Obras Completas de Platón. Plato

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Obras Completas de Platón - Plato

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aspiras, y que solo yo, como más digno que ningún otro, puedo hacerlo, auxiliado de dios. Mientras eras joven y no tenías esta gran ambición, Dios no me permitió hablarte, para no malgastar el tiempo. Hoy me lo permite, porque ya tienes capacidad para entenderme.

      ALCIBÍADES. —Confieso, Sócrates, que te encuentro más admirable ahora, desde que has comenzado a hablarme, que antes cuando guardabas silencio, aunque siempre me lo has parecido; has adivinado perfectamente mis pensamientos, lo confieso; y aun cuando te dijera lo contrario, no conseguiría persuadirte. Pero ¿cómo conseguirás probarme que con tu socorro llegaré a conseguir las grandes cosas que medito, y que sin ti no puedo prometerme nada?

      SÓCRATES. —¿Exiges de mí que haga un gran discurso como los que estás tú acostumbrado a escuchar? Ya sabes, que no es ésa la forma que yo uso. Pero estoy en posición, creo, de convencerte de que lo que llevo sentado es verdadero, con tal de que quieras concederme una sola cosa.

      ALCIBÍADES. —La concedo, con tal de que no sea muy difícil.

      SÓCRATES. —¿Es cosa difícil responder a algunas preguntas?

      ALCIBÍADES. —No.

      SÓCRATES. —Respóndeme, pues.

      ALCIBÍADES. —No tienes más que preguntarme.

      SÓCRATES. —¿Supondré, al interrogarte, que meditas estos grandes planes que yo te atribuyo?

      ALCIBÍADES. —Así me gusta; por lo menos tendré el placer de oír lo que tú tienes que decirme.

      SÓCRATES. —Respóndeme. Tú te preparas, como dije antes, para presentarte dentro de pocos días en la Asamblea de los atenienses, para comunicarles tus luces. Si en aquel acto te encontrase y te dijese: —Alcibíades, ¿con motivo de qué deliberación te has levantado a dar tu dictamen a los atenienses? ¿Es sobre cosas que sabes tú mejor que ellos? ¿Qué me responderías?

      ALCIBÍADES. —Te respondería sin dudar, que es sobre cosas que yo sé mejor que ellos.

      SÓCRATES. —Porque tú no puedes dar buenos consejos, sino sobre cosas que tú sabes.

      ALCIBÍADES. —¿Cómo es posible darlos sobre lo que no se sabe?

      SÓCRATES. —¿Y no es cierto, que tú no puedes saber las cosas, sino por haberlas aprendido de los demás, o por haberlas descubierto tú mismo?

      ALCIBÍADES. —¿Cómo se pueden saber las cosas de otra manera?

      SÓCRATES. —Pero ¿es posible que las hayas aprendido de los demás o encontrado por ti mismo, cuando no has querido ni aprender nada, ni indagar nada?

      ALCIBÍADES. —Eso no puede ser.

      SÓCRATES. —¿Te ha venido a la mente indagar o aprender lo que tú creías saber?

      ALCIBÍADES. —No, sin duda.

      SÓCRATES. —Luego lo que tú sabes ahora, hubo un tiempo en que pensabas que no lo sabías.

      ALCIBÍADES. —Eso es muy cierto.

      SÓCRATES. —Pero yo sé, poco más o menos, las cosas que has aprendido; si olvido alguna, recuérdamela. Tú has aprendido, si no me equivoco, a leer y escribir, a tocar la lira y luchar, porque la flauta la has desdeñado.[2] He aquí todo lo que tú sabes, a no ser que hayas aprendido algo de que no dé yo cuenta, a pesar de que día y noche he sido testigo de tu conducta.

      ALCIBÍADES. —Es cierto; son las únicas cosas que he aprendido.

      SÓCRATES. —Cuando los atenienses deliberen sobre la escritura, ¿te levantarás para dar tus consejos acerca de cómo es necesario escribir?

      ALCIBÍADES. —No, ciertamente.

      SÓCRATES. —¿Te levantarás cuando deliberen sobre el modo de tocar la lira?

      ALCIBÍADES. —¡Vaya una magnífica deliberación!

      SÓCRATES. —Pero los atenienses, ¿no tienen costumbre de deliberar sobre los diferentes ejercicios de la palestra?

      ALCIBÍADES. —Convengo en ello.

      SÓCRATES. —¿Sobre qué esperas tú que deliberen para que pueda aconsejarles? ¿No será sobre la manera de construir una casa?

      ALCIBÍADES. —No, ciertamente.

      SÓCRATES. —El más miserable albañil les aconsejaría mejor que tú.

      ALCIBÍADES. —Tienes razón.

      SÓCRATES. —¿Tampoco será cuando deliberen sobre algún punto de adivinación?

      ALCIBÍADES. —No.

      SÓCRATES. —Un adivino sabe en esta materia más que tú.

      ALCIBÍADES. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —Ya sea pequeño o grande, hermoso o feo, de alto o bajo nacimiento.

      ALCIBÍADES. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —Porque un buen consejo viene de la ciencia y no de las riquezas.

      ALCIBÍADES. —Sin dificultad.

      SÓCRATES. —Y si los atenienses deliberasen sobre la salud de los ciudadanos, ¿no buscarían un médico para consultarle, sin averiguar si era rico o pobre?

      ALCIBÍADES. —Eso es bien seguro.

      SÓCRATES. —¿Con qué motivo y con qué razones te levantarías a dar a los atenienses buenos consejos?

      ALCIBÍADES. —Cuando deliberan sobre sus negocios.

      SÓCRATES. —¿Qué, cuando deliberan en lo relativo a la construcción de buques para saber la clase de los que deben construir?

      ALCIBÍADES. —No es eso, Sócrates.

      SÓCRATES. —Porque tú no has aprendido a construir buques, y he aquí por qué sobre esta materia no hablarás. ¿No es así?

      ALCIBÍADES. —Tú lo has dicho.

      SÓCRATES. —¿Cuándo, pues, deliberan sobre sus negocios, dime?

      ALCIBÍADES. —Cuando se trata de la paz, de la guerra o de cualquier otro negocio que atañe a la república.

      SÓCRATES. —Es decir, ¿cuándo deliberan con qué pueblos debe estarse en guerra o hacerse la paz, y cuándo y cómo?

      ALCIBÍADES. —Eso mismo.

      SÓCRATES. —¿Si es preciso llevar la paz o la guerra a pueblos con que convenga adoptar uno u otro medio?

      ALCIBÍADES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Consultando la conveniencia como mejor partido?

      ALCIBÍADES. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —¿Y

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