La libertad, conquista del espíritu. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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El ideal del intelecto es el conocimiento, y para alcanzar este ideal necesita alimentarse y el alimento es el pensamiento. Claro que cuando yo digo “pensamiento” podemos entender también, como para el corazón, los malos pensamientos, pues existen todo tipo de pensamientos, pero aquí, de nuevo, sólo hablaremos de los pensamientos elevados y de los más luminosos. Es el pensamiento el que alimenta al intelecto; si no pensáis, no sabréis nada. Algunos dicen: “¿Para qué romperse la cabeza?, no hay que pensar demasiado, es peligroso, se vuelve uno loco...” Sí, uno se vuelve loco si piensa mal.
Pero el pensamiento justo y claro es el mejor alimento para el intelecto. Si no alimentáis vuestro intelecto, éste se ensombrece, se debilita; lo dejáis morir de hambre. Pero para comprar los mejores pensamientos es necesario el dinero, y el dinero, en este caso, es la sabiduría. Solamente la sabiduría puede permitiros comprar los mejores pensamientos, gracias a los cuales vuestro intelecto obtendrá la luz que busca. La sabiduría es el dinero... o mejor dicho, el oro, el oro que viene del sol. Sí, la sabiduría, el oro espiritual, viene del sol. Con este oro podéis comprar de todo en los almacenes celestes, exactamente como con el oro material podéis comprar todo lo queréis en los almacenes terrestres. Cuando os presentáis ante las entidades de arriba para pedir lo que deseáis ellas comprueban si tenéis oro y, si es así, llenan vuestras bolsas de provisiones, si no, no os dan nada.
Para ganar este oro es necesario trabajar; hay que leer, estudiar, reflexionar, meditar; y si no se menciona que en este último caso para obtener este oro es necesario ir a contemplar la salida del sol, pues bien, podéis añadir lo siguiente: es preciso en primavera y en verano contemplar la salida del sol para obtener el oro solar.
¿Y el ideal del alma? Posiblemente os sorprenderéis, pero lo que el alma pide no es ni el conocimiento, ni la luz, ni la felicidad. Su ideal es el espacio, la inmensidad; tiene necesidad de una cosa: de dilatarse, ensancharse, extenderse hasta abrazar el infinito, porque ese es su ideal. Si la limitamos, se siente infeliz. El alma humana es una parte del Alma universal y se siente en nosotros tan limitada, tan ahogada, que su único deseo es poder expansionarse en el espacio. Generalmente nos imaginamos que el alma está totalmente contenida dentro del hombre; en realidad no es así; es una pequeña parte la que está dentro del hombre, todo el resto se encuentra fuera de él y lleva una vida independiente dentro del océano cósmico. Pero como el Alma universal tiene proyectos para nosotros y anhela poder animarnos, vivificarnos, embellecernos, intenta penetrar en nosotros para impregnarnos más y más. Nuestra alma no se limita pues a nosotros, es algo mucho más amplio, que se extiende hacia la inmensidad, hacia el espacio infinito.
Mas para alcanzar este ideal, el alma tiene necesidad también de ser reforzada y existe para ella una alimentación apropiada: todas las cualidades de la conciencia superior, la impersonalidad, la abnegación, el sacrificio, todo aquello que empuja al ser humano a traspasar sus límites, a vencer su egocentrismo. Todas las actitudes personales, egoístas, ponen límites, separan. En cuanto uno dice: “Esto es mío”, introducimos una separación, mientras que las actitudes impersonales alejan y derriban todas las barreras.
Para procurar al alma su alimento también se necesita dinero, y este dinero, es decir, el único medio que permite al alma ensancharse hasta el infinito, es la expansión, la fusión, el éxtasis. La actividad que permite alcanzar este estado sublime es la oración, la adoración, la contemplación. La oración es una búsqueda del resplandor divino, y en cuanto el hombre consigue entrar en contacto con este resplandor, experimenta una expansión tal que se siente como arrancado de su cuerpo. Esto es el éxtasis. Todos aquellos que han conocido el éxtasis lo han dicho: no estaban sobre la tierra en su cuerpo físico limitado, se encontraban sumergidos, fundidos en el Alma universal, enteramente fusionados con Ella.
El alma es el principio femenino por excelencia, el principio femenino maravilloso, divinamente resumido. El espíritu es la expresión divina del principio masculino. El intelecto y el corazón representan también los principios masculino y femenino, pero a un nivel inferior. Esta alternancia de los dos principios se repite en todas las regiones del universo, pero bajo diferentes aspectos; positivo y negativo, emisor y receptor... por todas partes no encontraréis otra cosa que los principios masculino y femenino. ¿Qué pide el espíritu? No busca ni el espacio ni el conocimiento, ni la felicidad, ni el poder, ni la salud. No, nada de todo eso, porque jamás se siente enfermo, débil, infeliz, melancólico o apagado. El espíritu no pide más que una cosa: la eternidad. Por ser su esencia inmortal, no se deja limitar por el tiempo, quiere la eternidad. Al igual que el alma tiene al espacio por ámbito, el espíritu tiene por ámbito el tiempo. Es por esto que puedo decir a los físicos y a los filósofos que jamás comprenderán la naturaleza del espacio y del tiempo si no comprenden la naturaleza del alma y del espíritu. Porque el espacio y el tiempo son nociones de una cuarta dimensión que corresponden al alma y al espíritu. Los hombres de ciencia no podrán jamás traspasar los misterios del tiempo y el espacio, en tanto que por su alma y su espíritu no hayan trabajado conscientemente sobre las nociones de infinito y de eternidad.
Para obtener la eternidad, o más exactamente para hacerla descender hasta la conciencia humana, ya que ella misma por naturaleza es eterna, el espíritu tiene necesidad du un alimento. ¿Estáis sorprendidos de que el espíritu tenga necesidad de un alimento? Ya os dije un día que el mismo Señor se alimenta... Y la alimentación del espíritu, es la libertad. Si el alma tiene necesidad de dilatarse, el espíritu tiene necesidad de cortar todas las ataduras que le retienen en el tiempo.
Pero la libertad se compra y, para obtenerla, el espíritu debe poseer en abundancia ese dinero que es la verdad. No son ni la sabiduría, ni el amor los que podrán liberar al espíritu, sino solamente la verdad. Cada verdad que lleguéis a conseguir sobre tal o cuál asunto, os da la posibilidad de liberar ciertas trabas. Jesús decía: “Conoced la verdad y la verdad os hará libres...” Sí, la verdad os libera. Diréis: “¿Y el amor?” ¡Ah, el amor, más bien os encadena, os ata! ¿Queréis ligaros a algo, a alguien? Llamad al amor; nada os atará tan profundamente como él. ¿Queréis liberaros? Llamad a la verdad. Una prueba: observad lo que sucede con los ancianos: conocer la verdad; la verdad los libera y he aquí que, liberados de este mundo, se van tranquilamente al otro. En cambio, cuando estamos enamorados, no queremos liberarnos, querríamos permanecer en la tierra para estar con el otro y abrazarnos... Reflexionad y veréis que estamos de acuerdo.
Mas para poseer esta verdad hay una actividad, un trabajo a realizar, y este trabajo es la identificación con el Creador. En esta identificación nos acercamos a El, nos fusionamos, nos volvemos uno con El y poseemos la verdad. Cuando Jesús decía: “Mi Padre y yo somos uno”, resumía este proceso de identificación. Mediante el trabajo