El hijo de Dios. Ty Gibson

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El hijo de Dios - Ty Gibson

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      Y así lo vamos a hacer en breve.

      Por ahora, simplemente necesitamos anotar, en interés de nuestra futura investigación, que David se describe a sí mismo y al Mesías venidero, como «engendrados» por Dios y como «primogénitos» de Dios, no en un sentido literal cronológico, sino en un sentido simbólico o “posicional”. David es el hijo de Dios, dentro de una sucesión de hijos de su pacto, que entre todos conducen al Hijo mesiánico, quien clamará a Dios, con una recién descubierta fidelidad a la idea de filiación: «tú eres mi Padre.» Y Él es quien establece «para siempre».

      Este punto es muy sencillo, pero superimportante: El rey David no entra en el escenario bíblico en un vacío narrativo. Emerge dentro de una saga en desarrollo. Adán, el hijo de Dios, perdió su posición de hijo. Dios prometió recuperarlo dando a la raza humana un nuevo Génesis con un nuevo Hijo de Dios, que triunfaría donde Adán falló. La descendencia prometida a la mujer ocupará fielmente su vocación como eterna progenitora de la imagen de Dios para todas las generaciones futuras.

      La lógica interna del relato bíblico es coherente. Dios está actuando para rescatar a la humanidad desde el interior, desde nuestro propio reino genético, a través de un “Hijo de Dios” humano que revertirá los efectos de la caída de Adán. David es un paso más en esa sucesión de hijos.

      ¿Y qué es lo siguiente que ocurre?

      Lo has adivinado: llega otro hijo de Dios.

      «El Dios creador de la humanidad intenta salvarla desde su propio seno, desde nuestro propio reino genético, desde la posición estratégica de un “Hijo de Dios” que nacerá del linaje de Adán con el fin de redimir la caída de Adán».

      Capítulo seis

      SALOMÓN, MI HIJO

      A medida que la historia continúa avanzando, David tiene un hijo, a quien le da el nombre de Salomón. Fiel a la trayectoria de su plan, Dios transfiere a Salomón la posición única dentro de su filiación:

      Él edificará una Casa a mi nombre; será para mí un hijo, y yo seré para él un Padre; y afirmaré el trono de su reino sobre Israel para siempre (1 Crónicas 22: 10).

      Toma nota cuidadosamente del lenguaje empleado, porque reaparece en el Nuevo Testamento: «Él será mi hijo, y yo seré su Padre». No dice: “Él es mi hijo, y yo soy su Padre”. Estos roles narrativos están siendo precisados con un propósito que tiene que ver con el pacto. Salomón es reclutado en la posición de hijo con el fin de dar continuidad al plan del pacto.

      Salomón es alguien importante en esta dinastía porque su historia, a diferencia de la de su padre David, se desarrolla sin guerra. David, el hijo de Dios, expresa el deseo de construir un templo para el culto divino, pero Dios le explica que él no puede ser quien construya el templo de Dios (2 Samuel 7).

      ¿Por qué?

      Pues porque David es un hombre de guerra, con las manos manchadas de sangre (1 Crónicas 17; 22; 28). En el relato bíblico, el carácter de Dios es en última instancia incompatible con la guerra (Isaías 2: 1-4), por lo que el constructor del templo debe ser un hombre de paz. Ese hombre es Salomón, cuyo nombre significa paz, es decir: paz de la guerra (1 Crónicas 22: 9). De esta manera, al transferir la promesa del pacto de David a Salomón, Dios está proyectándose hacia el propósito más elevado que finalmente logrará por medio de Cristo. En un penúltimo sentido, Salomón es el hijo pacífico de Dios, anunciador de Jesús, el Príncipe de Paz definitivo. Él es aquel con quien Dios «establecerá el trono de su Reino sobre Israel para siempre», sin guerra.

      Así que con Salomón, estamos un paso más cerca, o un “hijo de Dios” más cerca, del Mesías prometido. La historia toma forma de manera clara y obvia.

      Adán, el hijo de Dios, perdió su posición de hijo.

      Dios promete iniciar un linaje a través del cual un nuevo Hijo de Dios vendrá para rectificar la caída de Adán.

      Dios suscita un pueblo a través del cual se cumplirá la promesa, y la sucesión dinástica se desarrolla de la siguiente manera:

      Abraham, hijo de Dios, da paso a…

      Isaac, hijo de Dios, que da paso a…

      Jacob, hijo de Dios, que da paso a…

      Israel, hijo colectivo de Dios, que da paso a…

      David, el hijo de Dios, que da paso a…

      Salomón, hijo de Dios.

      Cada vez está más claro. La Biblia es un relato sin fisuras. La historia se inicia con la creación del primer hombre y la primera mujer, Adán y Eva, y luego sigue su camino hacia adelante a través del llamado a Abraham, el establecimiento de Israel, la unción de David como rey de Israel, y luego la de Salomón, el rey de la paz, todo avanzando hacia un gran final:

       el nacimiento de la descendencia prometida,

       un nuevo Adán que redimirá a la humanidad de su caída,

       un ser humano que será “el hijo de Dios” por su fidelidad al pacto y que restablecerá así la relación rota entre la humanidad y Dios.

      «La historia humana se caracteriza fundamentalmente por la ruptura del pacto. Somos una raza definida por la disfunción relacional y la desintegración, una raza de víctimas y verdugos, una raza de no-amantes».

      Capítulo Siete

      IDENTIDAD DEL PACTO

      Antes de cruzar el puente que nos lleva del Antiguo Testamento al Nuevo —de las sombras de las figuras mesiánicas hasta el mismo Mesías-hagamos una pausa para asegurarnos una clara comprensión de lo que

       la Biblia quiere decir con la noción de “alianza”, porque este es el motor teológico que impulsa la historia bíblica hacia adelante, como ya hemos observado.

      Por su valor puramente conceptual, “pacto” es una de las palabras más significativas de la Escritura. Es la idea que más plenamente define quién es Dios y cómo Dios actúa. Dios es el Dios del pacto, que actúa a través de su pacto, y que interviene siempre y unicamente dentro del flujo relacional dinámico de pacto.

      Entonces, ¿qué significa esta palabra altamente cargada de sentido?

      Hablando a través del profeta Oseas, Dios revela las intenciones de su corazón en favor de Israel y de toda la humanidad en términos de pacto:

      Porque misericordia quiero y no sacrificios; conocimiento de Dios más que holocaustos. Pero ellos, como Adán, violaron el pacto; allí han pecado contra mí (Oseas 6: 6-7, ESV).

      En primer lugar, observa que el “pacto” implica “amor inquebrantable”. Observa también que la caída de Adán y, por extensión, el estado caído de la humanidad como un todo, se define con las palabras “ellos… violaron el pacto”. Está claro, entonces, que el “pacto” abarca todo el relato bíblico, remontándose al propósito original de Dios para la humanidad, y alcanzando el último “deseo” de Dios para el mundo.

      Hablando a través del profeta Isaías, Dios expresó la esencia de su

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