El pequeño libro del cánnabis. Amanda Siebert

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El pequeño libro del cánnabis - Amanda Siebert General

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a hablar abiertamente sobre sus luchas personales sin temor a ser estigmatizado, pero la primera vez que conocí a Piper Courtenay, una colega escritora que está también completamente inmersa en la «ola» del cánnabis, intercambiamos historias sobre nuestros episodios de problemas mentales como si estuviéramos hablando del tiempo. Tras esa cita inicial en un café en la que nos volcamos activamente y sin ningún pudor en lo que muchos considerarían una sobrexposición emocional, nos hicimos no solo colegas en el Georgia Straight,1 sino también y rápidamente amigas (lo que probablemente molestó mucho al resto de compañeros). Tenemos mucho en común: pasión por la escritura, afinidad por el cánnabis, una seria obsesión por los tatuajes y la creencia de que hablar de nuestras batallas con nuestra salud mental puede facilitarnos las cosas —a nosotras y a otras personas— a la hora de sobreponernos a ellas.

      «He estado lidiando con la ansiedad y la depresión desde una edad verdaderamente temprana», me dijo Courtenay una tarde en la que nos escabullimos de nuestros cubículos para buscar un lugar más privado para hablar. Un trauma de la niñez la forzó a crecer mucho más rápido que sus compañeras, exponiéndola a altos niveles de estrés muy pronto en la vida.

      «Pero cuando tenía veintiuno tuve un aborto y eso fue un terremoto emocional que hizo aflorar un montón de problemas de salud mental». En combinación con los problemas de vivir en una ciudad desconocida donde tenía pocos amigos y una relación que pendía de un hilo, el aborto la sumió en una profunda depresión a la vez que exacerbó su batalla en curso contra la ansiedad, lo que acabó desembocando en lo que los psicólogos denominan una desregulación del sistema nervioso. «Significa que no puedo sacarme a mí misma de los extremos», me dice.

      Para Courtenay, estos extremos pueden comportar sentimientos de angustia intensa que pueden desencadenar ataques de pánico y ansiedad, así como sentimientos de autoexclusión y ansiedad social cuando está con gente. En lo más álgido de su lucha, a menudo sufría ataques de pánico y la sensación de soledad la consumía por completo.

      Un día sus amigos empezaron a hablar de los matices de la marihuana medicinal en una barbacoa, y escuchó atenta cuando uno intervino diciendo que servía para aliviar la ansiedad. Explicó las diferencias entre variedades, enumerando las características del thc y el cbd, y desglosó la ciencia del sistema endocannabinoide. Esto le ayudó a familiarizarse con la idea de usar el cánnabis antes de lanzarse y, en seguida, cualquier vacilación que tuviera había desaparecido. Empezó a explorar el cánnabis, no como una solución para su ansiedad sino como una herramienta para superarla. La combinación con otras cosas, como la terapia convencional, los mecanismos de enfrentamiento y enormes cantidades de autoamor ha ayudado a Courtenay a mantenerse sin ansiedad durante meses. Con la ayuda de un amigo realizó sus experimentos hasta que, mediante prueba y error, encontró las variedades adecuadas para su ansiedad.

      «Aprendí muy pronto que hay unas variedades que funcionan mejor que otras», dice mientras señala que algunas variedades con un mayor contenido de thc tendían a incrementar su ansiedad, mientras que aquellas que se acercaban a una proporción de uno a uno de thc y cbd eran más beneficiosas.

      «Otra cosa que me ocurre con el cánnabis es que interrumpe los patrones de pensamiento negativo que acompañan a la ansiedad», dice. «Cualquiera que lo haya padecido sabe que te intentan volver a sumergir, y tú puedes intentar salir, pero el cánnabis realmente ayuda a darte un alivio».

      «Plantéatelo como si fuera una manera de conseguir una vista de pájaro o una perspectiva nueva sobre un asunto candente», sugiere. «Añade un nivel de racionalidad que realmente no tienes cuando sufres un ataque de ansiedad».

      eternamente estresados: ¿un fenómeno moderno?

      Hoy en día resulta fácil atribuir nuestros sentimientos reprimidos de estrés y ansiedad a los largos días en la oficina, a los asuntos en nuestras relaciones personales que nos atormentan, o a las cargas financieras como la reparación del coche o las facturas de la tarjeta de crédito. A menudo percibimos el estrés de forma negativa: puedo culpar a mi ansiedad por mi incapacidad para funcionar en el trabajo, o al estrés por la dificultad para ponerme a meditar con tranquilidad. Pero cuando los humanos modernos evolucionaron hace 200.000 años, el estrés servía para un propósito totalmente distinto.

      Aunque podamos proclamar de forma algo estúpida que ir a cazar una comida al súper puede ser estresante, los primeros humanos sobre la faz de la tierra se enfrentaban a un estrés más justificado al tener que competir con otros humanos y depredadores por el alimento, sin mencionar el peligro real de terminar siendo la presa de la caza. Si bien las causas tras el estrés y la ansiedad que sienten los humanos modernos y nuestros congéneres antiguos son enormemente distintas, la respuesta del cerebro es idéntica.

      En la década de 1920, el investigador médico Hans Selye acuñó la palabra «estrés» para describir una tensión física o psicológica en el cuerpo humano. Fue el primero en defender que el estrés podía tener un impacto en la salud. Su modelo explica que el cuerpo responde al estrés en tres fases: (1) alarma, (2) resistencia y (3) agotamiento. La primera fase ocurre cuando el cuerpo encuentra una amenaza, o estresor, y reacciona con una respuesta de lucha o huida. El sistema nervioso simpático se activa cuando el cerebro, en particular la amígdala, detecta el estrés y envía una señal al hipotálamo, quien a su vez indica a las glándulas pituitaria y suprarrenales que segreguen hormonas como la adrenalina y el cortisol. Si la secreción de estas hormonas no induce a la homeostasis, entonces se avanza a la siguiente fase. Durante la segunda fase, la resistencia, el cuerpo intenta regresar a los niveles normales de funcionamiento fisiológico mientras la adrenalina y el cortisol continúan circulando. Mientras esto sucede, el sistema nervioso parasimpático también intenta que el cuerpo regrese a la estasis, o estado de equilibrio. Esta fase suele llamarse estrés crónico: los niveles de cortisol permanecen altos, pero el cuerpo todavía puede gestionarlo. La fase final del modelo de Selye, el agotamiento, se da cuando el estresor excede la capacidad del cuerpo ante el estrés, y termina a la postre agotando sus recursos físicos y volviendo a la persona afectada susceptible a la enfermedad e incluso la muerte.

      La ansiedad, aunque está estrechamente relacionada, no es lo mismo que el estrés. Si bien el estrés es la respuesta del cuerpo a un estresor que existe y puede resultar en una miríada de sentimientos como el enfado, la tristeza o la preocupación, la ansiedad ocurre en ausencia de un estresor y está básicamente asociada al miedo y a la aprehensión.

      A veces resulta fácil identificar las causas de la ansiedad; otras veces aparece de la nada. Aunque la mayoría de la gente experimenta la ansiedad en oleadas, estar en un estado de ansiedad perpetua es como dejar tu interruptor de lucha o huida encendido indefinidamente. Si no se trata, este efecto prolongado puede contribuir al desarrollo de trastornos de ansiedad que pueden hacer que llevar una vida normal sea casi imposible. El trastorno de ansiedad generalizado, el trastorno de pánico, el trastorno de ansiedad social, el trastorno obsesivo-compulsivo, el tept y algunas fobias en concreto: todos están bajo el paraguas de la ansiedad.

      el uso histórico del cánnabis para la ansiedad

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