DeMente 2: Dos cabezas piensan más que una. Alberto Montt

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DeMente 2: Dos cabezas piensan más que una - Alberto Montt

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y complejidad. Es el lóbulo frontal, región del cerebro que se ha desarrollado mucho en nuestra especie en comparación con otras, el encargado de almacenar y procesar información, concentrar funciones ejecutivas y otras tantas claves para el aprendizaje.

      Los investigadores determinaron que la neurogénesis postnatal produce neuronas fundamentalmente de tipo inhibitorias, que representan casi el veinte por ciento del total de células de la corteza cerebral. Nuestro cerebro tiene neuronas inhibitorias y excitatorias. Las neuronas inhibitorias son las encargadas de modular la actividad eléctrica de sus neuronas vecinas, reduciendo la posibilidad de producir un potencial eléctrico, que es la forma en que las neuronas se comunican. Las excitatorias, por su parte, tienen un efecto opuesto, es decir, aumentan la probabilidad de producir un potencial eléctrico. De esta manera, las neuronas inhibitorias actúan sobre sus vecinas disminuyendo la posibilidad de que estas se activen y, por lo tanto, se comuniquen con otras neuronas. Nuestro cerebro requiere un balance de ambos tipos de neuronas.

      Para la doctora Paredes y su equipo, esta migración neuronal podría explicar el gran volumen del lóbulo frontal de los humanos, muy considerable ya en el momento de nacer.

      Pero, ¿cómo lograron llegar a este importante descubrimiento? Los investigadores usaron tejido cerebral obtenido de donantes lactantes a las pocas horas de fallecidos. Dichos tejidos fueron marcados con fluorescencia, un tipo de marcador molecular que permite que las células migratorias inmaduras brillen, lo que permitió observar su origen y su ruta. De esta manera, los investigadores lograron ver cómo estas neuronas se desplazaban en grupos –formando las cadenas antes mencionadas– e incluso vieron cómo algunas de ellas se separaban para migrar por sí solas hasta llegar a su destino final. Estos movimientos migratorios neuronales suceden fundamentalmente durante los primeros tres meses de vida, aunque hay evidencia de que se siguen produciendo hasta alrededor de los siete meses. A los dos años casi no se observan y a los seis años han cesado.

      Además de detectar este desplazamiento neuronal, el grupo de investigadores identificó dos rutas de migración en lactantes que ya habían comenzado durante el desarrollo embrionario. Estas dos vías parten de la misma región: unas estructuras llamadas eminencias ganglionares, que son núcleos o grupos neuronales presentes en estados embrionarios de desarrollo del cerebro y que posteriormente, en un cerebro maduro, dan origen al complejo amigdaloide, también conocido como amígdala (responsable del procesamiento emocional). Una de las rutas migratorias se dirige hacia los bulbos olfatorios (unido a la base del lóbulo frontal) que se asocian a la detección, discriminación y filtrado de olores, entre otras funciones. La segunda ruta migratoria se movilizó hacia la corteza prefrontal ventral (superficie más externa de la base del lóbulo frontal), estructura que tiene un rápido acceso a la información visual y, en consecuencia, es capaz de reaccionar ante los eventos visuales tanto positivos como negativos.

      La naturaleza dinámica del lóbulo frontal en las etapas de lactancia pone de manifiesto la necesidad de acentuar los cuidados del lactante, ya que lesiones en esta zona durante esta etapa que se considera crítica, podrían afectar al reclutamiento neuronal provocando desórdenes neurocognitivos y sensoriomotores tales como epilepsia, parálisis cerebral, entre otros.

      Este estudio confirma que los primeros meses de vida, cuando un infante empieza a interactuar con el medio ambiente, son cruciales para el desarrollo del cerebro, ya que corresponde con el desarrollo de funciones cognitivas más complejas. En particular, esta investigación nos ayuda a entender qué es lo que hace que el desarrollo cerebral humano sea tan único y, sobre todo, releva la importancia de los cuidados y de la estimulación infantil durante los primeros meses de vida.

      Dime lo que comes y te diré qué tan inteligente eresJorge González

      Las fotos dieron la vuelta al mundo en 2015. Era una secuencia de imágenes que mostraban a una gorila salvaje en el bosque Mbeli Bai, en el Congo. Un equipo de expertos alemanes y norteamericanos se maravilló al ver a la gorila utilizar un palo para cruzar un río de aguas turbias. Pudieron verla entrar al agua y devolverse a tierra firme tras advertir que se hundía. Una vez en la orilla, tomó una rama que utilizó como apoyo para entrar de nuevo al agua e ir tanteando la profundidad del cauce. Pese a verse asustada, logró caminar cerca de 10 metros… siempre con cautela y calculando cada uno de sus pasos. Como este, hay una infinidad de registros que dan cuenta de la asombrosa inteligencia de los primates. Gorilas y chimpancés, por ejemplo, elaboran herramientas para cazar y obtener alimentos. Bonobos y orangutanes pueden expresar amor, pena y rabia, emociones que pensábamos que eran exclusivas del ser humano. Y ellos mismos son capaces de transmitir tradiciones de madres a hijos.

      ¿Por qué los primates han desarrollado cerebros tan complejos y otras especies no? Todos sabemos que el ser humano es el animal más inteligente en la Tierra. Esta capacidad intelectual nos permitió llegar a ser la especie dominante, capaz de construir objetos inimaginables, dominar tierras inhóspitas e idear complejas teorías que explican la naturaleza de aquello que nos rodea. Pero, ¿qué determina la inteligencia de un ser vivo?

      Hasta ahora la hipótesis más aceptada por la comunidad científica indicaba que la vida en sociedad había sido el factor determinante en el desarrollo de facultades cognitivas superiores. Según esta teoría, los cerebros más grandes fueron el resultado de la necesidad de convivir y reproducirse en grupos sociales cada vez más complejos. En términos evolutivos, los cerebros mejor adaptados han sido capaces de avanzar de manera progresiva en pensamientos más elaborados y en construcciones mentales de alto requerimiento intelectual. En definitiva, es la vida en sociedad la que nos ha obligado a desarrollar nuevas y siempre crecientes capacidades cognitivas.

      Sin embargo, esta idea de la evolución resultó algo dudosa para algunos estudiosos del tema. Su crítica apuntaba a señalar que las investigaciones realizadas hasta ese momento consideraban muestras muy pequeñas donde no era posible observar de forma global el enorme y complejo árbol que es la evolución.

      Esta misma inquietud rondaba en la cabeza de Alex R. DeCasien, quien junto a su equipo del departamento de antropología en la Universidad de New York, Estados Unidos, analizó el comportamiento y la alimentación de más de 140 especies distintas de primates. En concreto, estudiaron las estructuras sociales de sus manadas, el tipo de alimentación que llevaban, los esfuerzos cognitivos que se requerían para encontrar dicho alimento y, por último, el grado de desarrollo cerebral que mostraban.

      Los resultados mostraron una interesante relación entre el tipo de alimentación que tenían dichas especies y su inteligencia.

      Por ejemplo, el análisis determinó que las especies que consumían hojas (folívoros) tenían un comportamiento social más simple en comparación de aquellas que consumían frutas (frugívoros). En tanto, aquellas especias que comían hojas y frutas exhibían aún más complejidad intelectual y social.

      ¿Cómo se justifican estas diferencias? La primera explicación podría tener relación con el mayor aporte nutricional de la fruta en comparación con las hojas. Pero hay más. Según el equipo investigador, la búsqueda de fruta requiere un esfuerzo cognitivo mayor. El animal debe saber y recordar dónde y cuándo encontrar los mejores frutos para su alimentación; debe saber, además, cómo pelar un fruto e incluso elaborar una herramienta para conseguir ese objetivo. Los primates que se alimentan de hojas, en contraparte, no enfrentan mayores obstáculos para conseguir sus alimentos. Las hojas son abundantes y su búsqueda no implica grandes desafíos. Distinta es la situación de los primates omnívoros, que de manera ocasional comen carne, como el chimpancé africano, que caza en manada elaborando complicados planes para capturar presas y cuya inteligencia es comparada con la de los humanos.

      En paralelo, el equipo determinó que dichos comportamientos estaban directamente relacionados al crecimiento de la neocorteza cerebral, una estructura clave para el pensamiento racional, y que es el último sector en

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