El Secreto Del Relojero. Jack Benton
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—Las historias continuaron —dijo Les tomando el té que Slim encontraba decepcionantemente flojo—. Fue literalmente un caso de visto y no visto. Desde el desplome de un pozo minero en Bodmin Moor al secuestro por un grupo terrorista internacional. Muy rocambolesco, podríamos decir.
—¿Vivía cerca de aquí?
—En la Granja Worth. Al norte de la mía, la segunda entrada a la izquierda. Tenía gente que trabajaba para él, pero era un mero mantenimiento. La gente siempre decía que la mantenía con pérdidas para desgravar impuestos.
—¿Para sus relojes?
—Eso fue luego. Empezó como granjero, al heredar la granja de su padre, creo. Luego, cuando aumentó el interés por su otro trabajo, recortó por un lado para expandirse por otro.
—¿Eran amigos?
Les sacudió la cabeza.
—Vecinos. Nadie era en realidad amigo del viejo Birch. No era la persona más sociable, pero era bastante amable si te lo encontrabas por la calle.
—¿Familia?
—Esposa e hija. Mary la sobrevivió unos pocos años, pero, después de morir, Celia vendió la propiedad y se mudó. La nueva pareja que vive ahí son los Tinton. Gente bastante agradable, pero algo cerrados. Maggie es algo pija, pero no es buena gente.
—¿Conocían la historia del lugar cuando lo compraron?
Les sacudió la cabeza.
—No sabría decirle. Ni siquiera supe que Celia lo había puesto en venta hasta que empezaron a llegar las furgonetas de la mudanza. Indudablemente no había carteles de venta hasta que apareció el de vendido. Habría estado bien que alguien del pueblo lo comprara, pero no puedes evitar estas cosas. De todos modos, a nadie le entristeció que Celia se fuera. Buen viaje.
Slim frunció el ceño ante el repentino cambio en el tono de voz de Les. Le recordó la reacción que había recibido al principio al mencionar a Amos.
—¿Por qué dice eso?
Les suspiró.
—La niña era mala gente. El viejo Birch tenía dinero. A la niña no le faltaba nada, iba por ahí con descaro. Se decían todo tipo de cosas sobre ella.
—¿Como qué?
Les parecía dolido, haciendo muecas como si las palabras fueran una fruta podrida en su interior y no tuviera otra alternativa que tragarla.
—Le gustaban los hombres, eso decían. Los prefería casados. Más de un par de casas se vendieron mientras ella estaba por aquí, con familias que se separaban. Tenía solo diecinueve años cuando Amos desapareció y muchos dijeron que él ya había tenido bastante.
—¿Cree que ella lo mató?
Les golpeó la mesa lo suficientemente fuerte como para sobresaltar a Slim y luego dejó escapar una risa perruna.
—Oh, Dios, no. ¿Cree que se habría librado con algo así? La chica tenía sus recursos, pero no puedo creer que ideara una forma de librarse de él.
Slim quería preguntar a Les si conocía el nuevo domicilio de Celia, pero el viejo estaba frunciendo el ceño como mirando al vacío. Slim miró a su alrededor, buscando señales de la presencia de una mujer y no encontró ninguna. Se preguntó si las historias sobre el estilo de vida decadente de Celia Birch eran algo más que rumores.
—Gracias por su tiempo —dijo, levantándose—. Le dejo con sus cosas.
Les acompañó a Slim hasta la puerta.
—Venga cuando quiera —dijo—, pero, si quiere un consejo, no profundice mucho.
—¿Qué quiere decir?
—Las puertas de este sitio siempre están abiertas a los extraños. Pero si curiosea demasiado en lo que hay detrás de ellas, tienden a cerrarse de golpe.
8
Slim comió en unos escalones con una panorámica del distante tapete verde de Bodmin Moor. Unas huellas de pisadas en el barro blando en un rincón del campo le decían que la ruta era popular, pero todavía no había visto otros paseantes.
Se sintió un poco incómodo cuando llegó a la puerta de la Granja Worth, pero el sendero hacia el valle hacía un ángulo en torno a la parte trasera del corral antes de pasar un arroyo y dirigirse hacia el páramo, así que Slim pudo ver a través del seto según pasaba.
Una granja enfrente de un patio de cemento rodeado por anexos: dos grandes establos para animales, uno para maquinaria y un par más cuyo uso Slim solo podía adivinar; silos para el grano o una procesadora láctea, tal vez. En la parte trasera del espacio principal, un camino de grava baja a un grupo de edificios más pequeños que tenían el aspecto de ser de uso personal. Slim echó un vistazo a través de la valla, preguntándose si el más grande de ellos (una caseta de ladrillo con dos ventanas a ambos lados de la puerta y una pequeña chimenea sobresaliendo del tejado en un extremo) habría sido en su momento el taller de Amos Birch.
Con un instinto para posibles pistas desarrollado a lo largo de ocho años como investigador privado, Slim sacó su cámara digital y tomó unas pocas fotos del corral. La acababa de devolver al bolsillo justo un momento antes de que la voz de una mujer lo saludara.
—Mire, puede quedarse atascado ahí.
Slim se giró rápidamente. Salió del seto para caer en un montón de barro hasta el fondo. Mientras se giraba haciendo muecas ante la mancha marrón que subía desde su tobillo hasta casi la mitad de su muslo, se encontró cara a cara con una señora anciana ataviada con ropa de senderismo de tweed. Se apoyaba en un bastón de caminar y lo miraba fijamente, entrecerrando los ojos a través de unas gafas que llevaba en la parte baja de la nariz.
Slim se puso en pie y se quitó el barro de su ropa lo mejor que pudo. La mujer seguía mirándolo, frunciendo el ceño cada vez más, con la cabeza inclinada hacia un lado como un artista examinan la obra de un rival.
—¿Ha visto algo de interés desde su posición estratégica?
—¿Qué?
—Desde ese matorral. —Agitó su bastón de paseo hacia el páramo—. Ya sabe, la mayoría de la gente en este camino mira más lejos a esos bloques espectaculares. Me pregunto qué puede encontrar interesante en unos pocos edificios de una granja ocultos tras un seto colocados de tal manera que alguien con al menos una pizca de sensatez podría considerar como un atentado a la privacidad de alguien.
El tono de voz de la mujer había pasado del interés general a uno al borde del enfado. Slim estaba cansándose de sus aires de grandeza, pero de repente se dio cuenta de