Dimensiones más allá de lo conocido. Osho
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Mi problema es que me resulta difícil relatar la verdad aun a aquellos que son los mejores entre nosotros. Para aquellos que son menos que los mejores, para el hombre común, no aparece la posibilidad de que sea relatada la verdad. Sólo aquellos de nosotros que estamos entre los pocos elegidos podemos entender los asuntos más profundos. Pero aun dentro de estos pocos elegidos, noventa y nueve de cien no percibirán lo que he dicho. Entonces, no tiene sentido decir tales cosas a una multitud, y sólo se escribe para una multitud.
También hay otra razón para no escribir. Creo que como el medio hace uso de los cambios, el contenido también cambia. Con los cambios del medio, el asunto subjetivo no permanece igual. El medio tiene sus propias condiciones y cambia lo que se ha dicho.
Esto no es fácilmente entendible. Cuando estoy hablando, hay un tipo de medio. Toda la línea de comunicación está viva. El escucha está viviendo y yo también estoy viviendo. Cuando yo hablo, el escucha no sólo escucha: también ve. Los cambios de expresión de mi rostro, los cambios diminutos reflejados en mis ojos, mi dedo levantándose y bajando; él ve todo. No sólo escucha mis palabras, también ve el movimiento de mis labios. No sólo son mis palabras las que hablan, también son mis labios los que hablan. Mis ojos también dicen algo. El escucha toma todo esto. El contenido de lo que he dicho será diferente en la mente de un escucha que en la mente de un lector, porque todo se habrá vuelto parte de esto.
Cuando alguien lee un libro, entonces, en lugar de mí, sólo habrá letras y tinta negras; nada más; yo y la tinta negra no somos equivalentes. No hay un dar y recibir. En los caracteres no aparecen los gestos y los cambios de expresión, no son creadas las imágenes o las escenas. No hay vida; es un mensaje muerto. Cuando alguien está leyendo un libro, se pierde una parte muy significativa del mensaje que permanecería viva mientras estoy hablando. En las manos del lector sólo hay declaraciones muertas.
Es interesante hacer notar que un lector podrá estar menos atento de lo que ha de estar un escucha. Cuando una persona escucha, el grado de atención que está poniendo es mucho mayor que cuando lee. Mientras se escucha, uno debe poner completa atención y concentración, porque lo que se ha dicho no será repetido. No se pueden revivir partes que no fueron entendidas o parcialmente entendidas: éstas se pierden. Cada momento que estoy hablando, lo que se está diciendo se pierde en un abismo sin fondo. Si lograron atraparlo, lo atraparon. De otra manera, fluye lejos y no regresará.
Mientras se lee un libro, no hay ese temor, porque pueden releerlo, la misma página, una y otra vez. Entonces, mientras se lee un libro, no hay necesidad de estar muy atento. Es por eso que el día en que las palabras empezaron a escribirse fue el día en que se disminuyó la atención. Estaba destinado a ser así.
Con un libro, si no han entendido algo, pueden volver la página y leerla de nuevo. Pero no es posible regresar lo que hablo. Lo que se dejó pasar se perdió. El conocimiento de lo que se dijo se pierde para siempre; si se pierde, no puede ser repetido. Esto mantiene su atención en el punto más alto. Ayuda a mantener su conciencia en alerta máxima. Cuando leen en el ocio, no hay daño si algo se pierde, lo pueden leer otra vez. Con un libro, el entendimiento es menor y se incrementa la necesidad de repetición. En la medida que decrece la atención, el entendimiento también decrece.
Por tanto, no es por falta de razón que Buda, Mahavira, y Jesús, todos, escogieron el discurso como el medio para transmitir su mensaje. Ellos pudieron haber escrito, pero escogieron este método. Lo hicieron por dos razones: una, porque la palabra hablada es un medio que abarca todo; más se puede decir. Hay muchas cosas adheridas a las palabras que se pierden en la escritura.
Si piensan en esto, notarán que las novelas perdieron importancia el día que empezaron las películas. Esto se debe a que las películas hacen que las cosas cobren vida. ¿Quién leería una novela? Es una cosa muerta. La novela no puede vivir mucho tiempo. Podría volverse un arte perdido debido a que ahora tenemos medios que están más vivos, lo que McLuhan llama medios “calientes”. La televisión y las películas son medios vivos, medios “calientes”. Hay calor en su sangre.
Pero la palabra escrita es un medio frío, muerto y frío. En él no hay vida; no fluye la sangre. Hasta su teléfono será obsoleto tan pronto como aparezca la fonovisión, tal como el radio se volvió obsoleto con la llegada de la televisión. El radio se ha vuelto un medio comparativamente frío, mientras que la televisión es un medio caliente. Y para mí, hablar es un medio caliente; en él hay calor y sangre.
Hasta aquí no hemos podido encontrar suficientes formas de enfatizar más sobre las palabras que son escritas. Si quiero enfatizar algo mientras hablo, puedo hablar un poco más fuerte. Puedo cambiar los matices de mi voz, su ritmo; entonces se dirige un énfasis. Pero no hay forma de hacer esto en las palabras de un libro. Las palabras sólo están muertas. En un libro, la palabra amor es amor, ya sea que esté escrita por una persona que esté haciendo el amor, o por alguien que no lo esté haciendo, o por alguien que vive enamorado, o por alguien que no sabe lo que es el amor. No hay matices, ni ritmo, ni ondas, ni vibraciones. Está muerto.
Cuando Jesús dice la palabra plegaria, su significado no es el mismo que cuando otra persona escribe la misma palabra en un libro. Toda la vida de Jesús es una plegaria, desde el principio hasta el fin. Cada partícula de él es una plegaria; cada pulgada de su cuerpo está llena de ella. Entonces, lo que Jesús transmite cuando dice la palabra plegaria es muy diferente a lo que transmite la palabra en un diccionario.
Siempre que uno habla, inmediatamente se crea una especie de afinación, un tomar contacto con el escucha. El alma del orador se aproxima pronto a la del escucha. Se abren las puertas; las defensas del escucha empiezan a ceder.
Cuando están escuchando, si tienen una atención completa, tienen que parar sus pensamientos. Entre más atentos estén mientras escuchan, menos pensarán. Se abren sus puertas, se vuelven más receptivos al otro. Ahora algo puede entrar directamente sin ser entorpecido, ustedes y el orador se llegan a conocer el uno al otro. Y en un sentido muy profundo, se establece una relación armoniosa. El discurso llega sin nada; sin embargo, hace un eco profundo en el escucha.
No se puede establecer una relación como ésta cuando uno está leyendo, porque el escritor está ausente. Cuando están leyendo, si no entienden algo, automáticamente tienen que hacer un intento para entenderlo. Pero cuando escuchan, entenderán sin ningún esfuerzo.
Si están leyendo un libro basado en un discurso mío que ha sido transcrito literalmente, entonces, olvidarán que están leyendo, porque me conocen. Después de pocos minutos sienten que no están leyendo, que están escuchando. Pero si se cambian las palabras o se cambia ligeramente el estilo en la transcripción, se romperá el ritmo y la armonización Cuando aquellos que me han escuchado alguna vez leen lo que he hablado, leerme es tan bueno como escucharme. Pero hay una diferencia, porque incluso un cambio en el ambiente cambia la intención de lo dicho.
La dificultad es que lo que estoy tratando de decir cambia de acuerdo con la forma de expresión. Si uso poesía, se impondrán sus propias condiciones: un arreglo particular de palabras, el rechazo o la selección de un tema en particular, el rompimiento o la eliminación de cosas particulares. Si es necesario expresar la misma cosa en prosa, el contenido será completamente diferente.
Es por eso que, en su mayoría, todos los grandes libros del mundo han sido escritos en forma poética. Lo que se dijo estaba tan lejano de la lógica, que era difícil expresarlo en forma de prosa. La prosa es muy lógica; la poesía es muy ilógica. La falta de lógica