Autobiografía de un viejo comunista chileno. Humberto Arcos Vera

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Autobiografía de un viejo comunista chileno - Humberto Arcos Vera

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vacaciones, gracias a mis experiencias anteriores, me consiguieron trabajo en un taller de la Ford (en ese entonces, qué distinta era la situación para encontrar trabajo comparada con la que hoy enfrentan los jóvenes, incluso con estudios técnicos o profesionales. Claro que lo nuestro era verdaderamente trabajo infantil y seguramente los salarios eran ínfimos).

      Recién cumplidos los nueve años, en el verano del 51, entré a trabajar en la Industria Metalúrgica Marina y Astilleros “Immar” de Valdivia. Allí me encontré con un “hado madrino”. Era un gringo, socio de la empresa que se encargaba especialmente de la parte técnica (quizás cuál sería su apellido: nosotros lo llamábamos el gringo Ale). Parece que le cayó bien que fuera tan niño a trabajar y le ordenó a un maestro que me enseñara a soldar. Y ahí empecé la profesión que me ha permitido vivir toda la vida.

      Debo decir que fuimos muchos los niños que le debemos nuestra profesión a ese gringo. Tal como a mí me mandó a aprender a soldar, a otros los guió para que se formaran como remachadores y a otros como caldereros. Aprovechaba la empresa como una escuela de formación técnica. Desde ese año, Immar se transformó en el lugar de aprendizaje y trabajo de mis vacaciones. Y vaya que aprendí a soldar. Trabajábamos soldando estanques enormes, vagones de ferrocarriles, barcos de harto calado, no lanchitas, barcos de verdad. Cuando terminé sexto de preparatoria, seguí trabajando permanentemente en Immar.

      Aquí me inicié en la vida sindical. En la empresa trabajaban alrededor de quinientas personas, de manera que las asambleas sindicales eran “cototudas”, enormes, y todos éramos convocados. Escuchábamos atentos a los dirigentes y a los otros pocos que se atrevían a pedir la palabra; todos eran muy buenos oradores. Seguíamos sus argumentos, tratábamos de aprender la manera como se dirigían a la asamblea y solo interrumpíamos para aplaudir cuando queríamos manifestar nuestro respaldo a algo que nos llegaba muy adentro. El sindicato y sus reuniones eran también otra forma de escuela para nosotros.

      Una vez al año, el sindicato organizaba una fiesta para todos los trabajadores y sus familias. Arrendaban lanchones –en los que nos subíamos todos, grandes y niños, hombres y mujeres– arrastrados por vapores y nos llevaban a Niebla o a Corral. Era una fiesta muy linda, donde comíamos en grupos familiares, compartíamos con las otras familias y paseábamos por los parajes cercanos. A veces, hasta se armaban pololeos entre los jóvenes. También en algunas ocasiones, entre los más viejos, hubo crisis matrimoniales por excesos de celos, bien o mal fundados.

      Recuerdo que, en esos años, había cinco dirigentes. El presidente era un dirigente social cristiano, de la falange. Había también dos comunistas, otro de la falange y uno, el “vendido”, que siempre estaba de acuerdo con los patrones en todo, al que apodábamos “Cuchirilo”. Años más tarde, cuando hubo un paro nacional llamado por la Central Única de Trabajadores, en el 55, el sindicato en asamblea aprobó paralizar la empresa, a pesar de sus argumentos.

      El paro en Valdivia fue grande, hubo una manifestación callejera como nunca se había visto antes. Pararon y marcharon los ferroviarios, la industria local de calzado, los altos hornos de Corral, la fábrica Kuntzman (que no era de cerveza sino de harina y levadura) y otras varias, entre las que, por supuesto, estaban los trabajadores de Immar. Al otro día todos los dirigentes fueron detenidos (por “los guatones de la pp” –policía política– como decíamos entonces) y relegados a distintos lugares, incluyendo al mentado Cuchirilo. En esos casos, aunque no le gustara, la solidaridad de clase también lo alcanzaba a él.

      Siendo niño, me vinculé al Partido Comunista. Mi padre era dirigente local y nos llevaba a todas las concentraciones. Y los dirigentes que llegaban desde “el norte” (que para nosotros se extendía de Concepción hasta Arica) alojaban en las casas de los camaradas. Elías Lafertte1, recuerdo, lo hacía en la nuestra cuando iba a Valdivia, lo que constituía un gran acontecimiento para toda la familia. Y así se fueron estableciendo lazos que nos llevaron a sentirnos comunistas, aun antes de serlo formalmente.

      Delfín y yo, los dos menores, los únicos de la familia que aún no ingresábamos al Partido, entramos a la Juventud Comunista el año 1951, al calor de las actividades que se hacían para la primera candidatura a la presidencia de Salvador Allende. En una ceremonia nos entregaron el carnet de “la Jota” (como llamábamos a la Juventud Comunista) a quince jóvenes. Recuerdo que estábamos muy contentos, nos sentíamos muy considerados, porque quien presidió la ceremonia e hizo la entrega fue Santos Leoncio Medel, en ese tiempo dirigente del Comité Central. También recuerdo entre los presentes a Ani Leal, que parece no envejecer, todavía viva y en la pelea; a Manuel Garay, y a Herminio Rodríguez. Mis hermanos mayores, aunque también eran comunistas, no pudieron asistir porque ya habían salido a trabajar al norte.

      En esos años funcionaba la “ley de defensa de la democracia”, conocida como “ley maldita”, que perseguía a los comunistas. Pero era una “persecución” entre comillas no más, comparada con lo que nos tocó más tarde. Cuando recién se dictó esa ley tomaron a muchos presos y los relegaron. Entre ellos, a mi padre, que fue detenido el 47 y le dieron tantos golpes que lo dejaron jodido de los pulmones (seguramente no era lo más fuerte que tenía después de los años de trabajo en las minas). Un cuñado mío, conocido como el “chancho Pérez”, y que trabajaba en ferrocarriles, se hizo famoso en esos días, porque cuando llegó la policía política a detenerlo, él se arrancó y, sin otro camino de escape, se lanzó al río Calle-Calle y lo cruzó nadando, en un recodo bien ancho y en plena noche. Se les arrancó a los de la pp y todos los vecinos alabaron su valentía.

      Después, a mi padre lo dejaron libre y siguió siendo dirigente del Partido en Valdivia, participando y organizando reuniones y actividades. Para los efectos legales no existía el Partido y, por tanto, si se quería llevar un candidato a algún cargo, se llevaba como candidato del Partido Demócrata. Por ejemplo, en Corral, en aquellos años un poblado muy industrial, teníamos una regidora muy chora y gran oradora, Hilda Barrientos. En Valdivia seguía funcionando el Partido Comunista en un segundo piso de una casona que estaba cerca de la plaza, en esquinas cruzadas con el teatro de la ciudad. Había un periódico local y varios de los miembros del Comité Central eran valdivianos.

      En las reuniones formales del Partido se nombraba un presídium al inicio. En esos presídium se nominaba a Lenin, Stalin, Recabarren2, Ricardo Fonseca, Carlos Contreras Labarca3. Así, nosotros, los “materialistas dialécticos” (en ese tiempo no conocía la palabra ‘dialéctico’) designábamos a estos “guías espirituales”, algunos ya muertos, otros ausentes, para que nos ayudaran a llevar a buen puerto nuestras reuniones (y a propósito de Ricardo Fonseca, exsecretario general del Partido, nos enorgullecíamos muchísimo porque había sido un profesor destacado de la Escuela Nº 3 de Valdivia).

      En “la Jota” nos dedicábamos a formar centros culturales y clubes deportivos para interesar y reunir a los jóvenes. En estos centros hacíamos obras de teatro, organizábamos coros (sin instrumentos porque no teníamos recursos para comprarlos y no sabíamos hacerlos) y también cortábamos el pelo. Conseguimos una máquina y a nuestros “clientes” les poníamos una boina o una olla o una fuente en la cabeza y marcábamos el borde con tiza. Después, les pasábamos la máquina desde abajo hasta la marca con tiza, dejándolos bien pelados en esa parte. Y para que la champa de arriba no fuera tan grande, le metíamos un poco de tijera. No me atrevería a decir que quedaban muy bien, pero como dice el dicho, “la necesidad tiene cara de hereje” y llegaban hartos cabros a atenderse.

      En los clubes deportivos organizábamos carreras y pichangas, muchas veces con pelotas hechizas que hacíamos nosotros mismos. En general, eran actividades que podíamos hacer al descampado sin la necesidad de grandes recursos. Por ejemplo, el remo, en el que Valdivia siempre se ha destacado, era un deporte ajeno a nosotros. Si bien yo seguía practicando boxeo, esto no era para todos los que participaban en nuestros clubes deportivos, sino solo para los que podíamos entrar al regimiento, para los amigos de Nelson Carrasco, el campeón chileno de boxeo hijo del guaripola.

      Otra

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