La magia de creer. Claude M. Bristol

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La magia de creer - Claude M. Bristol

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aseguraban haber visto materializarse a los espíritus en diversas sesiones, y así lo atestiguaron.

      Muchos años después, se me encargó que escribiera una serie de artículos sobre adivinos y especialistas en decir la fortuna, en ver el futuro de las personas. Visité a todas las variantes del género, desde gitanas y pronosticadores del futuro a través de la bola de cristal, hasta astrólogos y espiritistas. Así, tuve oportunidad de escuchar las voces de los viejos “guías” indígenas que me hablaron del pasado, del presente y del futuro, y de entablar diálogos con parientes míos fallecidos de cuya existencia no tenía ninguna idea.

      Varias veces he estado en salas de un hospital viendo morir a diversas personas, mientras que otras, aquejadas de males extremadamente graves, lograban restablecerse en poco tiempo. He conocido a personas que no podían caminar recuperarse de su dolencia en cuestión de días. Incluso he conocido personas que afirman haberse curado de sus reumatismos o de sus artritis por el simple procedimiento de llevar un alambre de cobre en torno a la muñeca... y otros por medio de la sanación mental. Parientes y amigos íntimos me han contado cómo desaparecieron súbitamente las verrugas de sus manos. Estoy también familiarizado con varias personas que se dejan morder por serpientes venenosas y, sin embargo, siguen viviendo; así como con otros cientos de relatos e historias sobre curaciones y acontecimientos misteriosos.

      Adicionalmente, me he hecho conocedor de vidas de grandes hombres y mujeres de la historia, y me he entrevistado con destacadas personalidades de nuestro tiempo, notables en diversos aspectos de la actividad humana. A menudo, me he preguntado las causas que han hecho posible el ascenso de estas personas hacia la cumbre. He visto a entrenadores de fútbol y de béisbol tomar bajo su dirección a jugadores malos e infundirles ese “algo” que les hacía ganar los partidos. Y en los peores días de la depresión económica, vi comercios quebrantados y al borde de la ruina total dar un cambio brusco para comenzar a obtener más beneficios que nunca.

      Al parecer, yo nací con una curiosidad sin límites, por lo cual siempre me sentí poseído por un insaciable deseo de buscar explicaciones y respuestas a todo. Ese deseo me ha llevado a lo largo de mi vida a muchos lugares extraños, a conocer casos muy raros y a leer todo libro relativo a religiones, cultos y ciencias físicas y mentales al alcance de mi mano. He leído muchísimos libros sobre psicología moderna, metafísica, magia antigua, yoga, teosofía, cristianismo científico, unidad, verdad, nuevo pensamiento, la teoría de las afirmaciones y autosugestión del psicólogo Coué y muchos otros temas relacionados con lo que yo califico “asuntos de la mente”, así como las filosofías y enseñanzas de grandes maestros del pasado.

      Algunas de estas lecturas me parecieron meras insensateces; otras, simplemente extrañas; y otras, muy profundas. Así, poco a poco, fui descubriendo que hay un hilo dorado que une todas las diferentes enseñanzas y que las hace útiles y eficaces para aquellos que sinceramente las aceptan y aplican. Ese hilo se puede designar con una simple palabra: fe, creencia o convicción. Es ese mismo elemento, la convicción, lo que permite que los enfermos se sanen mediante la sugestión mental y el que hace posible a muchos otros subir por la escalera del éxito. En general, es la convicción la que produce resultados fenomenales a todos aquellos que le sacan provecho. La convicción es algo que obra milagros, no es cosa que se pueda explicar satisfactoriamente, pero no cabe la menor duda sobre su efectividad. Así, descubrí que hay una magia verdadera en la creencia, y mis ideas comenzaron a dar vueltas en torno al poder mágico del pensamiento y la convicción.

      Cuando publiqué la primera edición de T.N.T., yo creí que todo el mundo lo entendería fácilmente, pues era un libro escrito con sencillez. Sin embargo, con el correr del tiempo, me encontré con las críticas de innumerables lectores descontentos, pues, mientras para unos estaba excesivamente condensado y simplificado, para otros era difícil o imposible de entender. Yo había supuesto que la mayor parte de la gente sabía algo sobre el poder del pensamiento, pero pude verificar que estaba equivocado y que eran muy pocos los que poseían algunos conocimientos sobre esta facultad. Posteriormente, a través de mis numerosos años de conferencias en auditorios de clubes, empresas y organizaciones de ventas, descubrí que, aunque la mayor parte de las personas se interesaba vivamente por este tema, era necesario comenzar a explicárselo comenzando por su ABC. Por eso, me decidí a escribir este libro en un lenguaje sencillo, de manera que pueda entenderlo cualquiera, con la esperanza de que ayude a todos los lectores a alcanzar los objetivos de su vida.

      La ciencia del pensamiento es tan antigua como el hombre mismo. Los sabios de todas las épocas la han conocido y utilizado. En este libro, lo único que hago es traducir al lenguaje moderno dicha ciencia y exponer, a través de una sencilla interpretación, lo que en la actualidad están haciendo unas cuantas personalidades ilustradas muy notables. Mi objetivo es sustanciar y esclarecer las grandes verdades que se han venido utilizando y transmitiendo a través de los siglos.

      Afortunadamente para el mundo, la gente está empezando a darse cuenta de que, después de todo, hay mucho de verdad en esto de los “asuntos de la mente”. Yo considero que hay millones de personas deseosas de comprender plenamente sus principios y comprobar que la mente es una facultad muy efectiva.

      Por consiguiente, permíteme empezar relatando unas cuantas experiencias personales con la esperanza de proporcionar una mejor comprensión de esta ciencia del pensamiento.

      A comienzos de 1918, desembarqué en Francia como soldado y, por un cúmulo de circunstancias, pasaron varias semanas antes de que recibiera mi pago. Durante ese período, estuve sin dinero para comprar cigarrillos, dulces, chicles y otras cosas, puesto que los escasos dólares que tenía antes de embarcarme hacia Europa los había gastado en la cafetería del barco para aliviar un poco la monotonía del menú que nos servían. Siempre que veía a cualquiera encender un cigarrillo o comer chicle, recordaba que no tenía un centavo en mis bolsillos. Ciertamente, el ejército me daba de comer y me vestía, y me facilitaba una colchoneta para dormir en el suelo, pero, de cualquier forma, me sentía amargado por carecer en absoluto de dinero y no tener medio alguno de obtenerlo. Una noche, marchando hacia el frente en un tren militar, mientras me hallaba impaciente porque dormir era imposible, tomé la determinación de que, cuando me reincorporara a la vida civil, ganaría mucho dinero. Todos los patrones de mi vida fueron alterados a partir de aquel instante.

      En mi juventud, fui un lector asiduo. La Biblia era obligatoria en el seno de mi familia. Siendo joven, me interesé por la telegrafía sin hilos, los rayos X, los aparatos de alta frecuencia y las manifestaciones similares de la electricidad. Leí todos los libros que pude acerca de tales principios. Pero, aunque logré familiarizarme con términos como radiaciones, frecuencias, vibraciones, oscilaciones, influencias magnéticas y demás, en aquellos días estos conceptos no significaban para mí nada que no correspondiera estrictamente al campo de la electricidad. Sin embargo, empezó a ocurrírseme que había una substancial relación entre el funcionamiento de la mente y las influencias vibratorias eléctricas. Estando a punto de concluir mis estudios de derecho, un profesor me facilitó un viejo libro, La ley de los fenómenos físicos, de Thomson Jay Hudson. Lo leí, pero superficialmente. Yo no lo había comprendido o mi entendimiento no estaba interesado ni preparado para captar sus profundos enunciados. Por ello, aquella noche trascendental de la primavera de 1918, cuando decidí ganar mucho dinero, no advertí que estaba cimentando la base de una serie de sucesos que encadenarían las fuerzas que habrían de llevarme a la consecución de mi propósito. A decir verdad, jamás se me ocurrió pensar que aquel pensamiento y mi convicción de llevarlo a cabo pudieran constituirse en mi verdadera fortuna.

      Entre las clasificaciones del ejército, mi nombre figuraba con la profesión de periodista. Aunque había asistido a unos cursos de capacitación del ejército para formarme como oficial, los cursos fueron interrumpidos poco antes de poder completarlos por la orden de embarque; la mayoría de nosotros desembarcamos en Francia como soldados. Sin embargo, me consideraba como un periodista calificado y estimaba que mi puesto se hallaba en los servicios de propaganda del ejército. Pese a ello, fui asignado como los demás: a empujar carretillas y a transportar municiones

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