El arte de la lectura en tiempos de crisis. Michèle Petit
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En cambio, sí existe una literatura científica en el campo del psicoanálisis. En algunas mediaciones culturales que se inspiran en él, la lectura de cuentos, mitos y, en menor grado, de libros ilustrados, novelas, obras de teatro, etc., se utiliza algunas veces, en particular con niños o adolescentes con dificultades escolares, con psicóticos o autistas, en las áreas de la clínica intercultural o durante las terapias familiares.24 No obstante, tanto estas observaciones como la conceptualización que las acompaña son poco conocidas fuera de los círculos especializados.
Una parte de los profesionales que implementan programas centrados en la lectura en espacios en crisis dicen ser seguidores de la “biblioterapia”, que fue desarrollada y teorizada en Norteamérica, Europa del norte o Rusia.25 Las definiciones que dan de ella son muy diversas: a menudo, ésta designa la utilización de materiales de lectura seleccionados como coadyuvantes terapéuticos para los cuidados médicos y psiquiátricos, pero a veces recibe acepciones más amplias hasta incluir un conjunto de mediaciones culturales seguidas de discusiones en grupo, en contextos que rebasan el marco hospitalario.
Analizar las experiencias relatadas en las obras que se han publicado dentro de esta especialidad, particularmente en el mundo anglosajón, sería rico en enseñanzas, pero es un trabajo diferente al que me propuse en este libro. En los contextos en que he trabajado, el concepto de “biblioterapia” sólo figura esporádicamente, incluso entre quienes trabajan en el ámbito hospitalario.26 Y no es sólo una cuestión de hábitos culturales: en las prácticas que afirman encuadrarse en esta disciplina, como su nombre lo indica, lo que se espera es ante todo un resultado terapéutico; sin embargo, la mayoría de los facilitadores de libros a los que he conocido pretenden actuar en un nivel mucho más amplio que el de la curación, que es de orden cultural, educativo y, en ciertos aspectos, político.
Para los que viven en América Latina muchas de las “crisis” son producto de una explotación económica salvaje, de procesos de segregación agudizados, de una dominación social feroz o una territorialización de la pobreza. Cuando una persona o una población han sido gravemente afectadas en su existencia misma, su cuerpo, su dignidad, o despojadas de sus derechos esenciales, la “reparación” debería ser por principio jurídica y política. A ellos les parece igual de fundamental que cada persona cuente con una actividad capaz de garantizarle, de manera honorable, su subsistencia y la de sus seres queridos; y que tenga voz y voto en el futuro compartido. Ninguna de las personas a las que seguí en su trabajo concibe éste como un atenuante o una labor de trabajo social, mucho menos como una válvula de escape: para ellos, verse reducidos a distraer y disciplinar a los habitantes de las zonas marginales sería insoportable.
Con frecuencia se trata de gente comprometida en luchas sociales y para quienes el acceso a la cultura escrita, al saber, a la información, constituye un derecho escamoteado con demasiada frecuencia. Al igual que la apropiación de la literatura. Y es por varios motivos que ésta les parece deseable, como veremos: el hecho de tener acceso a ella les permitiría ser más hábiles en el uso de la lengua, tener una inteligencia más sutil, más crítica; y ser más capaces de explorar la experiencia humana, de darle sentido y valor poético.
Confrontar investigaciones en acción
En la presente obra me basaré en gran medida en el análisis de experiencias latinoamericanas para aportar elementos de respuesta a las preguntas que se plantean. A lo largo de los últimos años he dado seguimiento a algunos intercambios con personas que animan unos quince programas de este tipo y que son considerados por sus pares como particularmente creativos: son casos de “buenas prácticas”, como se diría hoy en día. De manera más puntual, he recabado datos sobre muchas más experiencias.
Dos países, en particular, son los que han nutrido mis reflexiones:Argentina y Colombia. El primero ha atravesado en los últimos años por una crisis económica sumamente grave, que ha desembocado en un desastre social sin precedente y una multiplicación de las patologías ligadas al estrés, la depresión, al pánico. En cierta medida, el desarrollo de nuevas formas de solidaridad ha permitido limitar los estragos de dichas patologías, igual que lo hicieron el dinamismo artístico y la multiplicación de las iniciativas culturales. Como decía la psicoanalista Silvia Bleichmar, en esta resistencia, “la cultura en general ocupa un lugar central: cultura del trabajo en primer lugar, de la valoración del conocimiento, de la educación… Pero lo fundamental, la resistencia a la reducción de los argentinos a puros seres biológicos sobrevivientes […] La resistencia de la cultura es el derecho al pensamiento…”27
En un país que pasó recientemente por una dictadura que obstaculizó el acceso a los libros, éstos todavía son deseables, incluso a la hora de la telenovela y de los reality shows. Tal vez la calidad y vitalidad de la producción literaria en ese país también tiene su importancia en eso. Si bien las prácticas de lectura, muy correlacionadas con el nivel de estudios, siguen siendo menos importantes que en Francia, las manifestaciones alrededor del libro acogen a un número muy elevado de visitantes.28 Más allá de las categorías sociales “letradas”, mucha gente tiene conocimiento de la importancia vital de la literatura, oral o escrita. Hay un viejo chiste que dice que los mexicanos descienden de los aztecas, los peruanos de los incas y los argentinos del barco. Más que del barco, los argentinos descienden tal vez del cuento, y no es una casualidad que entre ellos nacieran Borges, Cortázar o Bioy Casares.
De Colombia, los medios de comunicación franceses sólo muestran la guerra, los secuestros, los narcotraficantes, la delincuencia. Sin embargo, los profesionales del libro que han viajado a ese país saben que en él se hallan algunas de las bibliotecas más bellas del mundo, y también de las más visitadas. En ellas se encuentran, por ejemplo, unas salas de música como nunca las he visto en Europa, con pianos disponibles a todo aquel que quiera practicar.29 En la capital, los usuarios de las bibliotecas pueden pedir por teléfono libros que les serán entregados hasta su domicilio por un mensajero: en las calles más que asesinos con visera como en la película La virgen de los sicarios, de Schroeter, los motociclistas a veces transportan bellas historias, relatos sabios o historietas.
Tal vez estos contextos tan expuestos permitirán hacer explícito lo que permanece invisible o tácito en otros lugares. Y además ofrecen la oportunidad de tener una perspectiva alejada sobre nuestra realidad inmediata, de encontrar diferencias para interrogarnos, o bien proximidades, ecos de nuestras propias experiencias.
Desde luego, todo cambia a uno y otro lado del Atlántico: la historia de los pueblos, la magnitud de la pobreza, los niveles de escolarización, las representaciones de lo escrito, el libro, el involucramiento de los servicios públicos, la intensidad de las crisis actuales, etc. No obstante, en ambas orillas del océano, de vez en cuando vuelven a surgir observaciones parecidas. Y como contrapunto a estas experiencias latinoamericanas, a veces se mencionarán algunas iniciativas llevadas a cabo en otras regiones del mundo, como Francia o España,