La vida de los Maestros. Baird T. Spalding
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Mis compañeros habían sido presentados a Emilio, pero yo apenas les había hablado de él. En esta época, yo ya había leído libros elegidos por Emilio sobre las tradiciones hindúes, y estaba convencido de que él era un adepto. Mi curiosidad se había despertado y mi interés crecía día tras día.
Un domingo, después del mediodía, caminaba por un campo con él, cuando atrajo mi atención una paloma que daba vueltas sobre nuestras cabezas, y él me dijo que la paloma le buscaba. Se quedó perfectamente inmóvil, y pronto el ave vino a posarse sobre su brazo extendido. Emilio anunció que le traía un mensaje de su hermano que vivía en el norte. Adepto de la misma doctrina, no había alcanzado todavía el estado de conciencia que le permitiera una comunicación directa. Se servía entonces de ese medio.
Nosotros descubrimos más tarde, que los Maestros tenían la facultad de comunicarse directamente y al instante los unos con los otros por transmisión de pensamiento, o según ellos una fuerza mucho más sutil que la electricidad o la telegrafía sin hilos. Comencé a hacerle preguntas. Emilio me demostró que podía llamar a los pájaros y dirigir su vuelo, que las flores se inclinaban ante él y que las bestias salvajes se le aproximaban sin temor. En una ocasión separó dos chacales que se disputaban el cadáver de un pequeño animal que habían matado. Ante su proximidad, dejaron de pelear, pusieron su cabeza con toda confianza sobre las manos extendidas y después reemprendieron apaciblemente su comida. Me dio a mí mismo una de las fieras para que la sostuviera en mis manos. Después de lo cual me dijo: «El yo mortal es visible e incapaz de hacer estas cosas. Es mi Yo más verdadero y más profundo, aquel que vosotros llamáis Dios. Es Dios en mí, el Dios omnipotente expresándose por mí, que las hace. Por mí mismo, por mí Yo mortal, no puedo hacer nada. Es necesario que me libere enteramente del exterior para dejar hablar y actuar al yo real, al “Yo soy”. Dejando expandirse el gran amor de Dios, yo puedo hacer lo que vosotros habéis visto. Dejándolo derramarse sobre todas las criaturas, a través de sí no temeréis nada y ningún mal podrá veniros».
En esta época yo tomaba lecciones cotidianas con Emilio. Aparecía repentinamente en mi cuarto, aun cuando yo cerraba cuidadosamente la puerta con llave. Al principio, esta forma de aparecer a voluntad me turbaba, pero pronto vi que él consideraba mi comprensión como un hecho. Me fui habituando pues a sus maneras y dejaba mi puerta abierta para permitirle entrar y salir a su gusto. Mi confianza pareció agradarle. No podía comprender toda su enseñanza, ni aceptarla por entero. Por otra parte, a pesar de todo lo que yo había vivido en Oriente, no fui capaz de aceptar las cosas al momento. Necesité años de meditación para comprender el sentido espiritual profundo de la vida de los Maestros.
Ellos cumplían su trabajo sin ostentación, con una simplicidad infantil perfecta. Sabían que el poder del amor les protegía, y lo cultivaban hasta volver a la naturaleza, amorosa y amigable para con ellos. Las serpientes y las fieras matan cada año a millares de gentes de pueblo. Pero estos Maestros, exteriorizan de tal modo su poder interior de amor que serpientes y fieras no les hacen ningún mal.
Viven algunas veces en las selvas más impenetrables. En ocasiones extienden también su cuerpo delante de un pueblo para protegerlo de las fieras y bestias feroces; ellos salen indemnes y el pueblo también. En caso de necesidad andan sobre el agua, atraviesan las llamas, viajan en el invisible, y hacen muchas otras cosas milagrosas a nuestros ojos y que solo puede hacer un ser dotado de poderes sobrenaturales.
Hay una similitud asombrosa entre la vida y doctrina de Jesús de Nazaret y aquella de la cual estos Maestros dan cotidianamente ejemplo. Uno considera como imposible para el hombre sacar su pan cotidiano del Universal, triunfar sobre la muerte y hacer los mismos milagros que Jesús durante su encarnación. Los Maestros pasan su vida en esto. Todo aquello de lo cual tienen diariamente necesidad, compitiendo el sustento, vestidos y dinero, ellos los sacan del Universal. Han triunfado sobre la muerte, a tal punto que muchos viven desde hace más de quinientos años. Nosotros tuvimos la prueba decisiva por sus documentos. Los diversos cultos hindúes parecen derivar de su doctrina. Los Maestros están en pequeño número en la India. También comprenden ellos que el número de sus discípulos debe por fuerza ser limitado. Pero pueden tocar a un número incalculable en lo invisible. Parece que la mayor parte de su trabajo consiste en expandirse en lo invisible para ayudar a todas las almas receptivas a su enseñanza.
La doctrina de Emilio servía de base al trabajo que nosotros debíamos iniciar, un año más tarde, durante nuestra expedición, la tercera en esas tierras. Esta duró tres años y medio, durante los cuales vivimos día a día con los Maestros, viajando y observando su vida y trabajos en la India, Tíbet, China y Persia.
II
Nuestra tercera expedición estuvo dedicada a la búsqueda metafísica. Salimos desde Potal, un lejano y pequeño pueblo hindú. Yo había escrito a Emilio que llegaríamos, pero sin informarle el objeto de nuestro viaje, ni tan siquiera el número de participantes. Para nuestra sorpresa, nos encontramos que Emilio y sus asociados habían preparado la estancia de la misión entera y conocían nuestros planes con todo detalle. Emilio nos había sido muy útil en la India meridional, pero los servicios que nos brindó a partir de ese momento superan a la narración. Todo el mérito de la expedición es suyo, como de esas almas maravillosas que encontramos en la ruta.
Llegamos a Potal, después del mediodía de 22 de diciembre de 1894. La partida de la expedición debía ser el día de Navidad por la mañana y este sería el día más inolvidable de todas nuestras vidas. No olvidaré jamás las palabras que Emilio nos dirigió aquella mañana. Se expresó correctamente en inglés, aun cuando no había tenido educación inglesa y nunca había dejado Extremo Oriente.
He aquí sus palabras: «Estamos en la mañana de Navidad. Este día os recuerda el nacimiento de Jesús de Nazaret, el Cristo. Vosotros debéis pensar que él fue enviado para redimir los pecados y que simboliza el Gran Mediador entre vosotros y vuestro Dios. Hacéis aparecer a Jesús como intercesor de un dios severo, algunas veces colérico, sentado en alguna parte de un lugar llamado cielo. Yo no sé donde se encuentra el cielo, sino es en vuestra propia conciencia. No os parece posible alcanzar a Dios más que por el intermedio de su hijo, menos austero y más amante, el Ser grande y noble que nosotros llamamos el Bendito y del cual este día conmemora su venida al mundo.
»Para nosotros este día significa mucho más. No recuerda solamente la venida al mundo de Jesús el Cristo, sino que simboliza el nacimiento del Cristo en cada conciencia humana. El día de Navidad significa el nacimiento del Gran Maestro y educador que ha liberado a la humanidad de las servidumbres y limitaciones materiales. Esta gran alma vino a la tierra para mostrarnos en su plenitud el camino hacia el verdadero Dios, omnipotente, omnipresente, omnisciente. Él nos hizo ver que Dios es todo bondad, toda la sabiduría, toda la verdad, todo en todo. El gran Maestro, del cual este día recuerda su aniversario, fue enviado para mostrarnos que Dios no mora solamente fuera sino adentro de nosotros, que no se separa nunca de nosotros ni de ninguna de sus creaciones, que es siempre justo y amante, que está en todo, sabe todo y es todo verdad. Si tuviera yo la inteligencia de todos los hombres juntos, no podría expresar más que débilmente todo el significado que tiene para nosotros este nacimiento.
»Estamos plenamente convencidos del rol de este gran Maestro y educador, y esperamos que vosotros compartáis nuestra convicción. Él ha venido a nosotros para hacernos comprender mejor la vida sobre la tierra. Nos ha mostrado que todas las limitaciones materiales vienen del hombre y que es necesario no interpretarlas nunca de otra manera. Ha venido a convencernos que su Cristo interior, por el cual él cumplía sus obras poderosas, es el mismo que vive en nosotros, en mí, y en todos los seres humanos. Aplicando su doctrina, podemos realizar las mismas obras que él y aún más grandes. Creemos que