El hijo de Dios. Ty Gibson
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¿Qué quiere decir la Biblia cuando llama a Jesús «el Hijo de Dios»?
¡Oh, no! ¿Va a ser esto uno de esos aburridos ejercicios teológicos?
Pues no.
En realidad, si aceptas seguirme en este corto viaje hasta el final, te aseguro que la recompensa valdrá la pena. Puede que incluso te conmueva profundamente la belleza del carácter de Dios y te asombre la extraordinaria genialidad del texto bíblico. Incluso si encuentras aburrida a primera vista la pregunta anterior, te prometo que el tiempo que vamos a pasar juntos no te aburrirá en lo más mínimo.
En primer lugar, debes saber que esta pregunta ha desafiado a los estudiantes de la Biblia durante casi dos mil años. No es una nuez fácil de romper. Los expertos biblistas siempre han estado intrigados y desconcertados por este tema. Y es fácil ver por qué. Apoyándose en la premisa bastante convincente de que la Biblia llama a Cristo “el hijo de Dios”, diversas voces han surgido a lo largo de la historia de la iglesia, insistiendo en que, para llevar con propiedad un título como ese, él no podría preexistir sin un punto de comienzo, ni podría coexistir eternamente junto a un Dios de quien es “Hijo”. La lógica, insisten, impide que un hijo coexista cronológicamente desde siempre con su padre.
Difícilmente puedes rebatir ese argumento.
Nuestra comprensión normal del término “hijo” incluye la noción de nacimiento, y la Escritura dice que Jesús fue “engendrado” y que nació. De modo que, normalmente, ser “hijo” implica un punto de origen, un comienzo. Si Jesús es llamado “Hijo” de Dios, ¿no se deduce que debe haber sido engendrado por Dios y que, por lo tanto, tiene un punto de partida como persona distinta del Padre?
Es indiscutible que esta perspectiva tiene su lógica.
Así que quiero decir a los partidarios de este punto de vista, que no van encontrar de mi parte ninguna actitud irrespetuosa o despectiva. Yo estoy de parte de los estudiosos que usan su cerebro. Como dijo Galileo, «yo no me siento obligado a creer que el mismo Dios que nos ha dotado de sentido común, razón e inteligencia pretenda que renunciemos a su uso». Felicito a quienes procuran ser lógicos y coherentes.
Pero sobre la base de su honestidad y lógica, les pido que tomen en serio lo que vamos a explorar sobre el tema, porque creo que van encontrar el enfoque de este libro profundamente convincente. De hecho, me atrevo a afirmar que lo que estamos a punto de descubrir acerca de la filiación de Cristo es una verdad tan obvia que, una vez que la veas, no podrás perderla de vista. Soy consciente de que esta es una gran pretensión para este pequeño libro, pero, por favor, permíteme que lo intente lo mejor que pueda acompañándome hasta la última página. Y haz lo que quieras, pero no te saltes nada. Sigue el texto en orden, porque, en nuestro tratamiento del tema, cada pieza de cada cuadro es vital para comprender la siguiente, y esta para la siguiente, y así sucesivamente, hasta el final.
No importa quién seas, ni la posición que hayas tomado acerca de la filiación de Cristo, sin duda has percibido la tensión y complejidad del tema, tratando de encontrar sentido a dos afirmaciones bíblicas aparentemente contradictorias.
Por un lado, la Biblia llama a Jesús «el Hijo unigénito de Dios» (Juan 3: 16) y lo describe ocupando una posición subordinada al Padre (Juan 14: 28; 1 Corintios 15: 27-28).
Por otro lado, la Escritura también dice que Jesús es «en forma de Dios», insistiendo en que él comparte «el ser igual a Dios» (Filipenses 2: 5-6) y que él es quien «hizo» todas las cosas que fueron «hechas», situándolo, por contraste, en la categoría de los seres no creados (Juan 1: 1-3). Cristo es llamado incluso «Padre eterno» (Isaías 9: 6), el eterno «yo SOY» (Éxodo 3: 14; Juan 8: 58), y «el Todopoderoso» (Apocalipsis 1: 8).
La tensión entre las dos identidades salta a la vista.
La solución debe ser coherente con ambas afirmaciones…
y digna de nuestra admiración.
«A la mayoría de los cristianos se les ha enseñado a abordar la Biblia como si fuera un libro de texto sobre doctrinas, suponiendo que funciona como una enciclopedia, usándola para construir una serie de declaraciones teológicas».
Capítulo Dos
LEYENDO
LA ESCRITURA EN SUS PROPIOS TÉRMINOS
Tengo la impresión de que nuestro empeño en luchar para dar sentido a la noción de filiación aplicada a Cristo se debe a una lectura selectiva y estrecha de las Escrituras que ignora la historia general del libro. No es que nadie tenga la intención de leer la Biblia selectivamente o con un enfoque estrecho. A la mayoría de los cristianos se les ha enseñado a abordar la Biblia como si fuera un libro de texto sobre doctrinas, suponiendo que funciona como una enciclopedia, usándola para construir una serie de declaraciones teológicas. Así que en realidad no leemos la Biblia integralmente, sino que tendemos a peinar sus páginas en busca de versículos, declaraciones, incluso frases parciales y palabras aisladas, y luego reunimos esa masa inconexa de “versículos” en categorías temáticas a partir de las que componemos “creencias”.
Los propios escritores de la Biblia parecen no saber nada de esta manera tópica de concebir la verdad. Es aparentemente ajena a la antigua forma hebrea de entender la realidad. Ellos, al contrario, ven y transmiten la verdad en forma de poemas y cantos, símbolos e historias, sobre todo relatos, ya que incluso los poemas, los cánticos y los símbolos se utilizan para contar los relatos.
Cuando la Biblia se estudia a partir de “textos-prueba” pero sin tener en cuenta su contexto, es posible servirse de muchos de sus versículos para formular casi cualquier doctrina que alguien pretenda creer. El estudio de la Biblia con este enfoque es un ejercicio bastante subjetivo en el que uno busca versículos para apoyar premisas que se quieren defender con la Biblia, y no es sorprendente que se encuentre apoyo para lo que se está buscando.
Usando el enfoque de textos-prueba con la Escritura, podemos fácilmente, y con la mejor de las intenciones, tomar la palabra “hijo” como ocurre en referencia a Jesús, y luego apelar a la razón, al margen del relato bíblico, para deducir que él debe haber salido de Dios en algún momento, hace mucho, mucho tiempo. El “Hijo de Dios” no puede ser Dios eterno en el mismo sentido en que el “Padre” es Dios, argumentamos, o de lo contrario no sería llamado “el Hijo”.
Entonces, para explicar los otros “versículos” que presentan a Jesús como Dios, nos vemos obligados a aventurar explicaciones filosóficas y abstractas que la Escritura no ofrece. Decimos cosas del estilo de: “Sí, Jesús siempre existió en el Padre antes de que fuera engendrado por el Padre, por lo que no fue creado por el Padre, sino que emergió del Padre”. Y pensamos que hemos dicho algo significativo y profundo, aunque en realidad no tenemos ni idea de lo que hemos dicho, y sabemos que la Biblia, por supuesto, no dice tal cosa. Pero cuando utilizamos el método de textos-prueba, que no tiene en cuenta el contexto, no tenemos más remedio que llenar los vacíos con especulaciones que no son inherentes al texto. En otras palabras: tenemos que inventar cosas.
Por supuesto, no podemos culpar a nadie por tratar de dar sentido a un pasaje difícil. Cuando se trabaja con la metodología de textos-prueba, concentrándonos en unos pocos árboles y dejando de ver todo el bosque, es un gran desafío entender que “Dios” pueda a la vez ser “engendrado” como “Hijo de Dios”. Así que o dejamos de lado los versículos que no encajan, o los interpretamos de modo abusivo. Quienes defienden la posición contraria generalmente responden ensartando su propia lista de versículos y ofreciendo