Sois dioses. Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Sois dioses - Omraam Mikhaël Aïvanhov

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los elementos que necesitamos para vivir y desarrollarnos espiritualmente, así como todos los órganos físicos y espirituales precisos para que podamos atraer y conservar estos elementos.7 Y es culpa nuestra si no sabemos utilizarlos para hacer de todo nuestro ser el templo de la Divinidad. Sí, mejor que un palacio, un templo. Evidentemente, sería un buen logro transformar nuestro fuero interno en un palacio, pero en el palacio falta este elemento de santificación que encontramos en el templo. Dios entrará en aquél que llegue a hacer de sí mismo un templo, y ya nunca le abandonará: la Divinidad no abandona el santuario que le ha sido consagrado y en el que se le sigue rindiendo un culto en la pureza y en la luz.8

      Es preciso que los cristianos se decidan a seguir esta vía que Jesús trazó para ellos, la única que permite al ser humano realizarse en tanto que criatura espiritual y hacer el bien a su alrededor; porque las verdaderas posibilidades, las verdaderas riquezas, le vienen de la conciencia de que Dios está presente en él. Cuando hacía milagros, Jesús decía: “No soy yo, sino mi Padre que actúa a través de mí.” Aquél que desaparece, aquél que se funde en el Señor para ser uno con Él, se convierte en un poder formidable. Sí, al empequeñecernos hasta fundirnos con el Señor, es cuando nos hacemos grandes. Mientras que aquél que se afirma ante Él, como un ser separado de Él y oponiéndose a Él hasta negar su existencia, se debilita sin cesar. Si rechazáis a vuestro verdadero yo, que es Dios mismo, os priváis de sus riquezas. No puede dároslas: vosotros y Él sois dos mundos separados que no pueden comunicarse entre sí porque no vibran al unísono. Pero el día en que aprendáis a entrar en las vibraciones divinas, ya no habrá separación.

      Todas las disciplinas espirituales tienen la finalidad de conseguir que el hombre se conozca como siendo Dios mismo. Cada progreso que podáis realizar en la identificación, os acercará a vuestro verdadero yo. Esta conciencia divina que habréis logrado desarrollar, participará en todas vuestras actividades. Empezaréis a sentiros otro ser, y Dios mismo vendrá a manifestarse en vosotros. Este es el sentido de las palabras de Jesús: “Mi Padre y yo somos uno...” Los Iniciados de la India han resumido este trabajo de identificación en la fórmula “Yo, soy Él”. Es decir, sólo Él existe; yo sólo existo en la medida en que consigo identificarme con Él. Y los discípulos aprenden a meditar en esta fórmula que pronuncian hasta que se hace en ellos carne y hueso.

      Mantened siempre presente en el espíritu, el pensamiento de que todas las criaturas que están ahí, a vuestro alrededor, son una parte de vosotros. Cuando caminamos en este camino de la verdadera filosofía, nos damos cuenta de que todas las criaturas son uno. No existe, en realidad, más que un solo Ser, el Creador; todas las criaturas dispersas por una y otra parte, no son más que células de su inmenso cuerpo. Aprended, pues, a conectaros con el pensamiento con todas estas células: de esta manera realizaréis plenamente la identificación con el Creador.

      La verdadera transformación del hombre está en esta conciencia de la unidad: nosotros no existimos como individualidades separadas, cada uno representa una célula del inmenso organismo cósmico, y nuestra conciencia debe fundirse en esta conciencia universal que abarca el hombre en su totalidad.

      3

      “El retorno a la casa del Padre”

      ¿Quién era esta serpiente que sabía hablar tan bien y que poseía tantos conocimientos? Y ¿por qué el Señor les había permitido a tales criaturas (porque lo mismo que Adán y Eva no representan solamente a un hombre y a una mujer, sino a toda la humanidad, la serpiente representa también a toda una categoría de seres) habitar en el Paraíso? Nadie podía penetrar en él sin el permiso del Señor. Y si había creado a la serpiente, antes incluso de crear a los humanos, es porque tenía determinados proyectos, nada podía suceder al margen de su voluntad.

      La serpiente, que repta sobre el suelo, es un símbolo de la materia. Y la historia del pecado original, es la historia del descenso del hombre a la materia. Se plantea, pues, la cuestión de saber si, al escoger descender, los hombres iban absolutamente en contra de la voluntad divina, o bien, si el Señor, que les dejaba libres, había considerado ya esta posibilidad para ellos.

      En cuanto Adán y Eva hubieron comido del fruto prohibido, Dios dijo: “He ahí que el hombre se ha vuelto como uno de nosotros, para el conocimiento del bien y del mal. Impidámosle ahora que extienda su mano, tome de los frutos del Árbol de la Vida, coma de ellos, y viva eternamente...” ¿Había, entonces, un árbol? ¿Habían dos?... En realidad, lo importante es esta imagen del árbol, y si sabemos interpretarla, nos ayudará a comprender lo que los teólogos han llamado “la caída”. Podemos decir que, cuando se hallaban en el Paraíso, los primeros hombres estaban instalados en la cima del Árbol cósmico. Simbólicamente, la cima representa las flores. Adán y Eva vivían, pues, en las flores, es decir, en la luz, el calor, la belleza, la libertad. Pero, poco a poco empezaron a plantearse cuestiones: ¿Qué es este árbol en el que nos encontramos? ¿De dónde viene esta energía que lo alimenta? Vemos unas ramas, un tronco... Pero, más abajo, todavía hay algo que no vemos, ¿qué es? Nos gustaría conocerlo...” Y como para conocer las cosas hay que explorarlas, abandonaron su morada magnífica, que tocaba el cielo, y descendieron a través del tronco para llegar finalmente hasta las raíces, bajo tierra. Pero bajo tierra está oscuro, hace frío, ya no se tiene la misma libertad de movimientos, y

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