En las fuentes inalterables de la alegría. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Aquél que permanece sentado en una silla puede imaginar que será capaz de realizar cualquier proeza. Es cuando trata de levantarse cuando mide el verdadero estado de sus fuerzas; es entonces cuando se verá obligado de perder algunas ilusiones. Entonces, decepcionado, cree ser más débil de lo que es. No, al contrario, esta toma de conciencia es el comienzo de su fuerza. Las dificultades que sufre al alejarse de su modo de existencia pasada son la prueba de que trata de moverse, de hacer esfuerzos. Sufre porque comienza por fin a sentir, a vivir, a dirigirse hacia un mundo nuevo.
Que quede bien claro. Así como es deseable tomar la decisión de esforzarse, también debéis ser conscientes de los trastornos que esta decisión producirá en vosotros. Sino, al no comprender lo que os sucede, regresaréis a vuestra vida antigua, y deberéis volver a empezar de nuevo.
Tomemos el ejemplo de aquél que desde hace años tiene el hábito de fumar. Enciende un cigarrillo y se tranquiliza, se relaja, como si fumar contribuyese a su bienestar, mientras que en realidad está destruyendo su salud. Un día, finalmente, comprende que sería más sensato detenerse, pero entonces, todas las células de su organismo que tiene acostumbradas a fumar se amotinan, reclaman, firman peticiones y lo acosan hasta que él se rinde.
¿Quien no ha oído hablar de los combates interminables que debe entablar el fumador o el alcohólico que quiere liberarse de sus hábitos funestos? ¿Por qué esta lucha? Porque los hábitos son lazos que se han fabricado con estas criaturas vivas que son las células, y romper estos lazos es muy difícil porque ellas no lo aceptan.8 Es exactamente lo mismo que quererse divorciar de un hombre o de una mujer que rehúsan separarse. La decisión de cambiar de vida es una empresa heroica.
El tabaco, el alcohol y la droga son ejemplos que todo el mundo comprende fácilmente. Pero lo mismo sucede con todos los hábitos perniciosos, con todas las malas inclinaciones: los defectos, los vicios así como las enfermedades, son entidades instaladas dentro de nosotros y dotadas de una voluntad propia; esto explica su resistencia, tal como lo revelan también ciertos episodios de los Evangelios que relatan cómo Jesús ahuyentaba a los demonios.9
Debido a que expulsaba a las entidades oscuras de su cuerpo, los locos recobraban el juicio, los mudos la palabra y los paralíticos el uso de sus miembros. Pero estas entidades no aceptan tan fácilmente su derrota, hacen todo lo que pueden para recuperar su dominio. Y Jesús explica: “Cuando un espíritu impuro sale de un hombre, recorre parajes áridos buscando reposo... y no lo encuentra. Entonces dice: Volveré a mi casa de dónde salí; y cuando llega, la encuentra barrida y arreglada. Entonces se va y toma consigo otros siete espíritus peores que él; entran en la casa, se establecen en ella, y la última condición de este hombre es peor que la primera...”
Nuestras debilidades, así como nuestras virtudes, son entidades vivas que han elegido su domicilio en nosotros. A medida que nos esforzamos para mejoramos, las entidades oscuras se ven obligadas a abandonaros, porque nuestra atmósfera interna se vuelve irrespirable para ellas. No soportan esta pureza, esta luz que nos esforzamos en introducir en nosotros, y se dan a la fuga. Una vez fuera, buscan nuevos domicilios introduciéndose en otras personas, y es a través de estas personas que intentan entonces perjudicarnos. Pero los prejuicios causados son menores que cuando estas entidades ocupaban nuestra morada; y como hemos vencido a estos enemigos en el interior, somos más fuertes para vencerlos en el exterior. ¿Lograremos librarnos definitivamente de ellos? No, mientras estemos en la tierra encontraremos dificultades y adversarios.
¿Por qué tanta gente extraordinaria ha suscitado terribles enemistades? Precisamente, porque las fuerzas oscuras que habían expulsado de su mundo interior regresaban para atacarles sirviéndose de otras personas a quienes sus cualidades, sus virtudes y su fuerza de carácter molestaban. Las personas que viven una vida corriente no molestan a nadie. Todo el mundo está contento con ellos. Cuando deciden expulsar algunos malos hábitos, estos enemigos ocultos comienzan a atacarles desde fuera. Pero aunque hacerles frente no sea fácil, los enemigos exteriores son menos peligrosos para ellos que los enemigos interiores.
Así pues, entonces ¿cómo actuar en relación a estos adversarios exteriores? Con amor, con dulzura y paciencia.10 Sí, con los enemigos interiores hay que usar la firmeza, mostrar autoridad y ser severos, pero éste no es un buen método para los enemigos exteriores. Desgraciadamente, los humanos la mayoría de las veces hacen lo contrario: manifiestan paciencia e indulgencia para con sus enemigos interiores y una severidad extrema hacia sus enemigos exteriores. Entonces, ¿cómo sorprendernos si continúan debatiéndose entre dificultades insuperables?
Ahora os contaré una historia turca. Bulgaria ha vivido, hasta principios del siglo veinte, bajo el dominio otomano, y entonces, evidentemente, se contaban por aquellos tiempos muchas anécdotas reales o imaginarias cuyos héroes eran turcos.
Así pues, paseaba por una callejuela de Estambul un luchador de estatura imponente. Era conocido en toda la ciudad por sus hazañas y andaba orgullosamente entre la multitud... Mientras se paseaba, empujó a un hombre que iba delante de él, el cual indignado gritó: “¿Es que estás ciego? ¿Acaso no viste que alguien caminaba delante tuyo? ¿Cómo te atreves a empujar a un hombre tan respetable como yo?” El luchador se volvió y como toda respuesta le dio un golpe que lo derribó al suelo, y después continuó tranquilamente su camino. Algunos instantes después, adelantó a otro hombre a quien empujó de la misma manera. Pero éste le miró sin cólera y le dijo: “Me siento muy feliz de haberte encontrado. Es un gran honor ser empujado por un campeón tan grande como tú...” Entonces, el luchador sacó de su bolsillo una bolsa llena de monedas de plata y le dijo: “¡Toma, esto es para ti! Yo recompenso a los sabios. A los otros, los derribo al suelo...”
¿Esta historia es verdadera o no? Poco importa; pero es interesante para ser interpretada desde el punto de vista simbólico. En los caminos de la vida, a menudo somos empujados por acontecimientos y situaciones difíciles, pero de nada sirve protestar e indignarse diciendo: “¡Cómo! ¿Hacerme esto a mí?”, porque ésta es la mejor manera para continuar recibiendo golpes y ser derribado. Por el contrario, aquél que considera que es una bendición ser empujado siempre gana algo: adquiere experiencia, se refuerza, se enriquece.
En cierta manera, se pueden considerar las reacciones de los dos transeúntes como manifestaciones de nuestras dos naturalezas: la naturaleza inferior, susceptible y vengativa, y la naturaleza superior que ve en cada dificultad una ocasión de perfeccionamiento.11 Cuando os encontráis en una situación difícil o humillante, acordaos de estos dos turcos empujados por un luchador en una calle de Estambul. El primero sufrió dos derrotas: no supo resistir a las exhortaciones de su naturaleza inferior que le empujaba a responder, y además fue derribado. En cuanto al segundo, se llevó dos victorias: escuchó los consejos de su naturaleza superior y recibió una bolsa llena de monedas de plata.
6 El hombre a la conquista de su destino, Col. Izvor n° 202, cap. VIII: “La reencarnación”.
7 El amor más grande que la fe, Col. Izvor n° 239, cap. IV: “Tu fe te ha salvado”.