El niño problema. Guillermo Javier Nogueira
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Subyacentes se mantienen las dos preguntas fundamentales: el problema mente-materia y el problema naturaleza-cultura. Según cómo intentemos resolver el primero, nos aproximaremos a la solución del segundo o, por el contrario, podemos considerar ambos insolubles o innecesarios como los sostienen algunos autores.
El hombre
Si nos interesamos por ese ser vivo tan especial para nosotros como es el hombre también nos estaremos interesando por nosotros mismos siendo hombres. Dificultad mayor, ya que tendremos la limitación que impone una estructura cognoscente intentando conocerse a sí misma. Por otra parte son hombres quienes enseñan y aprenden, de allí que sea insoslayable acercarnos a su conocimiento.
El niño no es más que un cachorro del hombre, su proyecto. El hombre tal como nos reconocemos hoy, tiene una corta vida en tiempos planetarios: aproximadamente 40.000 años. Nuevos descubrimientos cambian este dato y también el lugar de inicio, la dirección de las migraciones y sus culturas obligando a nuevos planteos. Es interesante pensar que los homínidos que nos precedieron también tienen una corta historia en términos planetarios: entre 200.000 años el homo sapiens y 160.000 el homo erectus. De pronto aparece el “gran salto” y se instala el hombre actual con una historia más reciente, una notable cultura y capacidad de generar cambios. Parece muy exitoso y es dominante. Siguen los “descubrimientos” y aparecen nuevas hipótesis según las cuales los diferentes homínidos habrían convivido con una progresiva homogeneización hasta llegar al hombre moderno. Vemos entonces que el hombre actual es un animal con alguna diferencia de sus antecesores. ¿En qué radica la diferencia y cuál es la base para ella?
El avance de la biología molecular y de la genética, con la determinación ahora posible del genoma humano, nos muestra que sorprendentemente diferimos en no más de un 3% de los genes de un vertebrado y en no más de 1-2% de un homínido cercano (gorila, chimpancé). Por otro lado, también podemos adentrarnos un poco más y evaluar con más precisión las diferencias entre los propios seres humanos en términos de especies o etnias, su evolución y distribución geográfica, como elegantemente elabora Cavalli-Sforza.
Son reconocibles semejanzas y diferencias entre otros homínidos y nosotros. Una conclusión a la que se ha llegado es que las diferencias conductuales tienen que ver con ese 1-2% de los 30.000 genes conocidos y relacionados con la constitución y configuración del cerebro; no solamente por el tamaño y población neuronal, sino también por la arquitectura. Buena parte está concentrada en el lóbulo frontal y especialmente en la parte anterior llamada prefrontal. Alexander Luria, anticipándose, lo llamaba la sede de la inteligencia. Hoy se agregan a él los ganglios basales y el cerebelo.
La consideración actual se ha desplazado del corticocentrismo a un modelo córtico-subcortical avalado por la anatomía comparada, la anatomía evolutiva y las neuroimágenes funcionales. No necesariamente la última adquisición evolutiva o la más nueva (el neocortex) alcanzan para dar cuenta por sí solas de nuestras conductas. Es en realidad el desarrollo de circuitos más extensos, con mayor número de conexiones y mayor complejidad, pero segregados por funciones, lo que se avizora como determinante de conductas complejas. Aparece la idea y las demostraciones del procesamiento en redes distribuidas y el fenómeno de convergencia-divergencia que permiten explicar la coexistencia de múltiples causas para un mismo efecto y de una causa única para múltiples efectos.
Otros avances nos llevan a replanteos interesantes. Por ejemplo: si bien individualizamos neuronas, las mismas pueden tener funciones variables según su ubicación en una red y dependiendo de los estímulos que le llegan. Estamos frente a un sistema plástico cambiante. Como novedad, se comienza a conocer que las células gliales tienen identidad según su variedad y según las neuronas y circuitos con los que se asocian.
A nuestro cerebro llegan estímulos como formas variadas de energía para los que tenemos los sensores adecuados; fotones que impactan la retina (luz), vibraciones que crean variaciones en las células de la cóclea (sonido), sustancias que modifican las papilas gustativas y las terminaciones olfatorias (gusto y olfato), estiramiento, deformación, energía calórica, movimiento de endolinfa en los canales semicirculares del laberinto (posición y movimiento). Por su funcionamiento tenemos sensaciones con un primer nivel de organización, pero aún no demostrado con precisión para todas las modalidades.
Es la llegada al cerebro y su ulterior procesamiento lo que convertirá la información inicial en percepción al circular por diferentes redes y circuitos con un grado creciente de complejidad. Una idea a tener en cuenta es que la información no “termina” en ningún lado. De hecho pasará por redes diversas estabilizando sinapsis-conexiones- preexistentes o creando nuevas. Lo preexistente condicionará parcialmente lo entrante, de allí que no todos los estímulos y aún aquellos similares pueden seguir derroteros diferentes y cambiantes. Este complejo sistema con sus memorias, dirigirá su atención a los estímulos, los valorará en función de escalas transmitidas o fundadas por el sujeto en su convivencia y las guardará como tales o modificadas para su uso futuro, generando un ciclo de recursividad en que la información vuelve sobre sí misma actualizada. Las respuestas-ejecuciones, que son acciones motrices, siguen un camino similar por el que son activadas o inhibidas. Forman parte de una compleja red: el sistema ejecutivo enlazado con el anterior. Las salidas ejecutivas son a su vez estímulos reentrantes para el mismo sujeto o para su entorno, con lo que podrá cotejar intenciones, deseos, objetivos para sí y en relación con los otros, juzgar su efecto como apropiado o inapropiado, esperado o inesperado y así seguir adelante, cambiar o parar.
Nuevamente el descubrimiento de las neuronas espejo y las neuronas canónicas revolucionan nuestro pensamiento. La parcelación compartimental entre sensorial y motor, no se da en estas neuronas conocidas como motoras que se activan ante estímulos sensoriales muy particulares y vitales como gestos, expresiones faciales, movimientos bucales, que llevan a algunos autores a pensar su existencia evolutiva como base en la génesis del lenguaje.
La mayor parte de estos procesamientos se automatiza y pasan a ser finalmente inconscientes como todos los aprendizajes. La automatización es eficiente en términos de utilización y disponibilidad de recursos, lo que se traduce en un breve tiempo de respuesta, dando la apariencia de inexistencia de procesamiento previo. Por ello creemos ser generadores voluntarios y ejecutores instantáneos de nuestras conductas. Todavía estamos lejos de conocer la intimidad de este fenómeno.
Guardamos esquemas de procesamiento de las sensopercepciones y de las acciones/ejecuciones disponibles para su utilización inmediata sin necesidad de pasar por todo el proceso con el cual se constituyeron previamente. La inteligencia puede verse como la capacidad para activar estos dispositivos disponibles en forma ajustada a las circunstancias. La creatividad sería la capacidad de seleccionar y generar recursos ante estímulos nuevos o circunstancias no previstas, provenientes tanto del exterior como del interior del sujeto y de generar a partir de ellos, algún esquema nuevo y satisfactorio en primer lugar para sí mismo y adicionalmente para la comunidad.
La valoración de los estímulos tiene siempre como norte primario la supervivencia del sujeto y a veces la del grupo cercano, la sociedad y la especie. Esto es así porque apetencias y rechazos, placer y displacer, mantenimiento de la homeostasis, miedo, ira y todo aquello que denominamos rasgos del carácter, dependen y se originan en estructuras cerebrales compartidas con numerosas especies y que apuntan a la supervivencia. Estas estructuras se vinculan a su vez con otras que se asocian para lograr más complejidad, ajuste y flexibilidad. Un ejemplo de ello es el sistema límbico. En su conjunto constituyen la “esfera vital” en el modelo goldariano y representan también lo que Antonio Damasio describe como