Caminos de reconciliación. Pablo Romero Buccicardi
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La presión sobre Rodrigo y su madre fue creciendo. Un tío le exigió a ella que echara a su hijo a la calle para que le apedrearan y que luego lo denunciara a la policía. La familia debía mostrar que rechazaba lo que pasaba. Y, ante la negativa de la madre, fue el tío quien lo denunció. «No sé si algún día le voy a perdonar eso... era el hermano de mi mamá», se lamenta Rodrigo.
Fuera de casa
Tras la denuncia, la madre le pidió que se fuera a vivir a otro pueblo hasta que las cosas se tranquilizaran. Rodrigo hizo caso y partió. Allí estuvo casi un año sin entrar en contacto ni saber de su madre. Pese a eso, las cosas no mejoraron sustancialmente. Y lo que más le dolía, la persecución a ella continuó: «No dejaron de molestarla... Un día le quitaron el techo de su apartamento... Sus hermanos no la hablaban».
Así y todo, después de un año, su madre le envió a decir que volviera a Yaundé, aunque no a casa. La ilusión era que esa distancia sería suficiente para poder continuar la vida con más tranquilidad. Y al principio Rodrigo lo logró medianamente, e incluso pudo iniciar una relación de pareja que considera, hasta la fecha, «la más importante de su vida». Se llamaba Juan y estuvieron juntos los tres años siguientes, queriéndose clandestinamente en Yaundé. Fue su gran compañía durante esos años, tratando de vivir el presente, porque el futuro no se veía prometedor. De hecho, todo acabó cuando Juan partió a Alemania a estudiar. ¿Decisión de su familia? ¿Decisión de Juan? Rodrigo no lo sabe, pero el hecho es que, tras su partida, cuando preguntó por él a sus parientes, le dijeron que no debía buscarlo más: «Su familia me conocía en principio como amigo, pero una de sus hermanas sabía que yo era gay...».
La partida de Juan fue, en palabras de Rodrigo, «un momento fuerte... Me quedé solo». Las persecuciones derivadas de su familia, encima, hacía un tiempo que se habían retomado con fuerza. Un día, en Yaundé, tratándole de maricón, unas personas le pegaron y le quitaron la cartera. Ahí Rodrigo se dio cuenta de que en esa ciudad nunca podría vivir tranquilo. Tenía que salir. Si se quedaba allí, «terminarían matándome».
Palizas y aberraciones
Rodrigo partió entonces a vivir a Duala –capital económica de Camerún– junto a su hermano pequeño. Allí, a más de 200 kilómetros de distancia del resto de su familia, se ilusionó con conseguir la paz y poder vivir con más libertad. Y, al comienzo, las cosas marcharon mejor: consiguió trabajo, empezó a hacer amigos y, poco a poco, fue encontrando compañeros con los cuales poder transparentar su ser homosexual. Sin embargo, la tranquilidad nuevamente se rompió al poco tiempo, y de modo violento.
Primero fueron unos hombres que llegaron a su casa. Rodrigo no los conocía, «pero ellos sí, y sabían que yo era gay». Probablemente, lo habían visto con otros amigos o se había corrido ya el rumor en el barrio. «Llegaron a casa a pegarme, diciendo que me conocían bien y que la próxima vez vendrían a matarme... Dijeron que sabían quién era y qué es lo que hacía», recuerda Rodrigo. Nada de eso le contó a su hermano.
Luego fue en una discoteca del centro de Duala. Estaba con dos amigos gais y les insultaron, les pegaron y les quitaron su dinero. Fue entonces cuando supo de una asociación clandestina de apoyo a homosexuales. Un chico en la discoteca se les acercó y les dijo que fueran allí, que les ayudarían. En esa asociación conocería a una persona que sería muy importante en adelante: Smith, trabajador social, activista gay y, en palabras de Rodrigo, un verdadero amigo. Él le terminó de abrir los ojos a la realidad que sufren los gais como él en Camerún. Le dijo que se sacara el pasaporte y que debía protegerse y apoyarse en la asociación.
Las recomendaciones fueron finalmente un presagio. La última paliza fue la peor. Así la relata Rodrigo con su voz entrecortada:
Fue un día que no voy a olvidar en mi vida. Estábamos en otra discoteca del centro con unos amigos y sufrimos una agresión muy violenta... Algo diferente de todo lo anterior. Me hicieron cosas horribles. Cuando lo pienso, se me saltan las lágrimas y me pongo triste. Me trataron como si no fuera humano, como si fuera un animal... un objeto. Al final me quitaron mi pasaporte y mi dinero y me dejaron tirado medio muerto...
Otro amigo que logró escapar avisó a la asociación, vinieron a recogerle y le llevaron al hospital. Allí le hicieron un certificado médico, y Rodrigo, por consejo de sus acompañantes, no puso ninguna denuncia: «Si la policía se daba cuenta de que la agresión había sido por ser homosexual, ¿qué me iba a pasar?». La protección y los cuidados se los dieron en la asociación y, en particular, Smith: «Quedé muy dañado física y anímicamente... Él me ayudó y me cuidó mucho... ¡Muchísimo!».
Asesinato y decisión de salir de Camerún
El destino de esa asociación y de los que trabajaban allí marcarían los siguientes pasos de Rodrigo. Habían pasado ya unos años en Duala y, poco a poco, él fue siendo testigo de cómo ese lugar de protección y cuidado paulatinamente comenzó a ser vulnerado, y sus miembros, perseguidos. Sin ellos, la vida en Duala se hacía insostenible.
Había una abogada, luchadora por los derechos de los homosexuales, que trabajaba en la asociación. A ella la empezaron a insultar y amenazar los mismos familiares de los gais a los que ayudaba. Le decían que llevaba a sus hijos por el mal camino. Tiempo después, la asociación fue denunciada por los vecinos, y ya todos sus miembros empezaron a ser buscados por la policía para ser capturados. Mi amigo Smith logró escapar de Camerún rumbo a Europa, pero otro chico, el fundador, fue apresado y en la cárcel lo mataron.
Rodrigo dice que tuvo suerte. Ese día que allanaron la asociación le había tocado ir a trabajar y no había ido a la sede. Si no, piensa que él también podría haber caído preso. En todo caso, la suma de la persecución, la huida de Smith y el asesinato del fundador de la asociación fue el detonante para que Rodrigo decidiera dejar Camerún. Era 2012. Habían pasado casi siete años desde que su prima lo denunciara ante su familia. Siete años de miedo y de vida a escondidas. Había que ir más lejos...
En un momento me dije: «¿Qué pasa?, ¿voy a dejar mi vida aquí?». Decidí entonces buscar un sitio donde pudiese estar en paz. Mi idea no era llegar a Europa en ese momento. Solo salir y buscar. Yo tenía un trabajo decente en Camerún, un coche, me pagaban bien, pero tuve que partir. Tenía que salir. Así, sin decirle nada ni a mi hermano ni a mi madre, cogí cuatro trapos y salí de casa, diciendo: «Me voy a buscarme la vida... Donde llegue, me buscaré la vida y veremos qué pasa».
Penurias por África
El recorrido de Rodrigo comenzó en Nigeria, al noroeste de Camerún. Allí se quedó solo unos meses debido a que se dio cuenta de que la homosexualidad era aún menos tolerada que en Camerún. Había que moverse más lejos y más al norte. Entonces logró trabar contacto con antiguos amigos de la asociación, entre ellos Smith, que se encontraba en Níger. Decidió entonces partir hacia allí.
Cuando me encontré con Smith, él se echó a llorar. Me contó los pormenores de lo que había pasado en Camerún. Cómo les habían perseguido y el asesinato del fundador. Me dijo que ahora él no podía volver al país, porque la policía le estaba buscando, que deseaba ir a Europa y que, si yo quería y tenía fuerzas, podíamos seguir adelante juntos. Así, nos quedamos unos meses más en Níger y después seguimos el viaje.
Tomaron