La risa del sabio. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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En la tierra se encuentra un cierto número de verdaderos optimistas: son los jardineros, los agricultores. En efecto, plantan en la tierra semillas, pepitas que, a primera vista, no representan gran cosa. Esperan y esperan... y un día aparecen campos de trigo, de maíz, grandes vergeles de árboles frutales. ¡Cuántas veces he atraído vuestra atención acerca de las correspondencias que existen entre la agricultura y la vida espiritual! Semillas, pepitas, todo lo que se siembra o se planta termina creciendo y dando frutos. Y lo mismo sucede con nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, nuestros deseos...
El Maestro Peter Deunov, en Bulgaria, nos pedía que jamás echáramos los huesos de la fruta que habíamos comido: los huesos de los melocotones, de las ciruelas, de los albaricoques, sino que los plantáramos. Y os aconsejo que hagáis lo mismo. Responderéis que no tenéis un jardín para hacerlo. Plantadlos donde podáis, no importa. Lo esencial es que toméis conciencia de que una semilla es una criatura que necesita dar a luz al germen vivo que lleva en ella; sufre de guardar aprisionada bajo la cáscara esta semilla que perecerá a falta de un terreno favorable, cuando sólo pide seguir viviendo.
Evidentemente, no todas las semillas plantadas en la tierra darán árboles; pero el objetivo principal de este ejercicio es el de volveros cada vez más conscientes de que tenéis también otras semillas que debéis plantar: ideas, pensamientos, sentimientos. Cuando produzcan frutos, no sólo viviréis en la abundancia, sino que podréis alimentar a muchas criaturas. Esforzaos por tanto en cultivar esta conciencia expandida que es el verdadero optimismo, la esperanza.
1 Armonía y salud, Col. Izvor n° 225, cap. VIII: “Cómo llegar a ser infatigable”.
2 El amor más grande que la fe, Col. Izvor n° 239, cap. III: “La duda saludable”.
3 Mirada al más allá, Col. Izvor n° 228, cap. V: “¿Hay que consultar a los clarividentes?”
4 Las fuentes inalterables de la alegría, Col. Izvor n° 242, cap. I: “Dios, origen y final de nuestro viaje”.
II
COMO CUIDA UN PASTOR DE SUS OVEJAS
El ladrón que se desliza entre una multitud buscando lo que puede robar, es casi un clarividente. Como si tuviera antenas, siente quienes son las personas vigilantes, las que se mantienen despiertas, y las que están medio dormidas. ¿Y cual es su indicador? La luz. Porque del hombre despierto emana una especie de claridad, y no será por tanto a él a quien el ladrón intentará atracar. Busca a aquél que dormita con los ojos abiertos, y se apodera de su maletín o de su bolso sin que el otro se de cuenta, porque está sumergido en la oscuridad. De la misma manera, las entidades maléficas del mundo invisible no atacan a quien ellas sienten que tiene luz, porque saben que serán inmediatamente descubiertas y rechazadas.
Jesús decía: “Si el dueño de la casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa...” Este versículo nos habla de una de las mayores cualidades que puede adquirir el hombre: la vigilancia. Puesto que no sabe a qué hora vendrá el ladrón (y el ladrón representa todas las circunstancias en las que somos amenazados internamente de perder algo valioso), jamás debemos relajar nuestra atención. Así pues, os diré que no es tanto la inteligencia o la bondad o la devoción lo que un Maestro espiritual tiene en cuenta en aquél que quiere convertirse en su discípulo, sino la vigilancia. Porque si permanece vigilante, evitará los peligros que jalonarán su camino. Mientras que la falta de vigilancia le hará perder poco a poco lo que acaba de ganar con dificultad.
Etimológicamente, la palabra vigilancia pertenece a la misma familia que las palabras “velar”, “vela”, “despierto”. Estar despierto significa no dormir. ¿Y qué es lo que no debe dormir en nosotros? La conciencia. Nuestro cuerpo necesita dormir y no debemos privarle de ello. No dormir es una cosa, tener la conciencia despierta es otra. Se puede muy bien no dormir y tener una conciencia somnolienta, así como se puede dormir manteniendo su conciencia despierta.5 Porque la conciencia es como una lámpara, y en los seres muy evolucionados esta lámpara no se apaga nunca.
Bien sea física o psíquicamente, la vigilancia, la atención son indispensables. ¿No ponéis atención? Haréis un gesto torpe, chocaréis con un obstáculo, os caeréis... Ni vuestro saber, ni vuestra fortuna, ni vuestras virtudes os protegerán. Cuántas personas destacadas han muerto en
accidentes provocados por su falta de atención, mientras que los malhechores, como estaban atentos, logran a menudo salirse de apuros. Se puede incluso decir que el malhechor se caracteriza por su vigilancia. Precisamente porque se siente en peligro. Consciente de haber infringido las leyes, sabe que puede ser buscado y vive constantemente al acecho por miedo de ser descubierto o de dejar rastros que permitirían detenerlo. No dejéis la vigilancia para los malhechores, imaginando que vuestra inocencia os atraerá automáticamente la protección divina. Si sois descuidados, nada ni nadie os protegerá.
El Maestro Peter Deunov decía un día: “¿Por qué existe el lobo? Para que el pastor aprenda la vigilancia. Si ve que le falta una oveja, el pastor debe buscar el lugar por dónde ha entrado el lobo. Si encuentra una brecha en una pared, debe taponarla de inmediato. Si no encuentra ninguna brecha, debe preguntarse si el lobo no habrá podido saltar por encima de la cerca. El buen pastor se asegura que no haya ninguna brecha en las paredes de su redil y que la cerca es lo suficientemente alta para proteger su rebaño de cualquier ataque de los lobos…”
Suceda lo que suceda al ser humano durante su vida, la naturaleza sólo tiene en cuenta su educación. A cada uno de nosotros se nos ha confiado un redil, y debemos velar para que no hayan agujeros en las paredes y construir una cerca suficientemente alta. Pensáis: “Rediles, ovejas, lobos... ¿Acaso esto nos concierne verdaderamente?” Sí, pero no lo sabéis porque todavía no habéis profundizado lo suficiente el lenguaje de los símbolos.
El lobo que amenaza vuestro redil es un símbolo del diablo, esta entidad que representa a todos los espíritus tenebrosos y maléficos que merodean alrededor del hombre, acechando la menor flaqueza para abalanzarse sobre él. Protegerse del lobo significa mantener una atención sostenida, la conciencia siempre despierta. Todos sois unos pastores: el redil es vuestro organismo, las ovejas son vuestras células, y también tenéis perros guardianes, las entidades luminosas que os protegen.
En realidad, la llegada del lobo no es sólo debida a la falta de vigilancia del pastor que sois: puede incluso que vosotros mismos le hayáis abierto la puerta o bien hayáis derribado vuestras cercas, es decir debilitado vuestras defensas. ¿Decís que ya sois vigilantes? Sin embargo, sois visitados por pensamientos y sentimientos que os arrebatan vuestros ánimos, vuestra confianza y vuestra alegría. En efecto, porque sois vigilantes de la misma manera que lo era Nastradine Hodja.
Una hermosa tarde de verano, Nastradine Hodja, montado en su asno, regresaba de la ciudad a dónde había ido a comprar algunos sacos de trigo. Hacía calor y se dijo que una pequeña siesta le iría muy bien. La idea de tumbarse sobre una espesa hierba le gustaba tanto, que olvidó algunos rumores que circulaban a propósito de ladrones que recorrían la región. Ató su burro a un árbol para que no se escapara y se durmió. Cuando se despertó, el asno había desaparecido, sólo quedaba la cuerda atada al tronco del árbol. Entonces, se dijo: “Si no soy Nastradine Hodja, he ganado una cuerda. Pero si soy realmente Nastradine Hodja, he perdido a mi borrico.” Entonces, vosotros también, si mientras vuestra conciencia está dormida, vienen a arrebataros lo que os pertenece, sólo os queda filosofar como Nastradine Hodja.