La risa del sabio. Omraam Mikhaël Aïvanhov

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La risa del sabio - Omraam Mikhaël Aïvanhov

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      Omraam Mikhaël Aïvanhov

      La risa del sabio

      Izvor 243-Es

      ISBN 84-934649-9-6

      Traducción del francés

      Tituló original:

      Le rire du sage

      © Copyright reservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). - www.prosveta.es

      I

      EL SABIO VIVE EN LA ESPERANZA

      En el transcurso de un día nos encontramos con diferentes personas, y es interesante, incluso a veces divertido, observar cómo opinan sobre los acontecimientos o sobre la vida en general. Mientras algunas no hacen más que abrumarse por lo que va mal y que, según su opinión, continuará yendo mal, o incluso aún peor, otras sólo se fijan y retienen lo que es bueno, alentador, y continúan avanzado, exclamando: “¡Qué hermosa es la vida!” De las primeras se dice que son pesimistas y de las segundas optimistas.

      Para el pesimista, en el año sólo hay días nublados y lluviosos, con muy poca luz, y admite reconocerlo, algunos rayos de sol. Para el optimista, por el contrario, sólo hay días soleados entremezclados con algunas lluvias beneficiosas. Si le proponéis un proyecto al pesimista, inmediatamente verá una montaña de obstáculos que se opondrán a su realización. El optimista, por el contrario, acepta cualquier nuevo proyecto con entusiasmo, vence las objeciones que se le presentan y ve de inmediato el proyecto realizado para satisfacción de todos. El pesimista se siente siempre acechado por la enfermedad: ante la menor indisposición, piensa en el hospital e incluso en el cementerio; evidentemente, ya ha escrito su testamento y está dispuesto a reunir a sus amigos para decirles el último adiós. El optimista siempre se siente bien, y si cae enfermo, está seguro de curarse rápidamente.

      Y como el mundo va mal, y la gente es malvada y todos los buenos proyectos están más o menos condenados al fracaso, el pesimista llega a la conclusión que no vale la pena actuar ni trabajar para los demás. Se conforma con resolver sus propios asuntos, abandonando a los humanos a su triste suerte. Y ¡qué satisfacción para él comprobar que las preocupaciones, las dificultades o las desgracias que había previsto se producen realmente! El pesimismo engendra por tanto egoísmo, incluso dureza, pero también pereza. En efecto, convencido de que no se puede hacer nada para mejorar la situación, el pesimista se vuelve perezoso, excepto cuando se trata de explicar todos los motivos que tiene de ser pesimista. Entonces sí, ¡su lengua es de una actividad!

      E incluso, bastante a menudo, el pesimista escribe. Cuántos libros tienen como autores a personas que sentían la necesidad de recalcar que el mundo está condenado al mal, que la existencia es absurda, que nada vale la pena. Pero, Dios mío, si el bien no debe triunfar nunca, si nada tiene sentido, si nada vale la pena, ¿por qué hacer incluso el esfuerzo de hablar y de escribir? Esto carece de lógica. Lo lógico seria quedarse callado. En efecto, ¿qué necesidad tienen estos autores de oscurecer con nubarrones la cabeza y el corazón de todos los que les leerán?

      ¿Y cuál es el origen del pesimismo en los humanos? Algunos dirán que es su lucidez. ¡De ninguna manera! Son sus ambiciones, sus deseos desmesurados que no han conseguido realizar. Entonces, decepción tras decepción, acaban teniendo una opinión desengañada sobre el mundo. A menudo vemos manifestarse el pesimismo en las viejas naciones. Fueron construidas basadas en grandes proyectos que creían poder realizar fácilmente. Algunos éxitos les hizo creer que no sólo podrían dominar a los países vecinos, sino también extender su influencia hasta lugares lejanos. ¡He ahí el error! Desean comerse el mundo entero, pero primero deberían preguntarse si serán capaces de digerirlo; e incluso aunque se obtengan al principio algunos éxitos, poco a poco aparecen las dificultades, los callejones sin salida, las derrotas, las pérdidas. Entonces, ¿cómo se puede ver el futuro con una perspectiva favorable?...

      Mientras que las naciones jóvenes que todavía no han pasado por estas experiencias, están llenas de esperanza, creen que tendrán éxito allí dónde los otros han fracasado. Evidentemente pueden tener éxito, pero con la condición de comportarse con sabiduría y moderación; de otro modo, terminarán igual que los demás, desilusionados y pesimistas. Porque las naciones son como los individuos, están regidas por las mismas leyes. Aquellos que alimentan ambiciones que les sobrepasan, se precipitan hacia el fracaso, y estos fracasos terminarán coloreando con tonos oscuros toda su visión del mundo. Ya sean naciones o individuos, para muchos la existencia puede definirse como un paso del optimismo al pesimismo.

      Para aquél que es joven, parece que todas las esperanzas le son permitidas, numerosas puertas están ahí abiertas, y si una se cierra todavía quedan otras. Pero poco a poco, una tras otra, todas las puertas se cierran, y entonces, rostros que se habían visto sonrientes y confiados en la vida terminan convirtiéndose en máscaras: la mirada se ensombrece, los rasgos se endurecen, y la comisura de la boca se ve surcada de arrugas de amargura. Pues sí, la juventud hace proyectos y la vejez hace el balance. Un balance que no siempre es bueno.

      El Maestro Peter Deunov decía: “Si los humanos caen en el pesimismo, es porque no saben qué dirección dar a su movimiento...” ¿De qué clase de dirección se trata? Para simplificar, se puede decir que existen dos direcciones: hacia arriba, el mundo espiritual, y hacia abajo, el mundo material. El mundo material y el mundo espiritual nos ofrecen sus riquezas; en ambos casos, no son fáciles de adquirir, pero las dificultades no se viven de igual manera cuando se buscan unas u otras.

      Aquél que se concentra en los logros materiales, posesiones, dinero, poder y no consigue sus fines, sufre amargamente con sus fracasos como si lo hubiera perdido todo. Mientras que aquél que alberga necesidades espirituales, se siente siempre sostenido. Con sus aspiraciones a una vida superior, teje incesantemente lazos con el mundo divino, y estos lazos producen en él vibraciones secretas. Aunque no logre realizar completamente sus aspiraciones, estas vibraciones que siente en su ser profundo le protegen contra el desánimo.

      Ya lo veis, esta cuestión del optimismo y del pesimismo va mucho más lejos de lo que se piensa a primera vista. Sólo aquél que busca los bienes espirituales puede ser verdaderamente optimista; aquél que busca los bienes materiales, incluso aunque comience siendo optimista, un día u otro deberá abandonar sus ilusiones y caerá en el pesimismo. Por esto, repito, los pesimistas a menudo son grandes ambiciosos decepcionados. Sus ambiciones eran pesos con los que se sobrecargaban porque no conocían el verdadero camino a seguir, el camino hacia lo alto. Y ¿qué hacer ante los fracasos cuando ya se han gastado todas las energías en pura pérdida?

      Optimismo

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