Pensamiento crítico y modernidad en América Latina. Simón Puerta Domínguez
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Lo anterior no puede restar importancia a la valoración de la politización del pensamiento latinoamericano que se fraguó con el ensayismo, o, como designa Rama a estos intelectuales con que comienza un pensamiento crítico regional, “la falange de los ensayistas”,39 liderada sin duda alguna por el trabajo temprano y avizor de José Martí. En la producción intelectual de estos escritores la “función ideologizante”40 es fundamental, más aún si se tiene en cuenta la “tendencia juvenilista” que la acompaña. Ensayos tan importantes como el Ariel de Rodó o La utopía de América de Henríquez Ureña están dirigidos a la juventud de América, y son muestra de una preocupación formativa y de tener la vista puesta en el futuro. En los ensayistas del cambio de siglo hay una marcada tendencia hacia la conducción espiritual de la sociedad, que Rama41 explica en el sentido de un reemplazo del sacerdocio católico, como una conducción laica cuya doctrina se esforzaba por adaptarse a las circunstancias epocales de secularización del mundo. Lo paradójico fue que, si bien hubo y sigue habiendo un efecto importante a partir de la labor intelectual mencionada, sus receptores inmediatos siguieron haciendo parte de una élite formada, mientras que la masa inculta revitalizó y profundizó su relación con la Iglesia.
Si más arriba argumentaba que el ensayo es particularmente propicio para pensar una forma distinta de determinarse, entonces lo contradictorio y extraño de la experiencia latinoamericana se hace aprehensible en la escritura ensayística de sus intelectuales. En su paradigmático trabajo titulado “Nuestra América es un ensayo”, Arciniegas42 se pregunta, precisamente, por la predilección del ensayo como género literario del subcontinente. Partiendo del carácter único de la experiencia latinoamericana en la historia, responde el autor de manera concisa: “La razón de esta singularidad es obvia. América surge en el mundo, con su geografía y sus hombres, como un problema. Es una novedad insospechada que rompe con las ideas tradicionales. América es ya, en sí, un problema, un ensayo de nuevo mundo, algo que tienta, provoca, desafía a la inteligencia”.43 Lo problemático de la definición del Nuevo Mundo tras la época colonial, y lo incierto de su devenir en la época burguesa, va acorde a lo que tiene el género del ensayo “de incitante, de breve, de audaz, de polémico, de paradójico, de problemático, de avizor”;44 ante la emergencia del que será llamado en el modernismo como “el hombre nuevo”, el “americano nuevo”, el ensayo aparece para expresar un problema de originalidad. Arciniegas se refiere, sobre todo, a una forma particular del ensayo que se desarrolla con amplitud y riqueza en América Latina, y que Liliana Weinberg denominará como “el ensayo-identitario”,45 el subgrupo que de manera más sorprendente se desarrollará en la región, de cara al interés de sus intelectuales en pensar las entidades colectivas como entidades nacionales y, también, la unidad regional.
Rafael Gutiérrez Girardot, por su parte, hará lo propio en su estudio titulado Modernismo, acotando la reflexión del ensayo al movimiento más representativo y paradigmático: el modernismo hispanoamericano de finales del siglo xix y comienzos del xx, precisamente el periodo histórico del fin de la totalidad de los regímenes coloniales y de la madurez de las primeras generaciones nacidas tras las independencias. Es apegado a este contexto histórico que para Gutiérrez dicho movimiento implicó la “mayoría de edad”46 de la región. Representantes como Rubén Darío, Manuel Gutiérrez Nájera, José Martí, Pedro Henríquez Ureña, Manuel González Prada, Juan Montalvo, José Enrique Rodó y Alfonso Reyes harían del ensayo su instrumento crítico para desmarcarse de las determinaciones que hispanistas e indigenistas legitimaban sobre el Nuevo Mundo, acusando que con aquellas no se hacía justicia al potencial propio de la experiencia particular americana. En el ensayo, los modernistas encuentran que la realidad aparece contradictoria, abierta e indeterminada, señalando así la falsedad del principio de identidad, la fácil y falsa ubicación de América Latina en los esquemas conceptuales existentes y externos al contexto.
El movimiento modernista europeo, en su diversidad es, por supuesto, fuente de inspiración y de constante diálogo para el latinoamericano. El modernismo, a grandes rasgos, expresa y contrapuntea el proceso de racionalización social de la sociedad industrial occidental; se enfrenta a la cada vez más profunda penetración del capitalismo en la vida social y cultural, como proceso de mercantilización de las relaciones sociales. Se caracterizó por ser un arte de oposición, surgido en una sociedad empresarial, resultando ofensivo y escandaloso para una clase media emergente. Esta sociedad reaccionó ante sus obras, tildándolas de “ofensa al buen gusto y al sentido común”,47 dado el ejercicio que los modernistas realizaron de parodia y expresión de todo lo problemático en ella. Este inconformismo intelectual perfiló a los poetas e intelectuales modernistas como aquellos que luchaban contra la sociedad burguesa, siendo conscientes de que la función del arte en la sociedad estaba en declive y que su posición social era cada vez más marginal. Gutiérrez Girardot48 apunta, a propósito de este contexto, que fue la expansión de la presencia de la sociedad burguesa por todo el mundo occidental lo que hizo posible un movimiento como el modernista. Esto es particularmente importante para el movimiento en América Latina, ya que, sin una situación social de este tipo, observa el letrado colombiano que “la recepción de la literatura francesa en el mundo de lengua española y más tarde de otras literaturas europeas como la escandinava o la rusa, sólo hubiera sido una curiosidad o una casualidad extravagante y en todo caso no hubiera suscitado la articulación de expresiones literarias autónomas como los modernismos”.49 La clase burguesa, entonces, hizo posible la literatura moderna y el movimiento modernista; productos de esta que luego se abalanzaron en su contra.
Para el caso específico del modernismo hispanoamericano, el contexto social burgués determinará el movimiento artístico con el matiz fundamental de la incorporación de los motivos del proceso colonial americano en su expresión: rememorar, revitalizar y resignificar el proceso histórico de cara a la inconformidad con el presente de una sociedad civil tendiente al empobrecimiento de la vida social. Se trata de la conflictiva desintegración de la sociedad tradicional, que en América Latina se debe entender como el establecimiento de un “orden neocolonial o, más exactamente, la transición del orden colonial al capitalismo periférico”,50 puntualiza Gutiérrez Girardot. Serán los poetas los primeros que encuentren en el ensayo un procedimiento adecuado para la exploración de su autenticidad y la expresión de esta nueva situación, con un énfasis crítico mucho más temprano que para el caso europeo. Fue la cercanía a la autonomía estética aquello que les permitió una iniciativa que fue ruptura, más que con el proceso histórico que cargaban a sus espaldas, con la condición de colonialidad que de este resultaba. Así lo plantea el letrado colombiano, al señalar la particularidad del ensayo hispanoamericano: a diferencia del ensayo europeo, que comienza con Montaigne y Bacon y que está dirigido a un público cortesano, a una clase dirigente, este es precisamente concebido contra la clase dirigente colonial y neocolonial, en su decadencia pronunciada ya desde finales del siglo xviii. No hay una búsqueda de reflexión moral y dilucidación de la subjetividad, características del joven ensayo europeo, sino un interés por la “interpretación social-histórica de las nuevas Repúblicas independientes y prolegómenos a un programa de acción”.51 Se podría decir que se dio entre los modernistas latinoamericanos, para continuar con lo ya dicho, la manifestación de un inconformismo con el orden conceptual, que se puede rastrear desde Sarmiento y Martí, en el siglo xix, hasta Henríquez Ureña y Reyes en las primeras décadas del xx, con quienes culmina la tradición del ensayo modernista, según apunta Gutiérrez Girardot.52 Lo notable es que la forma del ensayo en América Latina que representaron estos intelectuales, en su ímpetu crítico, defendió una dialéctica entre modernidad y utopía −el anhelo de una modernidad alternativa y mejor− que tiene vigencia hasta hoy, y que es lo que define ese matiz crítico latinoamericano como tal.
El inconformismo modernista no fue ruptura maniquea con el proceso intelectual regional. Baldomero Sanín Cano53 bien señala que la renovación literaria que significó el modernismo como corriente hispanoamericana