Con la escuela hemos topado. José Luis Corzo Toral

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Con la escuela hemos topado - José Luis Corzo Toral Educar

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[...] Un proceso vinculado a una interpretación precedente para construir una nueva, guía de nuevas acciones 29.

      Se trataría del devenir personal –existencial, biográfico y educativo al mismo tiempo– del que Costa acentúa la tonalidad emotiva que tiñe nuestra atención y contacto con el exterior, hasta percibir algún sentido posible para la propia vida. En realidad, dice, todos experimentamos significados más que objetos (p. 186) y acentúa también la necesaria narratividad de nuestra mente, pues «vamos siendo» en el tiempo y «el presente siempre es posterior al futuro» (p. 179). Por eso, a veces nuestro malestar depende de un «malcontarnos» a nosotros mismos. Como no podía ser menos, Costa también insiste en que nuestras relaciones interpersonales son fundamentales, pues «la identidad no preexiste a la relación» (p. 227). De ahí el enorme riesgo infantil y juvenil de encerrarse en alguna tribu de iguales. Algo que tampoco debería pretender escuela alguna, sino estar abierta a todos, según dijimos.

      También esta fenomenología enriquece nuestra descripción inicial y destaca la necesidad de construir –o encontrar– sentido dentro del horizonte vital, además de la importancia de las relaciones personales y de nuestra acción en el mundo.

      d) Una síntesis educativa modesta y propia

      Hace ya mucho tiempo que con la aportación teórica de estos y otros autores verifiqué mejor mi propia síntesis pedagógica perfilada con las notas filosóficas del mismo Paulo Freire, del que tomé su concepto fundamental de desafío existencial. Y, en resumen, yo diría sencillamente esto: nos vamos haciendo como persona ante los desafíos de la vida común en torno a nosotros. Cada uno los responde –o los evita, que ya es una respuesta– por sí mismo (según sus límites y su relativa libertad) y, casi siempre, según las respuestas a su alcance dentro de su propia red de relaciones. Es la red en la que hemos captado –o no– muchos de los desafíos. En definitiva, siempre repito que nos educamos juntos al hacer frente a los desafíos de la vida colectiva.

      e) Y la palabra está siempre por medio

      En esta síntesis tan breve conviene subrayar un ingrediente esencial y semiescondido que tanto Freire como Lorenzo Milani tienen muy presente: la realidad solo empieza a serlo para nosotros cuando tiene nombre. Es decir, apalabramos lo real en el lenguaje verbal materno y así lo extraemos del puro caos y lo distinguimos, lo hacemos cosmos y mundo (como en el relato de la creación de Gn 1,2-3), es decir, ordenado, bello –cosmético–, no inmundo. Lo que antes era informe y caótico se hace patente en la palabra, que es el «redil del ser». Hoy recibimos un mundo ya nombrado y a menudo sentimos la necesidad de volver a nombrarlo nosotros mismos. Podríamos decir que vivir es una múltiple relación con el entorno, ¡tan grande y tan cercano! Escuchamos sus llamadas y las respondemos 30.

      Que nos educamos juntos es verdad hasta por nuestro vocabulario: en parte es propio, pero también es social, y con él empezamos a percibir los desafíos (naturales, histórico-sociales, etc.) y a configurar nuestras respuestas. Como Adán –el Hombre–, hemos recibido el mundo ya creado por otra voz, pero podemos –y debemos– volverlo a nombrar y a recrear en lo posible: «Y llamó Dios a la luz día, y a las tinieblas llamó noche» (Gn 1,5), etc. Y después: «El Señor Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver cómo los llamaba y para que cada ser viviente tuviera el nombre que el hombre le diera» (Gn 2,19).

      Sin la palabra –como sin el diálogo– no es posible una vida humana, y la antropología personalista es inevitablemente social, con un dinamismo comunitario, además de personal, que ensancha el horizonte de sentido de nuestra vida y nos hace madurar singular y colectivamente. O, al contrario, nos deja desperdiciar el tiempo y nuestras oportunidades y compañías concretas.

      4. En resumen

      Que la tentación antiescolar aumentará en esta sociedad, tal y como va. Puede que abandone la escuela –hasta por incorregible– o que le sea más útil y rentable privatizarla todo lo que pueda; y esto no debería alegrar a la Iglesia de ninguna manera, creo yo. Como guardería no la cerrará, pues cada vez tiene más demanda, pero nos dirán que sin escuela también se aprende mucho y que, además, se puede ser buena persona (y buen cristiano). Con esto se demostrará el desdén social por la justicia equitativa y, en definitiva, por los últimos. Millones de niños –no solo del Tercer Mundo– necesitan el pan y la palabra. Vea cada lector con quién quiere estar antes de postergar la escuela.

      Eso sí, usarla para un fin proselitista –política, ideológica o religiosamente– es una perversión vergonzosa. Puede que el poco éxito del proselitismo ideológico escolar haya rebajado mucho el interés: «Si ya no moldea jóvenes a nuestro gusto, por lo menos que las aulas los entrenen para la dura competencia social», como parecen sugerir hasta las leyes educativas. Hay cristianos, hasta socialistas, que no piden más a las escuelas de sus hijos. En cuanto a la Iglesia, «si los colegios ya no dan vocaciones religiosas y ni siquiera dan cristianos practicantes, será mejor acentuar una “pastoral juvenil” paralela en manos de los laicos que nos hereden». Pero ¿y si lo más cristiano de la escuela estuviera en sus clases?

      La mera instrucción es un arma en la lucha social. Su poder es de primer orden y es un gran peligro para cuantos aborrecemos la lucha de clases. La propia Iglesia nos lo advirtió en 1977, y quien ignore un aviso tan explícito no debería trabajar en ningún colegio, ¡ni católico ni público! Pues si este se dedica «exclusiva o preferentemente a elementos de una clase social ya privilegiada, contribuiría a robustecerla en una posición de ventaja sobre la otra, fomentando así un orden social injusto» 31.

      Y sus posibilidades son enormes. La escuela guarda algo tan seductor que merece nuestro total apoyo: es verdad que, si ella faltara, la realidad, los otros y lo misterioso del entorno –Dios para muchos– nos seguirían desafiando y haciéndonos crecer y madurar... Pero ¿no podría ella asomarnos desde niños a todo eso? Un buen ventanal abierto sobre el caos, que se aclara y se ordena en la palabra, nos ayudaría mucho a educarnos. ¡Nunca un búnker donde ignorar la cruda realidad!

      ¿Aceptarán las escuelas católicas estos acuerdos? ¡Cómo no!, aunque ellas se protejan bajo otros sólidos Acuerdos de España con la Santa Sede, estos podrían formar parte callada y humilde del gran Pacto educativo global que el papa Francisco ha iniciado, porque muchas de ellas nacieron para hacer justicia a los pobres y han arraigado en culturas periféricas casi olvidadas donde se niegan a colonizar a sus alumnos con nuestra cultura occidental dominante. Escuchemos más su voz y su experiencia, pues todo lo dicho aquí pretende ser humano y, por eso, también será cristiano.

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