La filosofía política de Carlos Gaviria. Iván Darío Arango

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La filosofía política de Carlos Gaviria - Iván Darío Arango

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moral. La libertad es como una brújula cuando se trata de hacer juicios de valor, y una brújula es algo que se tiene o que no se tiene. No tenerla es forjarse una idea falsa de lo que es la libertad, es creer que esta es lo mismo que la razón y el conocimiento, que la igualdad, la virtud o cualquier otro valor.

      Ahora bien, no hay duda de que en el concepto de libertad existe un presupuesto individualista, propio de la filosofía liberal, pero que se expresa en la pluralidad de los valores y de los fines de la acción humana. Toda la dificultad reside en entender que los propósitos de la vida no tienen que coincidir y que es inútil tratar por la fuerza de que sea así, lo cual no implica que sea imposible llegar a acuerdos.

      En cuanto a lo anterior, es preciso afirmar que la democracia requiere del reconocimiento de la independencia individual. La base del argumento ya no es empírica, sino conceptual. Si hasta los propósitos más elevados de la vida, los valores morales, no coinciden, y en ocasiones no son siquiera compatibles y pueden llegar a chocar, es sencillamente porque la persona, con toda su singularidad, es en sí misma fuente de tales propósitos y fines, y, por lo mismo, merece consideración y respeto mientras que sus decisiones no causen daño a los demás. Es precisamente con base en esto que Gaviria apunta, como ponente en la Corte Constitucional, en relación con la despenalización del homicidio piadoso culposo, que:

      El deber del Estado de proteger la vida debe ser entonces compatible con el respeto a la dignidad humana y al libre desarrollo de la personalidad. Por ello la Corte considera que frente a los enfermos terminales que experimentan intensos sufrimientos, este deber estatal cede frente al consentimiento informado del paciente que desea morir en forma digna (Colombia, Corte Constitucional, 1997, p. 17).

      El respeto a la dignidad humana es, pues, el respeto a la capacidad de elegir que tiene cada uno, en función de lo que es y de lo que conoce, de sus deseos y de sus ideales, y no de lo que quieren los demás o de la opinión de la mayoría. Pero es elegir con responsabilidad, con la conciencia clara de que los actos tienen consecuencias que es preciso asumir, lo que constituye todo un peso que quisiéramos poder descargar:

      Por eso se busca el amparo de la colectividad, en cualquiera de sus modalidades: del partido, si soy militante político, porque las decisiones que allí se toman no son mías, sino del partido; de la Iglesia, si soy creyente de secta, porque allí se me indica qué debo creer y se me libera entonces de esa enorme carga de decidirlo yo mismo; del gremio, porque detrás de la solidaridad gremial se escamotea mi responsabilidad personal, y así en todos los demás casos (Gaviria, 1998, p. 55).

      Ahora bien, es cierto que toda una tradición filosófica cree poder resolver esta dificultad de la libertad (la de decidir) asimilándola a la razón. También es cierto que nuestro autor reconoce el valor de la filosofía cuando sostiene que la libertad requiere del conocimiento, pues “se trata de que cada persona elija su forma de vida responsablemente, y para lograr ese objetivo, es preciso remover el obstáculo mayor y definitivo: la ignorancia” (1998, p. 55).

      Sin embargo, encuentro que lo más propio de su pensamiento, lo que nos causa sorpresa y admiración, reside en que él entiende que la elección puede ser radical cuando los motivos son enteramente propios, es decir, personales. El acierto filosófico de Gaviria está en haber entendido que la libertad es, ante todo, libertad de elección; una que se da entre diferentes opciones que, cuando se dice que son diferentes, es porque de verdad lo son, pero no en el sentido caprichoso de las simples preferencias, que se toman o se dejan, sino porque implican diferentes modos de vida, y porque estos merecen la pena, como lo dijo Isaiah Berlin.

      Aquellos modos de vida, con sus concepciones del bien y de la felicidad, pueden parecernos raros o chocantes, pero, aunque sea de mala gana, estamos obligados a respetarlos. Quienes los adoptan deberán, por su parte, entender que las diferencias no son distinciones, y que a propósito de ellas cabe esperar y exigir respeto, pero no admiración. Una confusión en este punto sería fuente de conflictos y de malentendidos.

      En este aspecto, a mi modo de ver, la posición de Berlin es bastante próxima a la posición de Gaviria, pues ambos logran una defensa de la libertad que, por no ser abstracta o académica, consulta el sentir y las necesidades del hombre común. Ninguno de los dos cree que todos debamos ser filósofos para poder ser libres, aunque le asignan a la filosofía la tarea primordial de penetrar los malos argumentos y de develar toda clase de engaños y encubrimientos. Para ambos la filosofía está al servicio de la dignidad y de la libertad de la persona.

      Un intelectual de verdad

      Para apreciar la coherencia y la lucidez de Gaviria, quien se ocupa de cuestiones de principio, es necesario hacer un paréntesis y considerar la importancia del artículo 1 de la Constitución, donde se establece que el Estado colombiano está fundado en el respeto a la dignidad de la persona humana. ¿Cómo habría que entender el respeto a la dignidad de la persona para poder entender el derecho al libre desarrollo de la personalidad?

      Desde los inicios de la cultura moderna, cuando Descartes elevó la duda a la categoría de método de conocimiento, ningún filósofo ha logrado una defensa y una fundamentación racional de la moral más convincentes que las conseguidas por Kant. Después de dos siglos de dudas sobre la moral, que terminaron por reducirla a las costumbres, a los prejuicios y a las meras conveniencias, Rousseau entró en polémica con los materialistas (quienes sostenían que el hombre es un ser más de la naturaleza) al alegar que la libertad es la verdadera distinción del ser humano, el rasgo definitivo que lo hace digno de respeto. Sobre esta base, Kant sostuvo que la mera razón permite establecer la existencia de un mandato universal, el imperativo categórico, que consiste en el respeto que merece la persona, por el hecho de ser sujeto moral, es decir, por ser un “yo” capaz de fijarse propósitos y capaz de aceptar la necesidad de las normas.

      En este orden de ideas, el respeto es igual para todos, solo por ser personas, independientemente de cualquier distinción social, incluso de la educación y de la cultura. Así, este respeto imparcial va dirigido hacia una dignidad del mismo tipo, la cual corresponde a la libertad de elegir y de decidir. Se trata de un concepto abstracto, porque se refiere a cualquier sujeto, con abstracción de su pertenencia a un determinado grupo o comunidad, lo que significa entenderlo como una entidad moral, en cierta forma como un ser independiente de la sociedad. De aquí que Gaviria afirme que “[...] ser individuo significa, ni más ni menos, no poder endosar esa temible carga que llamamos responsabilidad; porque ni la Iglesia, ni la corporación, ni el sindicato, ni el partido pueden dispensarnos de ella” (1992, p. 19).

      Ahora bien, en cuanto a esta individualidad e independencia, verdaderos rigoristas como lo fueron Rousseau y Kant, plantearon que no todos los fines son públicos, pues existen fines particulares que solo conciernen a cada uno. Kant entendió la legitimidad de la búsqueda de la felicidad y agregó que el concepto de felicidad es indeterminado hasta el extremo de que nadie puede decir de una manera definida lo que quiere y desea, por tratarse de una búsqueda enteramente personal y empírica.

      Lo anterior implica también el reconocimiento del individuo, de su dignidad y de su derecho al libre desarrollo de la personalidad. Sin embargo, moralmente, por encima del individuo independiente, para Kant está el sujeto autónomo, como para Rousseau está el ciudadano. De premisas liberales, ambos obtuvieron conclusiones democráticas, lo que constituye finalmente la vigencia del proyecto moderno, tal como lo dejó la filosofía de la Ilustración. Así, según afirma Alexandre Koyré, la filosofía de este periodo forjó unos ideales políticos que todavía son la esperanza de la humanidad.

      Entre las tareas que corresponden a los intelectuales, quizás las de mayor importancia consistan en ocuparse de cuestiones de principio y en evitar que las grandes ideas sean escamoteadas o retorcidas y cambiadas por ilusiones. Sin ninguna duda, puede afirmarse que el empeño de Gaviria está cifrado en destacar y preservar el sentido exacto de las ideas de libertad, igualdad y dignidad de la persona, tal como fueron adoptadas por la Constitución Política de 1991. Por lo tanto, puede

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