Conducta violenta: impacto biopsicosocial. Luis Miguel Sánchez Loyo
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En México el acoso sexual es una figura jurídica prevista en la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia que entró en vigor el 2 de febrero de 2007 y, en el caso de hostigamiento, tipificada como delito en el Código Penal Federal desde principios de 1991, pero hasta el momento no han sido desarrolladas jurisprudencialmente en tesis alguna de la Suprema Corte de Justicia de la Nación o de tribunales de circuito, ni es obligatoria su aplicación como programa en escuelas y universidades (Vélez y Munguía, 2013).
Por la forma en que opera, esta violencia puede ser considerada como un mecanismo de poder que promueve relaciones inequitativas entre los seres humanos, encubiertas por instancias de subordinación, sometimiento y colonización. Es el resultado de la autoeficacia del sistema patriarcal que la violencia sexual no sea reconocida como tal, sino como una expresión natural de la masculinidad. Las formas de poder que adopta este patriarcado son en su mayoría ejercidas a través de la violencia simbólica, aunque no podemos ignorar que también existen formas de violencia física y que este no es un problema menor. Dicho problema se agrava cuando esta violencia proviene de alguien que goza de superioridad legal o simbólica, sea maestro, director o administrativo.
Como ya se describió, el hostigamiento y el acoso sexual tienen implicaciones muy negativas y severas para quienes la experimentan, sean hombres o mujeres, y de múltiples maneras siempre afectan la oportunidad de desarrollo personal y social de las personas, por lo que es una realidad que este problema se encuentra de manera latente en el sector estudiantil de la educación superior (Cervantes et al., 2013).
Ciberacoso en educación superior
Las actuales tecnologías de la información y comunicación (TIC) y su acelerado avance han impactado visible e invisiblemente todos los procesos sociales, culturales y económicos. Esto ha generado formas inéditas de convivencia, donde los individuos parecen estar más cerca que nunca, debido a que logran tener acceso directo prácticamente en todo lugar y a cualquier hora, constituyendo esto un proceso de socialización que resulta importante para la contribución al campo de la comunicación y la educación. Esta forma de convivencia e interacción ha generado una cultura de lo virtual, del ciberespacio o cibercultura a la que los jóvenes se incorporan y generan estilos de vida, pues a través de ella se transmiten formas de pensar, de ser, de emocionarse y de comportarse; los jóvenes simultáneamente comparten su vida cotidiana y el entretenimiento. Hoy en día se considera impensable no participar en redes sociales ni enviar mensajes, sobre todo si se trata de jóvenes universitarios.
Asimismo, existe la utopía del uso de los medios cibernéticos para ampliar el conocimiento, donde los individuos podrían aprovechar la oportunidad de generar, dar a conocer y compartir información enriquecedora de todo tipo, fomentando una cultura de equidad y respeto hacia todos los seres humanos; además de la intención de lograr comunicación y vínculos sociales positivos, que coadyuven a la rapidez y practicidad de las interacciones entre los individuos (Sánchez y Moreno, s/f).
Sin embargo, se sostiene que dicha socialización a partir de la comunicación cibernética entre estudiantes universitarios dista mucho de ser utilizada para avanzar en la formación de su profesión y crecimiento humano, sino que principalmente lo toman como un pasatiempo y para manifestar actos encubiertos, que en ocasiones propician conductas de violencia simbólica o entornos agresivos y en muchos casos se emplea para espiar, acosar, hostigar y difundir información ofensiva. Estas conductas determinan que la calidad y la profundidad de la comunicación, sobre todo entre jóvenes, esté disminuyendo. Así también, la ética de la comunicación en estos espacios es cada vez más escasa, debido a que proliferan faltas de respeto, ridiculización del otro y robo de claves para invadir la privacidad de las cuentas personales, lo que constituye un escenario donde abundan diversas formas de agresión, las cuales pueden ser sutiles o abiertas, cobijadas bajo un aparente anonimato del que una gran mayoría se aprovecha (Valencia et al., 2012).
El acoso en el ámbito escolar no sólo se presenta en el salón de clases, sino que rápidamente se ubica como parte de la comunicación virtual, fenómeno conocido como ciberbullying o ciberacoso, que es una conducta agresiva repetida mediante el uso de dispositivos electrónicos para generar intimidación. En esencia, esta comunicación permite que los jóvenes den a conocer información personal, lo cual supone el riesgo de que amigos, seguidores y cualquier usuario con acceso a este tipo de sitios se entere de cuestiones personales ajenas y hagan mal uso de ellas, como ocurre con las experiencias de agresión en la red. Por ello, la violencia a través de los medios virtuales puede constituir una prolongación de lo que ocurre en las aulas y pasillos escolares (Ruiz y Serrano-Barquín, 2013 y Sánchez y Moreno, s/f).
Pasar tanto tiempo en la Red, sea mediante un ordenador personal o un teléfono inteligente, supone la presencia de otras personas a las cuales los alumnos ignoran por estar atentos a los contenidos de esos dispositivos. Con ello expresan una nueva forma de maltrato: la negación del otro, ignorar a compañeros y profesores es una manera de negarlos, porque significa que atender el teléfono es más importante, aunque no sea para contestar una llamada, sino para ver y verse, percibidos por otros. Un estudio reportó que la red social más utilizada es Facebook, seguida de Twitter, MySpace y otras (Valencia et al., 2012).
En este sentido, en el ambiente universitario han sido identificados factores potencialmente contribuyentes a la aparición de ciberbullying. Por ejemplo, las diferencias en capacidades académicas, socioeconómicas y culturales hace a algunas personas blanco de intimidación. Así también se considera que los sujetos que han sufrido ciberacoso tienen predisposición a repetir el círculo de la soledad, así como generar temor y desconfianza en los otros (Sánchez y Moreno, s/f).
En cuanto a las formas predominantes de maltrato por medio de la Red se identificaron cinco ámbitos en los que se manifiesta la violencia virtual. En el ámbito del atentado contra el pudor se incluyen las insinuaciones sexuales virtuales, la difusión de videos o imágenes ofensivos para desprestigiar a los compañeros, sin contar con evidencia si son reales o si son producto de fotomontaje, así como enviar mensajes o archivos con contenido pornográfico. En el ámbito del allanamiento de morada virtual (casa virtual como espacio donde se coloca información personal) se constituye por espionaje de cuentas de correo, la difusión y sustracción de fotografías o videos personales sin autorización. En el ámbito de las calumnias e injurias, donde la violencia es más frecuente, hay insultos con fines de ridiculización, difamaciones, intrigas o envío de mensajes hostiles. En el ámbito del daño moral o amenazas está contemplado terminar con la pareja mediante internet sin dar la cara, hacerla sentir poco atractivo (a), amenazar o enviar información amarillista de manera virtual, robar contraseñas con la finalidad de invadir la intimidad de las cuentas personales. En el ámbito de la discriminación se presenta la actitud de rebajar, menospreciar de forma virtual o excluir por condición de género.
El daño que estos actos causan en los universitarios, considerando tanto el nivel inconsciente (la persona no se da cuenta de que está siendo violentada y los mensajes no le afectan), como el nivel consiente (la persona acepta la agresión y sus efectos psicológicos), destacan: miedo, desconfianza, indignación por no poder hacer nada, impotencia ante un agresor invisible, indignación, estrés, cólera, sensación de haber sufrido violencia física, depresión, paranoia, baja autoestima, problemas de confianza, ausentismo escolar, problemas de aprovechamiento escolar, afectación del rendimiento académico y deserción. En este nivel educativo las manifestaciones de ciberbullying son cambiantes, sofisticadas y acordes con la era tecnológica, por lo que tienden a tornarse más graves y peligrosas (Ruiz y Serrano-Barquín, 2013 y Sánchez y Moreno, s/f).
En cuanto a la participación de los alumnos como agresores (proporción menor en comparación con las víctimas) resulta alta en términos de conductas que trasgreden los límites sociales permitidos, con el que se denigra la integridad del receptor de dicha