Obras Completas de Platón. Plato

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Obras Completas de Platón - Plato

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de manos, sin tocar los cuerpos, y cómo y cuándo es preciso hacer estos diferentes ejercicios, ¿darías tú mejores consejos sobre todo esto que un maestro de palestra?

      ALCIBÍADES. —El maestro de palestra los daría mejores sin dificultad.

      SÓCRATES. —¿Puedes decirme a qué atendería principalmente este maestro de palestra, para ordenar con quién, cuándo y cómo deben hacerse estos ejercicios? ¿No atendería a que se ejecutaran lo mejor posible?

      ALCIBÍADES. —Sin duda.

      SÓCRATES. —¿Ordenaría, como lo mejor, que se ejecutaran por todo el tiempo que se creyera conveniente?

      ALCIBÍADES. —Por todo el tiempo.

      SÓCRATES. —¿Y en las ocasiones que mejor conviniera?

      ALCIBÍADES. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —Y el que canta ¿no debe tan pronto acompañarse con la lira y tan pronto bailar, cantando y tocando?

      ALCIBÍADES. —Así es preciso.

      SÓCRATES. —¿Y esto debe hacerlo, cuando sea lo mejor y más conveniente?

      ALCIBÍADES. —Es cierto.

      SÓCRATES. —¿Y por todo el tiempo que mejor sea?

      ALCIBÍADES. —Sí.

      SÓCRATES. —Puesto que hay un mejor en el canto y en el acompañamiento, como lo hay en la lucha, ¿cómo llamas tú a este mejor?, porque al de la lucha yo le llamo mejor gimnástico.

      ALCIBÍADES. —No te entiendo.

      SÓCRATES. —Procura seguirme. Si fuera yo, respondería, que este mejor es lo que siempre es bien; y lo que siempre es bien ¿no es lo que se hace conforme a las reglas del arte?

      ALCIBÍADES. —Tienes razón.

      SÓCRATES. —¿El arte de la lucha no es la gimnástica?

      ALCIBÍADES. —Así lo has dicho.

      SÓCRATES. —¿Pero no tengo razón?

      ALCIBÍADES. —Me parece que sí.

      SÓCRATES. —Ánimo; a ti me dirijo, y procura responderme bien. ¿Cómo llamas el arte que enseña a cantar, tocar la lira y bailar bien? ¿No podrías decírmelo en una sola palabra?

      ALCIBÍADES. —No en verdad, Sócrates.

      SÓCRATES. —Haz un ensayo; voy a ponerte en el camino. ¿Cómo llamas tú a las diosas que presiden este arte?

      ALCIBÍADES. —¿Quieres hablar de las musas?

      SÓCRATES. —Ciertamente. Mira qué nombre ha tomado este arte de las musas.

      ALCIBÍADES. —¡Ah!, ¿hablas de la música?

      SÓCRATES. —Precisamente; y como te he dicho, que lo que se hace conforme a las reglas de la lucha y de la gimnasia se llama gimnástica, dime igualmente cómo llamas tú lo que se hace según las reglas de este arte.

      ALCIBÍADES. —Yo lo llamo arte musical.

      SÓCRATES. —Muy bien. Pero, dime, en el arte de hacer la guerra y en el de hacer la paz ¿cuál es lo mejor y cómo lo llamas? Así como en cada una de las otras dos artes dices que lo mejor en el uno es lo que es más gimnástico, y lo mejor en el otro lo que es más musical, trata de decirme ahora, en lo que te he preguntado, el nombre de lo mejor.

      ALCIBÍADES. —No podré decírtelo.

      SÓCRATES. —Pero si alguno te oyese razonar y dar consejos sobre alimentos, y decir: «Este alimento es mejor que aquel, es preciso tomarlo en tal tiempo y en tal cantidad», y él te preguntase: «Alcibíades, ¿qué es lo que llamas mejor?». ¿No sería una vergüenza que no pudieses responderle que lo mejor es lo que es más sano, aunque no seas médico, y que en las cosas que haces profesión de saber y sobre las que te mezclas en dar consejos, como sabiéndolas mejor que los demás, no tuvieses nada que responder? ¿No te llena esto de confusión?

      ALCIBÍADES. —Lo confieso.

      SÓCRATES. —Aplícate pues y haz un esfuerzo para decirme cuál es el objeto de este mejor que buscamos en el arte de hacer la paz o la guerra, y con quién se debe estar en guerra o en paz.

      ALCIBÍADES. —Yo no podré encontrarlo por más que me empeñe.

      SÓCRATES. —Qué, ¿no sabes, que cuando hacemos la guerra nos quejamos de cualquier cosa que nos han hecho aquellos contra los que tomamos las armas, e ignoras qué nombre damos a aquello de que nos quejamos?

      ALCIBÍADES. —Sé que decimos que se nos ha engañado o insultado o despojado.

      SÓCRATES. —Ánimo y sigamos. Cuando tales cosas nos suceden, ¿puedes explicarme la diferente manera en que pueden ocurrir?

      ALCIBÍADES. —¿Quieres decir, Sócrates, que pueden ellas ocurrir justa o injustamente?

      SÓCRATES. —Eso mismo.

      ALCIBÍADES. —Y esto constituye una diferencia infinita.

      SÓCRATES. —¿A qué pueblos declararán la guerra los atenienses por tus consejos? ¿Será a los que siguen la justicia o a los que la violan?

      ALCIBÍADES. —¡Terrible pregunta, Sócrates! Porque aun cuando hubiese alguno que creyese que es preciso hacer la guerra a los que respetan la justicia, ¿se atrevería a sostenerlo?

      SÓCRATES. —Es cierto; eso no es conforme a las leyes.

      ALCIBÍADES. —No, sin duda; eso no es ni justo, ni decente.

      SÓCRATES. —¿Tendrás por consiguiente en cuenta la justicia en todos tus consejos?

      ALCIBÍADES. —Es indispensable.

      SÓCRATES. —Pero ese mejor, que yo te reclamaba antes, con motivo de la paz y de la guerra, para saber con quién, cómo y cuándo es preciso hacer la guerra y la paz ¿no es siempre lo más justo?

      ALCIBÍADES. —Así me parece.

      SÓCRATES. —Pero, mi querido Alcibíades, es preciso que sucedan una de dos cosas: o que sin saberlo, ignores tú lo que es justo, o que, sin saberlo yo, hayas ido a casa de algún maestro que te enseñara a distinguir lo que es más justo y lo que es más injusto. ¿Quién es ese maestro? Dímelo, te lo suplico, para que me pongas en sus manos y me recomiendes a él.

      ALCIBÍADES. —Ésa es una de tus ironías, Sócrates.

      SÓCRATES. —No, te lo juro por el Dios que preside a nuestra amistad, y que es un Dios a quien no querría ofender con un perjurio. Te lo suplico muy seriamente; si tienes un maestro, dime quién es.

      ALCIBÍADES. —¡Ah!, y aunque yo no tenga maestro, ¿crees tú que no pueda saber por otra parte lo que es justo y lo que es injusto?

      SÓCRATES.

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