Las parábolas de Jesús de Nazaret. Julio de la Vega-Hazas

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Las parábolas de Jesús de Nazaret - Julio de la Vega-Hazas Biblioteca de la fe explicada hoy

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viuda, y cuenta a David la parábola que le había enseñado el hábil Joab:

      Soy una mujer viuda. Murió mi marido, y tu sierva tenía dos hijos. Riñeron los dos en el campo, y no habiendo quien los separase, uno golpeó al otro y lo mató. Y ahora todo el clan se levanta contra tu sierva y dice: «Entréganos al que mató a su hermano, y le daremos muerte por la vida de su hermano, a quien mató, y acabaremos al mismo tiempo con el heredero». Y quieren apagar así la chispa que me queda, para no dejar a mi marido ni nombre ni descendencia sobre la faz de la tierra (II Sam 14, 6-8).

      La reacción de David fue indulgente, aunque no se puede decir que la parábola fuera la causante del perdón regio. David, que no era menos inteligente que Joab, pronto percibió quién estaba detrás, y la mujer tuvo que reconocer la argucia. Sin embargo, se ratificó en su perdón por lo mucho que quería a Absalom.

      En este caso la parábola no pasaba de ser un recurso de astucia, pero recogía dos elementos que no quisieron reconocer los doctores de Israel mil años después.

      Uno de ellos era que el celo por el cumplimiento de la Ley podía esconder a veces una intención mucho menos recta, en este caso el deseo de apoderarse de una herencia.

      El otro, que la Ley, además de una letra, tenía un espíritu, de forma que en un caso como este la extinción de un linaje —algo muy serio para los antiguos— justificaba que se buscara una solución distinta a la venganza de sangre legal. Esa ley buscaba preservar los linajes, no acabar con ellos. Así lo entendió David, juzgando con rectitud. Esa rectitud estaría ausente en los fariseos con quienes se encontró Jesús.

      La parábola del libro de los Reyes es poco conocida, pero vino dictada directamente por Dios. Un rey arameo había declarado la guerra a Israel —el reino del Norte después de la partición de Palestina entre Israel y Judá—, y, por haber despreciado públicamente a Dios, este, por medio de un profeta, le ordenó a Acab, rey de Israel, que, tras vencer al arameo, acabara con él. Acab, de carácter débil, se deja convencer por la petición de clemencia y le deja escapar con vida. Entonces un profeta, haciéndose golpear por otro hombre, se presentó ante Acab ensangrentado y con los ojos vendados, y le dijo la siguiente parábola:

      Tu servidor había salido de en medio de la refriega, cuando he aquí que un hombre se me acercó y me trajo a otro diciendo: «Guarda a este hombre. Si llegases a fallar, tu vida responderá por la suya o pagarás un talento de plata». Pero sucedió que, mientras tu siervo atendía acá y allá, el hombre desapareció (I Re 20, 39-40).

      El rey Acab respondió que en la historia estaba su sentencia, y entonces el profeta se quitó la venda, y el rey le reconoció. En ese momento supo que su sentencia se volvía contra él, aunque la parábola contara una historia inversa a lo sucedido en la realidad, y dice la Biblia que volvió triste a su casa. Esta parábola tiene como enseñanza que hay que obedecer a Dios.

      La cuarta de las parábolas figura en el libro de Isaías:

      ¿Acaso el arador está arando todo el día, abriendo y rastrillando su tierra? Una vez igualada la superficie, ¿no siembra el hinojo y esparce el comino, planta el trigo en hileras y la cebada en el lugar señalado, y la espelta en sus linderos? El que le enseña estas reglas, el que le instruye, es su Dios. El hinojo no se trilla con el rastrillo, no se pasa sobre el comino la rueda del carro; el hinojo se golpea con la vara y el comino con el bastón. ¿Se tritura el grano? No, no se lo trilla indefinidamente; se hace girar la rueda del carro, se lo machaca, pero no se lo tritura. También esto procede del Señor de los ejércitos, admirable por su consejo y grande por su destreza (Is 28, 24-28).

      ¿Qué significan estas palabras? Hay tanta sabiduría en la ley de Dios, como la hay en el modo de sacarle a la tierra su máximo fruto. Hay que obedecer a la ley de Dios no solo por tratarse de un mandato, sino porque responde al bien del hombre, porque contiene la sabiduría práctica que ennoblece al hombre y a la sociedad. Se trata de un mensaje muy oportuno para nuestros tiempos, en los que está extendida la mentalidad que ve en la ley solamente una imposición y no una sabiduría. Parece que nos olvidamos con facilidad del primer pecado del hombre, en qué consistía y qué lo motivó.

      Ese primitivo afán de autonomía respecto al mandato divino costó muy caro a la humanidad, y continúa cobrando un alto peaje en nuestros tiempos. De todas formas, hay que reconocer que el lenguaje para transmitir esta idea era idóneo para los contemporáneos de Isaías, pero no tanto para nosotros, muy poco familiarizados con estas tareas, y probablemente por este motivo esta parábola es muy poco citada en la actualidad.

      ¿Y la quinta, también del libro de Isaías? La transcribiremos más adelante. El motivo es que está tan estrechamente relacionada con una de las parábolas del Nuevo Testamento, que es mejor reservarla para cuando tratemos de esta.

      Si en la Biblia judía encontramos pocas parábolas, no sucede lo mismo con esa gran antología de la enseñanza rabínica conocida como el Talmud. Allí, como señala la Enciclopedia Judía, «casi todas las ideas religiosas, máximas morales o requisitos éticos están acompañadas por una parábola que las ilustra». Siendo esto así, podemos figurarnos que las hay de muy variados tipos y argumentos, y efectivamente así es. Aquí recogemos solamente dos, que pueden servir de muestra, aunque en las conclusiones estarán implícitamente consideradas las demás.

      La primera es de un rabino bien conocido por los cristianos, pues aparece en el Nuevo Testamento: Gamaliel. Es contemporáneo de Cristo, y gozaba de gran prestigio en Israel. La parábola viene dicha como respuesta a una supuesta cuestión planteada por un filósofo, que le preguntaba por qué la Biblia presenta a Dios como un Dios celoso, cuando por ser único no hay de quien pueda tener celos. La respuesta es la siguiente:

      Supongamos a un hombre que llama a su perro con el nombre de su padre, de forma que cuando pronuncie un juramento, juraría en el nombre del perro. ¿Contra quién se encenderá la ira del padre? ¿Contra el hijo o contra el perro?

      El otro ejemplo es de un rabino ligeramente posterior a Jesús, que, como Él, también enseñó en Galilea. En su detalle guarda tantas semejanzas con alguna de las parábolas de Jesús, que permite sospechar que se inspiró en ellas para enseñar la suya. Más aún, quiso con su parábola corregir la de Jesús. Pero a la vez este rasgo muestra la influencia de unos maestros judíos en otros, y cómo las parábolas de Jesús de Nazaret también entroncan con las enseñanzas del Talmud, de forma que puedan ser aprovechadas por la tradición hebrea. El autor se llamaba Johanan ben Zakkai, y también goza de gran prestigio en el mundo rabínico. Este es el texto:

      Un rey invitó a sus siervos a un banquete sin especificar el momento exacto en que tendría lugar. Los que de aquellos eran sabios recordaban que todo está siempre dispuesto en el palacio de un rey, y se dispusieron y se sentaron junto a la puerta del palacio esperando la llamada para entrar, mientras que los que eran necios siguieron con sus ocupaciones habituales, diciendo: «Un banquete requiere una gran preparación». Cuando el rey de repente llamó a los siervos al banquete, los que eran sabios aparecieron con vestido limpio y bien adornados, mientras que los que eran necios aparecieron con ropa sucia y ordinaria. Al rey le agradó ver a los que habían sido sabios, pero se llenó de ira con los que habían sido necios, diciendo que todos los que habían llegado preparados al banquete se sentaran a comer y beber, pero los que no estaban debidamente vestidos debían permanecer en pie y quedarse mirando.

      Podemos, con respecto a estas parábolas, concluir que también las de Jesucristo contenían cosas viejas y nuevas. El Diccionario de la Real Academia de la Lengua define la parábola como «narración de un suceso fingido de que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral». Pero esta definición es más cristiana de lo que parece. En las judías habría que sustituir “una verdad importante” por “el sentido de una expresión bíblica”. Su conclusión se reduce a explicar

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