En las fuentes inalterables de la alegría. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Omraam Mikhaël Aïvanhov
En las fuentes inalterables de la alegría
Izvor 242-Es
ISBN 978-84-935717-3-3
Traducción del francés
Título original:
AUX SOURCES INALTÉRABLES DE LA JOIE
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I
DIOS, ORIGEN Y FIN DE NUESTRO VIAJE
¿Creéis que los habitantes de otros mundos conocen algo de la tierra y de los terrícolas? No mucho. Por esto, en algunas regiones del universo, existen escuelas donde profesores dan cursos a todos los curiosos que quieren conocer a esta extraña raza: los humanos. Primero, envían escafandristas para sumergirse en nuestra atmósfera que para ellos es tan opaca y oscura como las profundidades del mar; allí recogen con redes algunas muestras que llevan a sus laboratorios. El día de la clase, el profesor tomándolas con unas pinzas, presenta a los estudiantes el producto de esta “pesca” sobre el que todos están encantados de poder realizar observaciones, seguidas de informes realizados detalladamente así como de comentarios... ¡Y qué comentarios!
Algunos entre vosotros se estarán preguntando si os hablo en serio... ¡No, no os inquietéis! Sé que en nuestra época circula toda una literatura sobre los extraterrestres que vienen con sus platillos voladores para llevarse a los humanos y devolverlos o no después... Evidentemente, la creación es tan rica y diversa que muchas cosas son posibles, pero lo que he leído u oído hasta la fecha sobre este tema es sobre todo, según creo, el producto de mucha imaginación.
Las entidades del mundo invisible que se encargan de velar sobre la evolución de los humanos, no tienen necesidad de venir a tomar algunas muestras para ser estudiadas después en alguna parte, no se sabe donde. Les conocen bien, aunque su mentalidad les parece siempre algo muy, muy especial. Cuando los exploradores europeos descubrieron ciertas tribus de África o de Oceanía, ¡con qué curiosidad y qué asombro los miraban! Pues bien, para estas entidades, los humanos les parecen aún mucho más raros, y lo que más les sorprende, es ver cómo opinan y juzgan. Son ignorantes, pero opinan sobre cualquier tema. Así pues, evidentemente cometen errores y sufren; pero son obstinados, y estas entidades que les observan se quedan estupefactas y se preguntan entre sí: “¿Cómo ayudarles?”
El motivo por el que los humanos cometen tantos errores de juicio y de conducta, y conozcan tantos sufrimientos, es porque no saben qué han venido a hacer en esta tierra. Vienen y se van. ¿En qué proyecto cósmico se inscribe su destino? ¿De dónde vienen y hacia donde van? Lo ignoran. Sólo hay una respuesta a estas dos preguntas: Dios. Y en realidad es incluso la única certeza.
Hemos salido de Dios y un día regresaremos a Dios. ¿Qué habrá entre este punto de partida y este punto de llegada?... En el curso de nuestras múltiples encarnaciones, ¿por qué caminos pasaremos antes de regresar a la Fuente? Esto depende de nosotros. Para los humanos que somos, Dios ha previsto un destino excepcional. Sólo de vez en cuando tenemos una intuición, algunas visiones pasajeras; luego, de nuevo, el cielo se oscurece y la incertidumbre y las tribulaciones vuelven a empezar. Pero debemos aferrarnos con todas nuestras fuerzas a estas visiones pasajeras y nunca dudar de su realidad. Todo lo que pueda sucedernos en el camino representan solamente etapas, y éstas nunca deben borrar o hacernos olvidar la visión de lo que seremos cuando regresemos al seno del Eterno, enriquecidos con las experiencias que habremos realizado, con las cualidades y virtudes que habremos adquirido y desarrollado.
La entidad verdadera que aspira a la luz está hundida en cada ser humano bajo el polvo y los escombros de lo que no es él. Pero cada uno llegará a ser un día tal como Dios ha pensado y querido, y tal como ya es en su Yo superior.1 Es esta certeza la que debe dar sentido a todo lo que estamos viviendo. Aunque sea difícil, nada debe detenernos en el camino que nos lleva hacia la luz divina. Porque los otros caminos resultan ser aún más difíciles y todavía más dolorosos.
El viaje que iniciamos hace mucho tiempo, no acabará con nuestra vida actual. Esta vida sólo es una etapa en el camino que todos los seres tienen que recorrer desde que salieron del seno de Dios. Y ¡cuántas regiones diferentes deberán visitar hasta que regresen al lugar de su origen! Sólo somos viajeros en la tierra, jamás debemos olvidarlo. Pero incluso entre los espiritualistas, muy pocos son capaces de mantener constantemente en sí mismos esta idea de que son unos viajeros y que no deben detenerse en ninguna parte para echar raíces. El camino a recorrer es largo, muy largo; debemos observar sin cesar, estudiar, sacar conclusiones con el fin de seguir en la dirección correcta y, para no desanimarnos, mantener los ojos fijos en el objetivo a alcanzar.
Contemplad la salida del sol, dejaos impregnar por esta vida, por esta explosión, y las sensaciones que tendréis os darán una idea previa de lo que experimentaréis cuando regreséis a Dios. En esta luz que brota, en este resplandecer que es una expresión del esplendor divino, empezad a buscar a vuestro verdadero Yo.2 El día que lo descubráis y aprendáis a identificaros con él, sabréis que jamás habéis dejado de vivir en el poder, en el amor, en la luz, y que con vuestra vida y vuestras actividades podéis participar en el trabajo gigantesco que se lleva a cabo en el universo. Y entonces las palabras de Jesús: “Mi Padre trabaja, y yo también trabajo”, adquirirán sentido para vosotros.3
¡Cuántos seres humanos en la tierra en realidad sólo hacen que destruir el trabajo de Dios! La creación está en movimiento, en transformación perpetua, desde las profundidades de la tierra y de los mares hasta las estrellas, y también en las almas humanas. Deteneos lo más a menudo posible para meditar sobre esta actividad divina que abarca simultáneamente a todas las regiones del universo, que participa en la existencia de todos los seres y satisface todas sus necesidades. Porque Dios asegura la existencia presente y futura de cada criatura, no olvida a ninguna.
Cuando viajo y llego a una nueva ciudad, al ver toda esta multitud en las calles, pienso que estos hombres y estas mujeres tienen cada uno de ellos su propia existencia, su historia, sus problemas a resolver, sus sufrimientos, sus amores, y que hay un Ser que les sostiene a todos porque vive en ellos. Tratad vosotros también, de vez en cuando, de tener este pensamiento, y ensancharéis vuestro campo de conciencia, descubriréis nuevas regiones donde entraréis en contacto con entidades superiores.
En lugar de agitaros por toda clase de preocupaciones inútiles o vanas que sólo os debilitarán, concentraos en el Espíritu universal, en el Padre celestial que nos creó, que nos lleva, que nos sostiene y que vive en todas sus criaturas. Así escaparéis de las cargas de la existencia cotidiana, sentiréis cómo se restablece la unión entre vuestro ser terrenal y vuestro ser celestial, y un día podréis decir como Jesús: “Mi Padre trabaja, y yo también trabajo...”
Por ahora sólo conocemos el punto de partida y el punto de llegada: Dios, todo el resto es incierto. Pero cualesquiera que sean los acontecimientos que surjan en el camino, debemos continuar andando, porque sólo la vida divina, la vida eterna merece el nombre de vida.
Diréis: “¡Pero es difícil, es tan difícil!” Sí, por esto nunca debéis olvidar que en vosotros habita un espíritu que es una chispa surgida del seno del Eterno, del Fuego primordial, para encarnarse en la materia. Esta chispa lleva dentro de sí todos los proyectos divinos, y sus peregrinaciones a través de la materia sólo tienen como objetivo realizar estos proyectos. Para subsistir, esta chispa necesita alimento, y uno de los símbolos del alimento, tanto del alimento físico como del alimento espiritual es el pan.
Jesús