El ecologismo de los pobres . Joan Martínez Alier

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El ecologismo de los pobres  - Joan Martínez Alier

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toca «desarrollarse» para salir de la pobreza y, después, como subproducto, podrán adquirir el gusto y los medios necesarios para mejorar el medio ambiente. Indignado por esa colección de ideas, el director ejecutivo de Greenpeace, Thilo Bode, le escribió al director de la revista The Economist tras los eventos de Seattle el 11 de diciembre 1999:

      Usted asevera que una mayor prosperidad es la mejor manera de mejorar el medio ambiente. ¿En base al desempeño de cuál economía, en qué milenio, puede usted sacar esa conclusión? (...) Declarar que un incremento masivo de producción y consumo a nivel mundial mejora el medio ambiente, es absurdo. El atrevimiento de hacer tal declaración sin reírse, explica en gran parte la ferviente oposición a la Organización Mundial de Comercio.

      El crecimiento económico puede ir de la mano de una creciente desigualdad nacional o internacional, un tema que la «Curva de Kuznets» exploraba. En el debate sobre los efectos del crecimiento económico, es aceptado que cuando sube la marea económica, suben todos los barcos aunque sin alterar sus posiciones jerárquicas. En otras palabras, el crecimiento económico es bueno para los pobres pero sólo en proporción a su posición inicial. Si el 25% más pobre de la población sólo recibía el 5% de los ingresos, después de un período de crecimiento económico seguirá recibiendo el 5% pero de un total más grande de ingresos. Las disparidades en términos absolutos se habrán incrementado, pero el nivel de ingresos de los más pobres también se habrá incrementado. Todo esto es generalmente aceptado. Algunos optimistas creen que la distribución se vuelve más equitativa con el crecimiento económico. Otros insisten en que, por el contrario, las disparidades también han aumentado y de todas formas, los mayores ingresos monetarios no implican mayor seguridad porque la degradación ambiental y otros impactos sociales quedan ocultos. Una mayor porción de bienes comercializados (comprar agua en vez de obtenerla gratis, comer fuera de la casa con más frecuencia, gastar dinero para llegar al sitio de trabajo, comprar semillas en lugar de producirlas en los propios campos, acudir a la medicina comercial en vez de usar remedios caseros, gastar dinero para solucionar los problemas ambientales), todo eso forma parte de la tendencia hacia la urbanización y el crecimiento económico. Es lo mismo que decir que mayores ingresos no representan mayor bienestar. La crítica al PIB ha llevado a crear el Índice de Desarrollo Humano de las NN UU. Este índice considera diversos aspectos sociales, pero no los impactos ambientales.

      La desigualdad económica internacional ha aumentado. Pero aceptemos el argumento (para los propósitos de este libro) de que los conflictos económicos distributivos son eventualmente atenuados o paliados por el crecimiento económico. Queda la pregunta sobre si es probable que los conflictos ecológicos distributivos mejoren con el crecimiento económico o, si por el contrario, el crecimiento económico conduce a un deterioro del medio ambiente. Es claro que en los países ricos han disminuido los daños a la salud y al medio ambiente provocados por el dióxido de azufre y el envenenamiento por plomo —eso ha ocurrido no solamente por el crecimiento económico sino también por el activismo social y las políticas públicas. Existe investigación que intenta demostrar la posibilidad en los países ricos de un decrecimiento en la intensidad material por un «factor 4» o incluso un «factor 10» sin que decrezca el bienestar (Schmidt-Bleek, 1994, Lovins y Weizsaecker, 1996).

      Sin embargo, tal optimismo (el «credo de la ecoeficiencia») no puede eliminar ni disimular las realidades de una mayor explotación de recursos en territorios ambientalmente frágiles, a la vez que mayores flujos físicos Sur- Norte de materiales y energía (Bunker, 1996, Naredo y Valero, 1999, Muradian y Martínez Alier, 2001), el incremento del efecto invernadero, la conciencia del «robo» de los recursos genéticos en el pasado y en el presente, la desaparición de la agroecología tradicional y la biodiversidad agrícola in situ, la presión sobre el agua superficial o subterránea en detrimento del sustento humano y de los ecosistemas, y las inesperadas «sorpresas» que han venido, o estarían por venir, de las nuevas tecnologías (energía nuclear, ingeniería genética, sinergias entre residuos químicos). Esas incertidumbres tecnológicas no se pueden manejar en términos de un mercado de seguros que estime probabilidades de riesgos. En vez de oportunidades para que todos ganen económica y ambientalmente con soluciones win-win, a veces lo que vienen son fiascos en los que todos pierden. Aun aceptando el argumento de que las economías ricas cuentan con los medios financieros para corregir daños ambientales reversibles, y la capacidad de introducir nuevas tecnologías de producción que favorecen al medio ambiente, puede ser que tales puntos de inflexión en las tendencias ambientales negativas lleguen cuando ya se ha acumulado mucho daño o cuando los límites ya fueron sobrepasados. «Demasiado tarde para ser verdes». El lock-in tecnológico y social, el carácter cerrado y fijo no sólo de las tecnologías sino de los hábitos de consumo y de los patrones de poblamiento urbano, hacen difícil desvincular el crecimiento económico del crecimiento de los flujos energéticos y de materiales.

      La producción puede volverse relativamente menos intensiva en energía y materiales, pero la carga ambiental de la economía es determinada por el consumo. John Ruskin, quien criticaba la economía industrial desde el punto de vista estético y ecológico, creía que era fácil satisfacer las necesidades materiales de la vida humana y sostenía que por lo tanto la producción de mercancías potencialmente podría ser «para el arte». Podría convertirse en artísticamente valiosa si era bellamente diseñada. En la economía actual, la producción tanto si es bella como si no, requiere insumos materiales crecientes. Es cierto que en las décadas de los sesenta y setenta hubo tendencias artísticas bautizadas como la «desmaterialización del objeto de arte», pero estos artistas no se referían al creciente consumo masivo de automóviles, viajes aéreos y suburbios construidos. Este consumo es «artístico» en el sentido de no servir estrictamente para la subsistencia, pero, cualquiera que sea su estética, es obvio que el consumo no se está desmaterializando. Los ciudadanos ricos eligen satisfacer sus necesidades o deseos a través de nuevas formas de consumo que son en sí mismas altamente intensivas en el uso de recursos, como por ejemplo, la moda de comer camarones importados de países tropicales a costa de la destrucción de los manglares, o la compra de oro o diamantes con sus enormes «mochilas ecológicas» y de vidas humanas (Princen, 1999).

      La Economía Ecológica proporciona una visión sistémica de las relaciones entre la economía y el medio ambiente. El estudio de los conflictos ambientales constituye entonces por tanto no sólo una colección de anécdotas interesantes, sino una parte del estudio del enfrentamiento en evolución entre la economía y el medio ambiente. Vemos las economías desde el punto de vista del «metabolismo social». Según sea el «perfil metabólico» de esas economías, así serán los conflictos ambientales.

      La economía (la economía de un «mundo lleno» de personas, para usar la terminología de Herman Daly) está incrustada en las instituciones sociales, y en la percepción social de los flujos físicos y de los impactos ambientales. La relación entre la naturaleza y la sociedad es histórica en dos sentidos. Primero, la historia humana se desarrolla en el contexto de circunstancias naturales, pero la historia humana también modifica a la naturaleza. Segundo, la percepción de la relación entre los humanos y la naturaleza ha ido cambiando a lo largo del tiempo. Por ejemplo, las leyes de la termodinámica no fueron enunciadas o establecidas hasta 1840-1850. La conexión entre la termodinámica y la evolución no se trazó hasta la década de 1880. La Economía Ecológica debe estar consciente de estos aspectos históricos a pesar de su renuencia, la cual comparto, a ver a la naturaleza como una «construcción social».

      La Economía Ecológica a veces es concebida equivocadamente como el intento de dar valores monetarios a los recursos y a los servicios ambientales. Esto sólo es parte de una tarea más amplia, que es crucial para un tema principal de este libro: las relaciones entre los conflictos ecológicos distributivos y los diversos lenguajes de valoración. Para ofrecer un ejemplo de valoración en un contexto no ambiental: las empresas y el gobierno alemanes acordaron en 1999 compensar a los sobrevivientes del trabajo forzado en época nazi (después de 55 años) pagando 5,2 mil millones de US$. Un evento puede ser juzgado según diversos criterios o escalas de valor. Podemos decir: fue

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