Invitación a la fe. Juan Luis Lorda Iñarra
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Hoy vivimos mucho más entretenidos que hace cien años. Sin punto de comparación. Se asustarían al saber que la mayoría pasa actualmente cerca de cinco horas diarias viendo la televisión, caminando con los auriculares puestos navegando en Internet o contestando mensajes. Los tiempos que antes quedaban vacíos o muertos se han llenado. No queda tiempo para aburrirse. Hemos cambiado el aburrimiento en evasión.
Tampoco queda tiempo para meditar. Ha desaparecido el silencio que antes obligaba a las personas a pensar o, por lo menos, les daba una ocasión. Vivimos conectados, con sus ventajas y sus inconvenientes. Aunque con eso también se han dilatado e intensificado las relaciones personales y también las impersonales.
Pero hoy, lo mismo que ayer, casi todas nuestras opiniones y nuestras respuestas nos vienen dadas, las hemos recibido del ambiente en que nos movemos, no las pensamos nosotros. Es lo normal y resulta cómodo, ahorra esfuerzo y tiempo, pero también es un poco preocupante y bastante inauténtico.
Es muy oportuno plantearse en silencio las grandes preguntas de la vida. Y la más grande de todas es sobre Dios. Porque es también la pregunta sobre si el universo, las personas que queremos y nuestra propia vida tienen algún sentido o nos lo tenemos que inventar.
2. LAS PREGUNTAS DE DIOS
La pregunta por Dios está relacionada con todas las grandes preguntas humanas: ¿de dónde venimos? ¿adónde vamos? ¿qué sentido tiene la vida?, ¿por qué y para qué existe el universo? ¿tiene algún fundamento la moral o nos la tenemos que inventar? y ¿hay algo tras la muerte? Y aquí mismo, ¿hay algo más que materia? ¿Tienen algún sentido humano y profundo la justicia, la solidaridad y el amor o solo son tics evolucionistas?
También está relacionada con la respuesta a los grandes anhelos y esperanzas que llevamos en el fondo del corazón. El anhelo de felicidad y de una vida plena. El anhelo de amar y ser amado plenamente. El anhelo de superar las propias limitaciones físicas y morales, y de vencer la muerte. El anhelo de paz y justicia en el mundo. ¿Esto tiene algún sentido? ¿Tiene algún fundamento? ¿Tiene alguna respuesta? ¿Vale algo?
Nuestra idea del universo y del ser humano cambia mucho según respondamos a la pregunta por Dios. No es lo mismo un universo que camina ciegamente desde el principio hasta al fin, o un universo creado por la sabiduría de Dios. No es lo mismo que los seres humanos seamos el producto casual de un proceso irracional o que estemos hechos a imagen de Dios. No es lo mismo que nuestra inteligencia sea una carambola de la evolución o un designio de Dios. No es lo mismo que nuestra inteligencia y libertad estén basadas en la materia o en el espíritu. Todo cambia.
En la antigua filosofía, la pregunta por el fundamento, que condujo a la pregunta por Dios, era la clave del pensamiento, porque todo depende de qué fundamento se ponga. Y hoy sigue siendo igual, aunque resulte poco frecuente o incómodo plantearla en términos tan claros. O, quizás, no haya tiempo entre tanto entretenimiento.
También depende de eso el horizonte de la vida humana: ¿cuáles son los ideales de la vida?, ¿qué hay que buscar? Y la gran pregunta moral de si vale la pena vivir con justicia o no. Si hay un Dios, la justicia y la moral son la ley del espíritu. Pero si no hay Dios, la justicia sería aspiración de los ingenuos, que se han equivocado sobre las leyes que realmente rigen el universo. Desde luego es una equivocación meritoria y conmovedora, pero es una equivocación. Es una ingenuidad (y una estupidez) creer que el mundo debe regirse por la justicia, cuando en realidad se rige por las leyes de la física y de la biología.
Siempre es conmovedor ver personas que no creen en Dios pero procuran ser morales y justas. Es un gran testimonio del valor de la humanidad. Y de la fuerza y arraigo que tienen las convicciones morales en el espíritu humano. Son siempre más los seres humanos que quieren vivir moralmente que los sinvergüenzas. Pero, en el fondo, todos los buenos viven como si Dios existiera. Viven como si el espíritu fuera más que la materia, como si los seres humanos tuviéramos algún valor, como si la justicia fuera mejor que las leyes de la física y la biología. Y les parece que respetar a los demás es más bonito y necesario que la ley de la selva, la de que prevalezca el más fuerte. Pero esto son leyes del espíritu y reclaman un fundamento espiritual. La pregunta por Dios es la pregunta por ese fundamento. Por eso no se puede evitar, aunque la moda lo evite.
3. NUESTRA IDEA DE DIOS
Unos creen en Dios y otros no creen. Sin embargo, la idea que nos parece obvia y que manejamos de Dios en Occidente es la cristiana: un Dios creador, todopoderoso, bueno y justo. Nadie admitiría hoy un dios como Júpiter, pendenciero, mujeriego y caprichoso. En el mundo romano y en el griego, Zeus o Júpiter eran posibles. Hoy nos parece imposible, tanto si creemos en Dios como si no creemos.
Desde que se ha expandido la idea cristiana de Dios, ya no se admiten rebajas, no se puede creer en dioses como Zeus o Júpiter. Quizá se puede creer en la Madre tierra o en un espíritu del universo, pero en Júpiter, no. Eso se acabó.
Es difícil imaginar un Dios que no sea creador, que no sea todopoderoso o que no sea bueno y justo. Es famoso lo que Feuerbach decía: que los hombres hemos hecho a Dios a nuestra imagen y semejanza. Que ponemos en él el ideal de nuestra vida humana. En parte es verdad, aunque sólo es verdad desde que se expandió la idea cristiana de Dios.
Nos parece un ideal para nuestra vida ser inteligentes, razonables y justos. Por eso, creemos también que Dios tiene que ser así. No es una cuestión sólo de imaginación o de preferencias. La idea de que la persona humana es imagen de Dios o del fundamento de la realidad encierra algo importante. Tiene que haber una relación muy fuerte entre Dios y la explicación última de la realidad y del ser humano.
No podemos ser inteligentes y libres si, en el fondo de la realidad, no hay inteligencia y libertad, sino solo materia con leyes ciegas. No podemos explicar que exista la inteligencia y la libertad humanas si el fundamento de la realidad no tiene inteligencia y libertad. Por eso, es difícil pensar que sólo exista la materia. Si el fundamento de todo es una materia que no tiene libertad e inteligencia, ¿de dónde saldría nuestra libertad y nuestra inteligencia? No podrían realmente existir o quizá serían ficciones y una gran equivocación. Pero es tan evidente que existen…
Y la cuestión de la justicia también se plantea con mucha fuerza. ¿Por qué o para qué intentar ser buenos y justos, si el fondo de la realidad no somos ni buenos ni justos? Si el mundo fuera solo materia y vida, no habría justicia. Porque los átomos y los animales no obran de acuerdo con la justicia, sino de acuerdo con las leyes físicas o los impulsos biológicos.
Cuando afirmamos que la justicia es muy importante, afirmamos un mundo como si Dios existiera. Y cuando afirmamos que es muy importante el amor al prójimo, también afirmamos un mundo como si existiera. En el fondo, son fuertes indicios de que realmente Dios existe.
4. UN DIOS CREADOR
¿Y la ciencia? ¿Qué tiene que decir la ciencia sobre la existencia de Dios? Se podría decir que la pregunta sobre Dios no es una pregunta propia de las ciencias, sino una pregunta propia de las personas, también de las que hacen ciencia. Las ciencias positivas, como la física o la biología, trabajan buscando las causas materiales de las cosas. Y haciendo experimentos con materia. Pero Dios no es material.
El universo tiene un funcionamiento propio