas”. ¿Qué significa que esas jóvenes de negro que se asumen feministas, igual que lo hacen las universitarias que han parado las clases en la unam, hayan elegido acciones agresivas, muy simbólicas (como prender fuego frente a las puertas de un banco) para expresar su protesta? ¿La declaración de su anticapitalismo y antipatriarcalismo requiere ser enfatizada con destrozos? Aunque ha habido antecedentes de este tipo de acciones, todavía resultan sorprendentes.
El lunes 9 de marzo se llevó a cabo el paro de labores, sin el impacto mediático que tuvo la marcha del día anterior. Sin embargo, al menos en la Ciudad de México, quedó clara la contribución del trabajo de las mujeres, pues muchos lugares tuvieron que suspender las actividades. Como bien señaló Lucía Melgar, el #8M y #9M fueron “un paso más por la justicia y la igualdad” (2020:16). Cinco días después de la marcha, el 13 de marzo el gobierno empezaría a alertar sobre el peligro de la covid y a insistir en su recomendación “Quédense en casa”. La pandemia forzó a las paristas de moffyl a terminar con la toma de las instalaciones de la Facultad, y el 14 de abril levantaron el paro y se retiraron, por considerar en riesgo su salud. Marisa Belausteguigoitia, profesora investigadora de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam relata:
Se fueron rumbo al Auditorio Che Guevara cantando “Somos malas y podemos ser peores y al que no le guste, se jode, se jode”, “Se va a caer”, “Ni de la Iglesia ni del Estado ni del marido ni del patrón, mi cuerpo es mío y sólo mío y sólo mía la decisión”. Enfundadas en negro, dejaban caer la cortina que cubrió la entrada de la Facultad por cinco meses y diez días. Suben a las redes un video que muestra los tres niveles de la Facultad “intacta”, en una toma móvil de los pasillos centrales. No muestran el estado de las coordinaciones, despojadas de todas las computadoras, con los anaqueles rotos y arrancados, las puertas hechas añicos por lo que parece ser un hacha. Añicos: trozos muy pequeños en los que se divide un objeto al romperse. No sabemos quién nos hizo añicos y quién nos despojó, pero sabemos que sucedió durante la toma. En todo caso, no denunciaron los robos, ni el despojo. Tampoco mencionaron el trabajo arduo de las autoridades, funcionarios y comunidad para responder a sus 11 demandas vinculadas a la erradicación de la violencia de género.
Dejaron sus pertenencias en uno de los salones más amplios de la Facultad. Exigen que se las cuiden y que ese espacio se les adjudique. Lo pueden todo. Romper y hacer creer en lo intacto; recibir respuestas y trabajo y convertirlo en límites a los que nunca se llega. Lanzar fuego, declararlo en las paredes y esconder la mano. Dicen que todo arderá, y arde con fuego que sus simpatizantes intentan preservar atacando con pedradas a los bomberos como sucedió en Azcapotzalco. No creo que de las cenizas salga nada renovado. No comulgo con la violencia. No creo que el castigo, la radicalidad ciega y la falta de palabra nos lleven a un cambio profundo y sostenido. No creo que así se vaya a caer algo tan sofisticado, complejo y estructural como el patriarcado (Belausteguigoitia 2020).
¿Cómo se llegó a este punto? Belausteguigoitia señala que las consignas pintadas en las paredes, como la de Vivas nos queremos, “dan cuenta de un dolor y una rabia monumentales” y reconoce que esas jóvenes heridas tienen toda su “empatía y apoyo”. Pero también registra frases e imágenes de odio a la unam (Muera el orgullo unam, UNAM Feminicida). Estas pintas han generado incomodidad y preocupación entre quienes valoran el estatuto de universidad pública de la unam, y temen que la derecha las aproveche para desprestigiar el proyecto de una universidad pública. Belausteguigoitia, quien además de ser profesora en la FFyL es feminista, reconoce que la unam se ha comprometido con esta lucha, una lucha inmensa, difícil, y piensa que: “la debilidad de los protocolos, y la de algunos directores y profesores que defienden a sus colegas sumen en el desconcierto y el dolor a las mujeres vulneradas”. El panorama a futuro se avizora complejo, y no sólo por la covid.
Este rápido sobrevuelo a las recientes movilizaciones en la Ciudad de México, que inevitablemente deja otras marchas y protestas fuera, me lleva a pensar de qué son síntoma. Tomo síntoma en la segunda acepción de la Real Academia: “Señal, indicio de una cosa que está sucediendo o va a suceder” (rae 1992:1337). El hecho de que jóvenes feministas le esparzan polvo de diamantina rosa (glitter) al jefe de policía o que estudiantes de una universidad pública ocupen las instalaciones, destrocen anaqueles y rompan computadoras, ¿de qué es síntoma? Obvio que el fenómeno de las protestas de jóvenes feministas se desarrolla junto con otros procesos políticos que están ocurriendo en nuestra región. Las jóvenes feministas mexicanas hacen “feminismo” de muchas formas, pero su esfera de acción más conocida es la calle, donde desarrollan prácticas que interrumpen y cuestionan la transmisión de valores patriarcales, capitalistas y racistas. Como es de esperarse, ciertas de sus actividades y protestas políticas (como los escraches o ciertos destrozos callejeros) no son compartidos por otras tendencias feministas. Cantidad de compañeras feministas discuten y disienten acerca de los límites de la protesta: ¿el fin justifica los medios? Aunque no están en disputa los hechos, el marco interpretativo varía. Unas consideran que con violencia no se combate a la violencia, que existen otros cauces para vehicular el descontento, que los destrozos no sientan un precedente precisamente ejemplar para “dar la batalla” en futuras causas. Sin embargo, otras recuerdan que para defender la libertad, para luchar contra opresiones de todo tipo, para defenderse de agresiones y para combatir por lo que se cree justo, ha sido indispensable utilizar la violencia. A mí también me preocupa lo que dice Wendy Brown respecto a no comprender adecuadamente lo que está pasando. Ella señala que nuestra época afronta un buen número de peligros políticos, muchos de los cuales han sido potenciados “por una comprensión inadecuada de las formas de poder específicamente posmodernas” (1995:33). Y claro, dudo y me pregunto si es adecuada la comprensión que tenemos acerca de estas nuevas configuraciones políticas.
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