Jesús maestro interior 2. José Antonio Pagola Elorza

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Jesús maestro interior 2 - José Antonio Pagola Elorza Fuera de Colección

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de su bondad… Cuando confiamos en él, todo cambia en nuestra vida… Nos disponemos a un silencio contemplativo.

      – El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? (Salmo 26,1).

      – Soy pobre y desgraciado, pero el Señor cuida de mí (Salmo 39,18).

      – Tú, Señor, me ayudas y consuelas (Salmo 85,17).

      COMPROMISO

      Concretamos el compromiso para traducir la lectura orante del Evangelio a nuestra vida:

      – Concreto mi compromiso para toda la semana.

      – Tomo una decisión para un tiempo definido.

      – Reviso el compromiso tomado con anterioridad.

      – Concreto algún gesto especial.

      ***

      PADRE

      Padre:

      me pongo en tus manos.

      Haz de mí lo que quieras.

      Sea lo que sea,

      te doy gracias.

      Estoy dispuesto a todo.

      Lo acepto todo,

      con tal de que tu voluntad

      se cumpla en mí

      y en todas tus criaturas.

      No deseo nada más, Padre.

      Yo te ofrezco mi alma

      y te la doy

      con todo el amor de que soy capaz.

      Porque deseo darme,

      ponerme en tus manos

      sin medida,

      con infinita confianza,

      porque tú eres

      mi Padre.

      (Carlos de Foucauld)

      Canto: «Padre»

      Padre, Padre, ¡venga tu Reino! (bis)

      Pedid… Buscad… Llamad… Creed…

      STJ, CD Dentro 17

      [email protected]

      CAPÍTULO 2

      ACOGER EL ESPÍRITU DE JESÚS

      Signos de nuestro tiempo:

      un movimiento contracultural sorprendente

      De modo inesperado, pero con fuerza creciente, está emergiendo en la sociedad posmoderna un movimiento contracultural sorprendente. Está creciendo el deseo de trascendencia, la búsqueda de interioridad, la práctica de la meditación, el deseo de silencio y el hambre de espiritualidad.

      Este fenómeno es, sin duda, signo de que no pocas personas ya no encuentran en la sociedad del bienestar y el consumismo lo que necesitan para sentirse bien. No les basta con satisfacer las necesidades que provienen del exterior, alimentadas muchas veces de manera artificial por la misma sociedad de consumo. Necesitan encontrar respuesta a los anhelos que brotan en el interior del ser humano.

      Este interés por las cuestiones del espíritu no tiene precedentes. Se está produciendo tanto dentro como fuera de las religiones, entre creyentes y no creyentes. No todos buscan lo mismo. Esta hambre de espiritualidad aparece bajo forma de corrientes y caminos diferentes y hasta contradictorios. No es lo mismo iniciarse en la espiritualidad de Teresa de Jesús que organizar unas jornadas de mindfulness para mejorar la atención mental, evitar el estrés y contribuir al mismo tiempo al rendimiento en la empresa que las organiza. En medio de tal confusión y ambigüedad puede ser oportuno señalar algunos rasgos básicos de la espiritualidad cristiana.

      El punto de partida de esta espiritualidad es el seguimiento a Jesús. Esto no consiste en seguir una idea, un programa o una doctrina, sino en seguir a Jesús sin condiciones. Más en concreto, consiste en «la forma de vida que se deja guiar por el Espíritu de Cristo» (Juan Antonio Estrada). Es decir, la espiritualidad cristiana abarca no solo la interioridad, sino la vida entera, la existencia concreta de cada día, vivida según el Espíritu de Jesús.

      El objetivo de la espiritualidad cristiana no es la propia perfección espiritual, la adquisición de virtudes, el crecimiento interior…, sino la vida enteramente disponible a la acción del Espíritu de Jesús en nosotros.

      Esta vida según el Espíritu de Jesús consiste en «vivir el Evangelio de una forma concreta, movidos por su Espíritu» (Gustavo Gutiérrez). Es decir, un estilo de vivir el Evangelio día a día en cualquier situación, reaccionando de forma coherente con el Evangelio en toda su radicalidad.

      Esto significa estar disponible para vivir abriendo caminos al proyecto humanizador de Dios que Jesús llamaba «reino de Dios». Esta entrega al reino de Dios es el principio estructurante de la espiritualidad cristiana y del mensaje de Jesús. Se concreta en trabajar por un mundo más justo, más digno y dichoso para todos, empezando por los últimos.

      Y, como dice J. M. Castillo, «esto no meramente por un proyecto de justicia social, sino porque constituye la realización, ya en este mundo, de la gran familia de Dios, o sea, la forma de convivencia humana en la que Dios resulta efectivamente el Padre de todos y, por tanto, todos son hermanos y solidarios. A sabiendas de que la realización plena solo se alcanzará más allá de la historia».

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