Invitación a la fe. Juan Luis Lorda Iñarra
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Recibe la profecía que de su descendencia saldrá un gran Rey. Será Jesucristo. En referencia a Adán, Jesucristo es el origen de la nueva humanidad. En referencia a Abraham, el origen del nuevo pueblo de la Alianza, pero no por la herencia de la carne, sino del Espíritu Santo. En referencia a Moisés, el guía que saca al pueblo del pecado, y lo lleva a la tierra prometida. Y en referencia a David, el Rey del nuevo Reino, que no será un reino de este mundo, como Cristo mismo explica a Pilato (Jn 18, 36).
El hijo de David, Salomón, al ser elegido Rey, pide a Dios sabiduría. Y Dios se la concede. A él le tocó construir el hermoso templo en Jerusalén. Ya se han cumplido materialmente las promesas. Hay un pueblo, una tierra prometida, con su capital, la ciudad santa de Jerusalén y su templo, centro del culto. Está todo, pero todavía es demasiado humano. El propio Salomón cae en pecado y viola la alianza porque da culto a otros dioses, impulsado por sus mujeres.
Desde entonces, la historia de Israel se parece a la de otros pueblos: intrigas de palacio, divisiones, violencias, rebeliones, guerras con los vecinos. Pero siempre hay algo peculiar: la Alianza. Para recordarla y hacerla respetar, Dios suscita unos personajes peculiares, que se llaman los profetas.
Hoy profeta significa en castellano el que adivina el futuro. Pero en la Biblia significa el que habla de parte de Dios. Recriminan a los reyes y al pueblo por sus pecados y desviaciones y les invitan a la conversión; interpretan las desgracias históricas de Israel como castigo por su infidelidad. También les traen aliento y consuelo en sus desgracias.
Y empiezan a anunciar la venida de un Mesías, salvador de Israel y la renovación de la Alianza con Dios, con un cambio del corazón. Dios pondrá directamente su Ley en los corazones, al dar su Espíritu. Y así cumplirán la ley. Las promesas de renovación se concentran en el anuncio misterioso de un Mesías, ungido por el Espíritu de Dios, Siervo obediente de Dios para cumplir sus designios, rey descendiente de David y guía del pueblo como Moisés.
6. LIBROS SAPIENCIALES Y SALMOS
El tercer grupo de libros de la Biblia está formado por los salmos y los libros sapienciales. El libro de los Salmos reúne la poética religiosa de Israel. En su mayoría son alabanzas y también quejas que se dirigen a Dios. En principio, estaban compuestos para ser cantados, pero no sabemos cómo se cantaban. El núcleo original es un grupo de Salmos que, según la tradición de Israel, vienen del Rey David.
Lo bonito de los Salmos es que expresan los sentimientos del ser humano cuando se pone delante de Dios. De un Dios que es creador, justo y bueno. Son tan auténticos que, todavía hoy, a pesar de la distancia histórica, una persona puede usarlos para expresar sus sentimientos. En los himnos de gloria y alabanza, se agradece a Dios la creación del mundo y sus maravillas. En los salmos penitenciales, se pide perdón a Dios por los propios pecados. Y en los salmos de queja y petición de ayuda, se lamenta uno por los males que padece, que, a veces le parecen incomprensibles.
Una persona que quiere ser honrada y fiel a Dios también experimenta la contradicción interior y el fracaso o la persecución. Y esto nos prueba mucho porque nos sentimos desamparados en el mundo. El mismo Cristo expresó este sentimiento cuando desde la cruz se queja: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Son palabras tremendas del salmo 22, que Cristo recita desde la cruz. Y muere con las palabras de otro salmo: “En tus manos encomiendo mi espíritu” (Sal 31,6).
La Iglesia usa constantemente los salmos para su oración. Y los monjes y monjas y religiosos y sacerdotes y muchos cristianos los recitamos diariamente en la oración oficial de la Iglesia, que se llama Liturgia de las Horas y que se reparte a lo largo del día. Laudes, por la mañana. Vísperas por la tarde. Al cabo de un mes se recitan todos los salmos de la Biblia.
Hay también libros sapienciales, porque tratan de la sabiduría, el saber más profundo, los designios de Dios creador sobre el sentido de la vida y del cosmos. ¿Qué sentido tiene la vida, para qué estamos en el mundo y cómo tenemos que vivir? El libro de los Proverbios contiene aforismos o sentencias sobre la manera sabia de vivir y también otros grandes libros, como el Libro de la Sabiduría, el de Ben Sirac o el Qohelet que nos hablan de la sabiduría divina que creó el mundo y gobierna la historia. La sabiduría es un saber sabroso: en castellano se ha conservado la hermosa relación entre saber y sabor.
En esos libros, la sabiduría divina que ha hecho el mundo se presenta misteriosamente personalizada. En el libro de los Proverbios (8, 22-31) se lee: “Desde el principio fui formada, antes del origen de la tierra. No había manantiales ni hontanares; no estaban todavía encajados los montes. Cuando trazaba la bóveda celeste sobre la faz del océano, cuando sujetaba las nubes en la altura y contenía las fuentes abismales”. Y en el Libro de la Sabiduría: “Contigo está la sabiduría, que conoce de tus obras, que te asistió cuando hacías el mundo, y que sabe lo que es grato a tus ojos y lo que es recto según tus preceptos. Mándala desde tus santos cielos, y de tu trono de gloria envíala, para que me asista en mis trabajos y llegue a saber lo que te es grato” (Sb 9, 9-10).
Los cristianos entenderán que habla poéticamente del Hijo de Dios, que misteriosamente en el comienzo de su Evangelio San Juan llama el Logos, palabra griega que se traduce por el Verbo o la Palabra o el conocimiento divino.
7. LA BIBLIA CRISTIANA
El cristianismo nació dentro de la tradición judía y, por eso, venera y ama todos los libros de la Biblia judía. Pero hay algunas diferencias. Al expandirse el cristianismo, el judaísmo marcó las fronteras y apartó de su Biblia todo lo escrito en griego, prohibió las traducciones griegas que usaban los cristianos y ordenó que en las sinagogas sólo se guardara y leyera la Biblia en hebreo.
Por eso, desde el siglo I, la Biblia cristiana contiene algunos libros en griego que ya no recoge la Biblia judía. Además, y es lo más importante, los cristianos le añadieron los Evangelios (en griego), con la vida y mensaje de Jesucristo, y los escritos de los Apóstoles, que son: una breve historia de los primeros años de la Iglesia, que se llama Hechos de los Apóstoles, un conjunto de Cartas, la mayoría de san Pablo, y el misterioso libro del Apocalipsis, que cierra la Biblia cristiana y habla del final de los tiempos.
Los cristianos añadieron estos libros porque creemos que Jesús es el Mesías anunciado por los profetas, y que en Él se ha realizado la renovación de la Alianza. El nombre de Jesu-cristo confiesa que Jesús es el Mesías. Cristo en griego significa lo mismo que Mesías en hebreo (o arameo): es decir el “Ungido” por el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo que cambiará los corazones poniendo dentro la Ley del Señor.
En los evangelios, se hacen muchas referencias a los profetas y a los salmos, para mostrar que en Cristo se cumplen las promesas a Israel sobre el Mesías, la nueva Alianza y el nuevo Reino de Dios. Cristo mismo explicó a sus apóstoles el sentido de su muerte y de su resurrección y cómo estaba anunciado en los profetas y salmos de Israel. Cuando en el credo cristiano se dice que “resucitó según las Escrituras” quiere decir que resucitó según estaba anunciado y es un eco directo de las palabras de Cristo.
Las buenas ediciones de la Biblia suelen tener en los márgenes referencias a otros textos de la Biblia. Es sorprendente y sabroso seguirlas porque así se descubre la profunda red de relaciones. La Biblia está compuesta a lo largo de la historia de Israel, con hechos y dichos en conexión unos con otros. Al estudiarla así, se revela su unidad y la trama de fondo, que es la “Historia de la Alianza” o “Historia de la salvación”: Con el inicio de la Alianza con Abraham y los Patriarcas o padres de Israel (precedido del relato de la creación). La liberación y renovación solemne de la Alianza con Moisés. El establecimiento del Reino y la ciudad santa, con David. Y desde entonces, los fallos de reyes y reinos terrenos, con las promesas de una renovación de la Alianza y del Reino con el Mesías.