Conversaciones Con Mi Abuela Materna. Dr. Juan Moisés De La Serna
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También de ella he recibido mucho, tanto en aspectos positivos y memorables, como en desgracias que quisiera poder olvidar.
Entre los acontecimientos más dolorosos que he vivido han sido la pérdida de dos de mis hijos, uno al poco de nacer y otro a los tres años, y por supuesto, la pérdida de mi hijo mayor.
Pero éste último, gracias al Cielo, tuvo la dicha de haber podido disfrutar de una vida plena, por lo menos durante los cuarenta años que vivió, antes de que un cáncer de páncreas le arrebatase la vida.
Es su ausencia la que he echado especialmente en falta en el día de hoy. Bueno y también la de su mujer, de la cual no he tenido noticias desde que falleció mi hijo, de cuya relación no había tenido descendencia.
En total nos hemos reunido nueve personas, sin contarme a mí. Siete adultos, entre hijos, nueras, nietos y esposas de mis nietos, y dos bisnietos aún pequeños.
Mi marido, por desgracia, ya hace años que dejó de estar a mi lado, aunque sé, y así le siento, que siempre está conmigo, y es quien me consuela y apoya cuando me encuentro sola en casa.
Aquí han estado mis dos hijos, los que han sobrevivido al paso de los años con sus mujeres y mis tres nietos.
Uno del segundo, que ahora es el mayor, y dos del siguiente, un chico y una chica, de ella son mis dos revoltosos bisnietos, que no han parado quietos en todo el día, comprensible para su corta edad, de uno y tres años.
Mi nieta, es mi preferida, entre todos ya que es con quien mejor me llevo, aunque apenas nos podemos ver, pues vive en otra ciudad.
Todos se han reunido hoy alrededor de mi mesa para celebrar mi cumpleaños, ese momento, que a pesar de ser insignificante, pues el sol sale y se pone como en el resto de los días, en éste se celebra la conmemoración de mi nacimiento; la venida a éste mundo, hace ya más de noventa años.
Estaba pensando en la suerte que había tenido al poderlos tener a todos reunidos a pesar de sus muchas y múltiples obligaciones, mientras me levanté para ir a la cocina a por un vaso de agua.
A pesar de mi gran familia, estoy acostumbrada a vivir sola en casa, pues la muchacha que me asiste únicamente viene unas horas para fregar, barrer y limpiar.
Aunque a medio día siempre suele aparecer uno de mis hijos que a veces trae comida preparada, y tras comer conmigo se va para atender sus múltiples ocupaciones.
Por la tarde, suelo quedar con alguna amiga, a la que voy a visitar a su casa o viene a la mía para charlar y tomar café.
Así van sucediéndose los días sin que se produzca ningún sobresalto en mi vida, pero tampoco lo necesito.
Ya tuve quince años y también treinta, y los viví y disfruté intensamente, y ahora tengo que adecuar mi modo de vida a mis posibilidades y a mi edad.
Por suerte la memoria no me ha fallado todavía, es cierto, que a veces se me olvida en qué día vivo, incluso puede que en alguna ocasión no recuerde si he desayunado o no por la mañana, pero estos son aspectos sin trascendencia.
Lo que de verdad es importante está intacto, los recuerdos de la vida, mi familia y las amistades que he tenido, aquellos lugares en los que he vivido o visitado, tantas y tantas actividades que he realizado, eso permanece y me hace sentir que he disfrutado de una vida plena.
Las tardes lluviosas, en que no me decido a salir y cuando sé que mis amigas no van a poder venir, me gusta coger los portarretratos y mirar las fotos, repasando cada una de ellas, cerrando los ojos para volver a vivir lo que me sucedió en ese momento, recordando con quién estaba, cómo me sentía,… reviviendo las muchas experiencias positivas que me regalaron mis hijos, desde sus primeros pasos, pasando por sus juegos en la calle y sus nervios con las primeras parejas,… hasta ahora, en que cada uno vive en su casa con su familia.
Todos y cada uno de esos insignificantes detalles que una madre va guardando en su corazón cual preciado tesoro y que, aunque parezcan una tontería, me alegran el día.
Soy consciente que cada uno ya es mayor con sus ocupaciones y su vida, pero en el fondo quisiera que compartiesen más tiempo conmigo, aunque fuese sólo permaneciendo sentado junto a mí viendo la televisión.
No creo que sea mucho pedir por tanto y tanto como que les he dado en esfuerzo y cariño. No es que me queje, pues sería muy egoísta por mi parte pedírselo, pero creo que de ésta forma las tardes se me harían menos largas.
De entre todas aquellas fotos de familia, la que más me gusta mirar es el retrato de mi marido, el cual falleció hace más de quince años.
Al principio no quise ni verlo en foto, por lo que destruí todas las que había en que apareciésemos juntos, pues tal era el dolor de su pérdida que no quería ni recordarle.
Con el tiempo ese dolor se fue mitigando, cual rescoldos de una hoguera que se deja apagar, aunque no ha llegado a cicatrizar del todo, pues en algunos momentos, sobre todo cuando me encuentro a solas, a veces me entra una gran pena que me dan ganas de meterme en la cama y llorar durante horas.
Las pocas fotos que sobrevivieron de aquellos primeros momentos de rabia y tristeza las guardé en un cajón que no abrí durante años, trascurrido los cuales, y a pesar de lo deteriorada que estaban algunas por el paso del tiempo, las coloqué en los portarretratos junto con el resto de mis recuerdos familiares.
Una de ellas, en que aparecía mi marido sonriente, la enmarqué y la puse en la mesilla de noche, de ésta manera le tendría a mi lado cuando me fuese a acostar y así su recuerdo siempre permanecería conmigo.
Pero de forma incomprensible para mí, poco a poco las fotos se convirtieron solamente en eso, en fotos, cual postal que recibes sobre lugares que no has visitado.
Ellas ahora sólo contenían imágenes estáticas de un pasado, al cual podía acceder, cada vez con mayor dificultad, cerrando los ojos tratando de recuperar unos recuerdos que creía grabados a fuego en mi memoria, pero de ello ahora ni quedaba rastro de aquel calor.
Era mucho lo vivido y me disgustaba pensar que llegaría un día en que no recordase aquello que había acumulado durante tantísimos años y que con tanto mimo y esfuerzo había mantenido en mi memoria.
A veces me entraban ganas de empezar a hablar y hablar, contándole toda mi vida a alguien, para compartir mis experiencias con todos los matices que todavía alcanzaba a recordar, para que no se perdiese en el olvido, para que hubiese quien conociese aquello que había sido mi existencia pero tenía reparos en hacerlo, pues no quería que nadie cargase con mis penas, ya que cada cual ya tiene suficiente con su propia vida como para que además alguien tuviese que cargar con la de otro.
Todo eso lo pensé de camino a la cocina desde el dormitorio, cuando llegué a la nevera, cogí la botella de agua y me dispuse a beberme un vaso, a pesar de que contravenía las recomendaciones de mi médico, el cual me había indicado en numerosas ocasiones que no tomase comidas ni bebidas frías, pero ¿quién me lo iba a impedir dentro de mi casa?, además para mí era una costumbre, ya eran muchos años haciéndolo, y si hasta este momento no me ha sentado mal no creo que me vaya a perjudicar ahora.
Me serví un vaso y dejé de nuevo la botella en la nevera. Tras bebérmelo lentamente, dejé el vaso sobre la encimera e inicié