El niño problema. Guillermo Javier Nogueira
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4. Las particularidades de su cerebro, con sus memorias y el lenguaje, posibilitan a su vez conductas organizadas en secuencias temporales anticipatorias e intencionales. Puede convencer y también engañar y suponer con razonable certeza lo que piensan sus semejantes. Esto va adquiriendo mayor relevancia y es abordado bajo la denominación de teoría de la mente. Merced a ella puede desarrollar estrategias, ponerlas a prueba, guardarlas como memorias si son exitosas o para evitar repeticiones en el fracaso. En todo caso podrá utilizarlas según convenga, con un importante ahorro de recursos cognitivos. También puede flexibilizar las mismas para lograr nuevos y mejores ajustes a situaciones novedosas o cambiantes.
La mayor parte de las particularidades aquí señaladas, pueden ser reunidas bajo la denominación de funciones ejecutivas y sus conductas inteligentes. Le pertenecen en exclusividad al menos por su magnitud y tienen su sede en el lóbulo frontal, más precisamente en la parte anterior del mismo, el prefrontal, que adquiere su mayor desarrollo en los homínidos y particularmente en el hombre, sin excluir otras estructuras cerebrales conectadas con él, en particular el cerebelo, que ha dejado de ser considerado solamente en relación con el movimiento para incluir sus aportes a una extensa variedad de conductas complejas.
5. La peculiar oposición del dedo pulgar, que motivara tantos estudios, parece hoy día un dato menor en comparación con lo anterior.
Lo humano
Hasta aquí me he limitado a una caracterización unidimensional del hombre: ser un animal un tanto especial. Si bien esta característica es basal, constitutiva, no agota los componentes característicos del hombre.
Existe otro ámbito, no tangible, pero no por ello inexistente: lo mental. Es precisamente en este ámbito donde se da la génesis de esas conductas que definiríamos como complejas y específicamente humanas.
Si bien podemos comenzar con el planteo cartesiano: puedo dudar de todo menos de que pienso, luego existo, esto deja sin resolver el origen del pensamiento o de la existencia misma. El mismo Descartes lo pone oscuramente en el cerebro y de esa manera intenta salir del atolladero de explicar cómo algo inmaterial, el pensamiento, lo mental, se vincula con algo material como el hombre animal y ese órgano del mismo al que alude.
Divide el estudio en la res cogitans que reserva para los filósofos y la res extensa, destinada a los biólogos. No obstante este aparente dualismo que se instaura a posteriori como dominante, Descartes consideraba que el pensamiento y la existencia se dan como una unidad constitutiva del ser pensante. Pienso al mismo tiempo que existo y es mi existencia biológica razón de ser de mi pensamiento, y es este el que da cuenta de mi existencia biológica. Esto pone en escena el problema mente-materia.
Resolver este problema es objeto de preocupación tanto de filósofos como de biólogos. Van del idealismo extremo de Berkeley: es la mente la que da existencia y configura al universo, al reduccionismo materialista extremo que niega la existencia de lo mental, suponiendo que el avance en el conocimiento de la estructura y funcionamiento cerebral darán cuenta de lo mental. Estas dos posturas tienen la ventaja de mantenerse en el monismo, pero a costa de un reduccionismo extremo.
Por el contrario, el suponer mente y cerebro como dos entidades existentes pero distintas, obliga a intentar demostrar la vinculación entre ambas. Es el dualismo y sus variantes. En realidad no resuelve el problema, pues la demostración del vínculo está plagada de dificultades y cuestionamientos provenientes en su mayoría del ámbito filosófico. Existen algunas posturas atractivas como el epifenomenismo, que utiliza la metáfora del cerebro productor de mente, como el hígado es productor de bilis. Otra postura consiste en considerar la existencia de un dualismo de medios al solo fin de abordar el problema en búsqueda de unidad. Desde múltiples caminos se llega a esta encrucijada. Los filósofos lo hacen en su intento de responder a esa pregunta ineludible: ¿Qué es el hombre?, y también los lingüistas en la búsqueda de explicaciones sobre el lenguaje. Desde el otro lado están los biólogos y todos aquellos interesados en las conductas humanas al plantearse preguntas tan básicas y duras como qué es la vida, el sentido de la misma, la interacción recíproca con el medio o las intenciones. La biología sola por ahora y a pesar de los notables avances en las neurociencias no parece tener respuestas indiscutibles. Algunos piensan que quizás nunca las tengamos ya que corremos en pos de un horizonte que constantemente se aleja. Si bien eso parece cierto, vale la pena ir en esa dirección, de lo contrario podemos caer en la inacción o en la aceptación resignada de un más allá igualmente dudoso, inalcanzable y poco beneficioso evolutivamente. Eduardo Galeano lo dice reflexivamente cuando se pregunta para qué nos sirve movernos en pos de un horizonte que siempre se corre y al que llama utopía, y se responde esperanzadoramente: pues para movernos.
La inmovilidad equivale a la muerte. El movernos es al menos una manera de intentar conjurarla. La ciencia apunta en ese sentido considerando la búsqueda de la inmortalidad como revolucionaria y subversiva de lo dado.
En realidad el problema mente-materia implica al problema de la causalidad psíquica. Todo intento de respuesta dirigido desde lo biológico hacia lo mental debe contemplar la inversa para ser sustentable y válido, en particular cuando es analizado desde la filosofía.
La pregunta por el hombre o por el ser humano puede ampliarse o reformularse como la pregunta por aquello humano, distintivo de los seres humanos y que los hace únicos. Es la Teoría de la Excepcionalidad Humana.
Podemos pensar que el hombre es simplemente un animal diferente dentro de la naturaleza. Este reduccionismo no nos resulta satisfactorio y además sería de un darwinismo extremo, penoso para nuestro narcisismo. En tanto que con Descartes no dudamos de nuestra existencia y de nuestro pensamiento, la excepción sería aquello que nos coloca por fuera de la naturaleza sin dejar de reconocer que pertenecemos a ella. El pensamiento sería entonces el separador, pero para nuestra excepcionalidad debería ser privativo de los humanos y separable de la biología, base de nuestra existencia junto a la de todos los seres vivos. Una posibilidad es aceptar que la evolución biológica va pari passu con la posibilidad del pensar. Este sería un atributo que si bien es natural no es poseído al menos por todos animales y por lo tanto nos coloca como excepción. Otra alternativa es pensarnos como “creados” por un Dios, que nos elige y nos hace a “imagen y semejanza”. Creacionismo versus naturalismo. La controversia sigue y no es fácil escapar si se piensa rigurosamente. La excepción puede también vérsela en el hecho de que es el hombre como sujeto de sí mismo quien piensa, reconoce sus componentes y se autoconfigura. Se subjetiva a sí mismo al contemplarse como un objeto más. Otra opción es que un semejante u otros miembros de la naturaleza nos configuren al objetivarnos, y por lo tanto nos consideren semejantes formando parte de ella.
Una interesante propuesta es la de Julio Moreno, quien considera lo humano de los humanos como una “falla” de lo biológico; entendiendo como falla el escape del determinismo mecanicista de lo biológico. El hombre desafía las leyes de la naturaleza, la modifica y es modificado por ella. Aparece lo aleatorio, la libertad y la posibilidad de decidir acertando o errando.
Se han hecho enormes avances, pero que no agotan el tema. Según Jean-Pierre Changeux, debemos estudiar las ligazones por las cuales seres humanos con una estructura biológica similar con enormes –¿infinitas?– posibilidades de conectividad, direccionan los estímulos/información de una manera absolutamente individual que los caracterizará en su singularidad.
El lenguaje puede ayudarnos a visualizar este planteo: ¿cómo a partir de unos pocos sonidos, un niño desarrolla vertiginosamente un lenguaje, rico, variado y personal? No sabe cómo lo logra, no puede dar cuenta de ello, pero reitera un fenómeno universal. Noam Chomsky propone para ello una estructura igualmente universal subyacente en el cerebro, con la cultura como variante y por ello hay lenguas. Es real que