Con la escuela hemos topado. José Luis Corzo Toral

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Con la escuela hemos topado - José Luis Corzo Toral Educar

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Cualquier vida humana –la misma que Jesús deseaba a todos «en abundancia» (Jn 10,10)– nos muestra dimensiones y aspectos ocultos capaces de hacer de un analfabeto, de un marginado o discapacitado grave una «gran persona». Hay que dar tiempo a que la vida misma nos ofrezca nuevas ocasiones para rehacernos, por muy recortada y superficial que haya sido nuestra vida anterior. Pero, mientras tanto, no podemos quedarnos indiferentes ante los que vemos malograrse. Si la dignidad personal aguanta graves carencias, los más necesitados nos reclaman respuestas: este sí que es un rasgo humano «de fábrica», ser responsable. Por eso, no responder a los desafíos de la vida colectiva, propia y ajena, también nos malogra a nosotros mismos.

      a) Acordemos una antropología mínima laica y común

      ¿Qué idea del ser humano tiene la pedagogía? ¿No había «Filosofía de la educación» en nuestra carrera docente? Si hablamos de humanidad, hasta el Evangelio y la teología tienen algo que decir, como los otros grandes textos de las religiones y filosofías de todos los tiempos 23. ¿Acaso el hombre ya no guarda misterio gracias al psicoanálisis, a las neurociencias o, tal vez, a las exigencias actuales del desarrollo económico? Nadie, por laicista que sea, debería esquivar o recortar las aportaciones del pensamiento universal. Las religiones no solo hablan de Dios, sino del ser humano, escurridizo bajo una sola mirada. Y nadie, por creyente, religioso o teólogo que se sienta, debería eludir el pensamiento filosófico actual. Pablo VI, que decía que el cristianismo no lo era sin ser humano, aseguró también ante la asamblea de las Naciones Unidas –el 4 de abril de 1965– que la Iglesia era «experta en humanidad». Y mientras tanto los obispos del Concilio Vaticano II confesaban humildemente lo que estaban aprendiendo del mundo secular:

      Somos testigos de que está naciendo un nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido principalmente por la responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia (Gaudium et spes 55).

      Hoy no todo es nihilismo, ni relativismo, ni agnosticismo escéptico. Aún podemos aprender, inquirir, reflexionar, orientarnos y decidir libremente. Aunque por el momento triunfe el pragmatismo económico –más dañino que el hedonismo– y nos invada por doquier una «indiferencia globalizada», como avisa el papa Francisco, aún no ha llegado el «sálvese quien pueda» ni se ha generalizado el odio al diferente. Si hemos generado una escuela competitiva y selectiva de los mejores –desde pequeñitos–, la culpa también es nuestra, de los padres y docentes, y hasta de los alumnos más mayores. Reconocerlo merece buscar una mínima antropología común.

      No se trata de optar por alguna comprensión total del ser humano entre las muchas posibles; basta con ponernos de acuerdo en algunas certezas, como su ser efímero y caduco –¡nos morimos todos!– a la vez que maravilloso y capaz de sentirse eterno en cada presente. Desde el platónico «bípedo implume» o el aristotélico «animal racional» y «político», y hasta la «pasión inútil», de J.-P. Sartre, por ejemplo, hay diseños del hombre donde elegir. Pero nos contentamos con una filosofía existencialista orientada hacia el personalismo, un humanismo perfectamente laico, por muy cristiano que parezca. Lejos del egocéntrico «pienso, luego existo» cartesiano, comprendemos la persona vinculada al tú y al otro, relacional y responsable. Vemos al ser humano en relación permanente con el otro –y hasta con el totalmente Otro– y le vemos tejer su propio relato en busca de un horizonte de sentido donde insertarse 24.

      El escolapio italiano, pensador y teólogo Ernesto Balducci expresó con sencillez lo que buscamos: «Quien todavía se profesa ateo, o marxista, o laico, y necesita de un cristiano para completar la serie de representantes sobre el escenario de la cultura, que no me busque. Yo no soy más que un hombre» 25.

      b) El dinamismo humano parece muy sencillo

      Me atendré a los hechos más que a las teorías y ensayaré después una modesta interpretación. Contemplo y anoto con ingenuidad dos hechos que condicionan a la gente de hoy, y especialmente a los jóvenes. Nada más.

      El primer hecho es su necesidad de adaptarse al ambiente sociocultural dominante –ahora no hablo de cambiarlo– y que hoy comporta una creciente competitividad económica y laboral, típica del capitalismo. El segundo es su relativo margen de libertad y de creatividad personal no absorbido del todo por la pesada necesidad anterior. Dicho más sencillamente: los jóvenes no tienen más remedio que adaptarse al sistema competitivo y, junto a ello, también pueden crear algo propio en sus espacios de libertad. Nos es fácil verificarlo en la inmensa mayoría de chicos y chicas conocidos: acaban pasando por el aro común, y algunos logran cierta originalidad creativa en lo que llamaríamos deprisa su tiempo libre.

      Solo con la primera parte no tienen poca tarea: adaptarse al sistema y hallar un hueco propio dentro de él. Admiro a las chicas y chicos que veo por la calle, en el metro madrileño o por televisión: se buscan la vida mientras van y vienen a clase, o a algún trabajillo inicial, o a hacer sus prácticas laborales, o a ninguna parte, con un buen peso a sus espaldas infinitamente mayor que sus mochilas. Los mayores que circulan por esos mismos sitios no lo llevan, su peso es más liviano y, mejor o peor, ya han aterrizado, pero los jóvenes todavía no: tienen ante sí todas las ilusiones posibles, pero con muchísimas dudas y no pocos miedos. ¡Faltan por concretar tantas cosas!, ¡hasta su aspecto físico, su orientación sexual, sus aprendizajes más urgentes y necesarios! 26 Y además se ven ante un rápido futuro que se les echa encima.

      Y, por si ese peso fuera poco, se suma con la otra instancia: su propio margen de creatividad se ve solicitado por tendencias, modas, propaganda, aficiones, situaciones y relaciones con gente nueva y diferente de sus círculos cotidianos o casuales y hasta por Internet. Relacionarse y encontrar su pareja es una tarea importante frente a la soledad y también pertenece a su propio margen de libertad.

      Por lo demás, no sé si la creatividad juvenil de estas dos décadas del siglo XXI los llevará más o menos lejos de cuanto recorríamos a su edad en el 68, cuando muchos viajaron sobre las drogas y sobre los nuevos moldes de la vida hippy. Los actuales, sin duda, viajan más kilómetros reales sobre sus erasmus o, los menos pudientes, por su cuenta; y no digamos los emigrantes de tantos países y lugares, forzados por la falta de trabajo y de un futuro mejor. También los voluntarios se van muy lejos de sus hogares a mundos donde su horizonte vital se enriquece enormemente. Entre ambas urgencias –un hueco en el sistema y un cielo libre y personal–, la gente de hoy vuela desde su adolescencia y pubertad muy lejos en busca de sí misma.

      Paulo Freire añadiría a esta instantánea una tercera urgencia más honda y humana: transformar la realidad. Además, puede que esta sencillez se complique con el subsuelo del que se nutren las raíces de los jóvenes actuales. Los adultos apenas lo percibimos, pero conocer el inconsciente de una época 27 es más importante y difícil que redactar al respecto un capítulo auxiliar (el segundo).

      c) Radiografía del devenir existencial y educativo

      De esa sencilla descripción de la juventud se puede hacer una radiografía con la pauta teórica de dos buenos autores ni siquiera de primera fila: entre sus obras han pasado más de cincuenta años, pero los prefiero por moverse ambos en un contexto pedagógico.

      Miguel Benzo, en un libro de 1963 para universitarios 28, describió al ser humano como un ser temporal, caduco y a diario entre presente, pasado y futuro; libre relativamente, claro está; acosado además bajo la amenaza del dolor, de la muerte y de una especie de destino anónimo conductor, y, por fin, como un ser ansioso, que parece no coincidir nunca consigo mismo y con sus ideales y, en el mejor de los casos, en busca de verdad, bondad, hermosura y compañía. Son cuatro elementos que iluminan y explicitan los dos raíles antes descritos y reclaman la resistencia y fuerza creadora del hombre sobre sí mismo y sobre la historia.

      Vincenzo

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