caminando con precaución por el piso resbaloso.
Maucho siente los pies mojados y opta por meterse otra vez en la tina. «Ven», le dice desde ahí. «Acá está seco», y estira la mano como para rescatarla de un naufragio.
–Vístete primero –responde ella, alcanzándole la ropa que él dejó sobre la tapa del inodoro.
–¿Tienes miedo? –pregunta él socarronamente–. Todas ustedes son iguales: se las dan de liberadas pero frente a cualquier hombrecito pilucho se cagan enteras.
–No tengo inconveniente en meterme en la tina o donde sea con un hombre desnudo, siempre y cuando el hombre me guste –contesta ella y vuelve a caminar con cautela por las baldosas empapadas para encender un cigarro en la llama del piloto.
Entretanto, Maucho se abotona la camisa y enrolla el vestón para colocarlo como almohada en un extremo de la tina, donde se recuesta.
–Ven, atrévete, no voy a morderte –la provoca.
Ella entra a la tina y se sienta en el borde del extremo opuesto al que ocupa Maucho. Apoya la espalda en el muro azulejeado y fuma.
Él escucha cómo caen sobre el piso mojado uno de los zapatos de ella y luego el otro.
–Esto es como viajar en un bote –dice Maucho, conciliador. Se asoma por la borda para mirar la mancha regular del agua en la que se diluye el reflejo del fuego del calefón que sigue encendiéndose, debilitándose y extinguiéndose, para intentar un nuevo estallido que no logra perdurar por la escasa presión del agua liberada.
–Por suerte la inundación no sube –observa él–. Debe estar escurriendo hacia alguna parte.
–Capaz que les esté lloviendo a Pedrito y a Rubén Darío –dice Marta entre bostezos.
–Recuéstate. Hasta podríamos hacer el intento...
–Córtala de una vez.
–El intento de dormir...
–No me apetece hacer ninguna cosa en esto que parece el somier de un esquimal.
–Los esquimales se las arreglarán de alguna manera para...
–Ni se te ocurra. Voy a aprovechar de seguir contándote el argumento de la teleserie.
–Bueno, dale, a lo mejor con eso nos quedamos dormidos.
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