La magia de creer. Claude M. Bristol

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La magia de creer - Claude M. Bristol

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o la cólera de los ignorantes... Es imposible que los mediocres y los ignorantes logren penetrar o comprender la naturaleza místico-espiritual del mundo que los rodea, por lo cual todas las enseñanzas de los principios sobre la naturaleza espiritual del universo serán un libro cerrado para ellos; libro, además, que muy rara vez se atreven a abrir ni a leer. Por esa razón, los sabios han ocultado la mayor parte de sus profundos conocimientos al público, porque con justeza reconocieron en este las limitaciones de sus estrechas mentalidades y los absurdos conceptos de sus prejuicios... El necio suele reírse de lo que no logra comprender, creyendo ingenuamente que, con su burla, demuestra alguna superioridad, en lugar de advertir que con ella solo descubre su insolente estupidez.

      Sin embargo, en la actualidad hay grandes investigadores y pensadores de talla mundial que discuten libremente sus estudios y los resultados de sus experiencias sobre estos temas. Charles P. Steinmetz, prestigioso ingeniero de la compañía General Electric, declaró poco antes de morir: “Los progresos más importantes que se harán en los próximos cincuenta años serán los relativos al mundo del espíritu y del pensamiento”. Y el doctor Robert Gault, profesor de Psicología de la Northwestern University, formuló no hace mucho el siguiente enunciado: “Nos hallamos a punto de traspasar con nuestros conocimientos el umbral de los latentes poderes psíquicos del hombre”.

      Mucho se ha escrito y dicho sobre las fuerzas espirituales, los poderes desconocidos del ocultismo, la metafísica, la física mental, la psicología, la magia y temas afines que hacen pensar a muchos estudiosos que pertenecemos al reino de lo sobrenatural. Tal vez sea cierto eso, pero mi teoría personal es que la única explicación sobre todos estos poderes queda supeditada al siguiente principio: que solamente la fe, las creencias o las convicciones convierten estos poderes en realidades.

      Durante los muchos años que llevo dando conferencias en clubes, organizaciones comerciales y ante los micrófonos de la radio para instruir a millares de personas sobre esta ciencia, he sido testigo de innumerables resultados que pueden considerarse fenómenos maravillosos.

      Y como ya lo dije anteriormente, muchas personas que han aplicado esta poderosa facultad en sus negocios duplicaron, triplicaron o multiplicaron sus ingresos. He sido testigo de algunos que han logrado grandes fortunas. Mis archivos están llenos de cartas de personas de todas las clases y posiciones dando testimonio de que han recurrido a esta ciencia y han obtenido notables éxitos.

      Por ejemplo, puedo citar a Ashley C. Dixon, cuyo nombre es conocido por millares de radioescuchas, quien hace algunos años me escribió espontáneamente para decirme que mi procedimiento le había permitido ganar más de cien mil dólares. Me dijo que había estudiado la cuestión de una manera académica, pero que jamás había llegado a creer hasta que tuvo los cuarenta y tres años, cuando, solo con sesenta y cinco dólares como único patrimonio (sin empleo ni perspectivas de conseguir alguno), comenzó a demostrarse a sí mismo que dicha ciencia da resultados. El señor Dixon me ha autorizado para dar a conocer su carta, de la cual reproduzco los párrafos siguientes:

      Entonces descubrí su libro T.N.T, que expone en forma comprensible y aplicable todo cuanto sabía anteriormente sobre el tema. Fue algo así como ver las cataratas del Niágara por primera vez. Uno sabe que existen, pero no confirma que conoce su magnitud hasta que las ve. Y así, su T.N.T me reveló con toda claridad las cosas que yo conocía y que incluso había utilizado. Era algo que yo podía leer y aplicar día tras día... ¿Cuánto me ha rendido esto en dólares y centavos? Es la pregunta normal del hombre de la calle. ¿Desea ver cifras en la columna de los beneficios? Bien, pues esta es la respuesta: Desde que tenía cuarenta y tres años en aquel momento en que me hallaba en la miseria y necesitando incluso conseguir alimentos para mi familia, he conseguido cien mil dólares. Vendí mi negocio que me costó cinco mil dólares —que me prestaron al comenzar— por treinta mil y ahora trabajo en otro que vale cincuenta mil. Es decir, cincuenta mil si quiero traspasarlo y mucho más si decido seguir en él. No es jactancia. Es una exposición fiel de lo que he logrado en los últimos diez años... Algo que no se puede lograr en un día ni en un mes, pero que se puede lograr.

      En 1934, durante la fase más grave de la llamada depresión o crisis económica, el jefe del Better Business Bureau de una gran ciudad norteamericana se enteró de lo bien que les iban las cosas a las firmas y a las personas que seguían mis enseñanzas. Decidió informarse del asunto. Más adelante, me felicitó públicamente y me escribió la siguiente carta:

      Mi afirmación de que sus enseñanzas han sido el factor determinante para estimular los negocios en esta empresa, de un modo superior a lo logrado antes por cualquier procedimiento, se basa en las declaraciones de los numerosos ejecutivos de la firma que las han empleado con éxito... Cuando me enteré por diversos testimonios de hombres de otras empresas de los resultados fenomenales que estaba usted obteniendo, me incliné a estudiar los hechos —que parecían demasiado prodigiosos para que fueran ciertos—; pero al hablar con los jefes de las empresas que utilizaban sus enseñanzas y con los vendedores que habían duplicado y triplicado sus ingresos, así como al escuchar los informes de quienes asistían a sus conferencias, advertí claramente que la impresionante y dinámica fuerza que se materializaba con esa teoría no es cosa que todos podamos comprender inmediatamente, pero las empresas y los individuos que sigan sus sugerencias pueden esperar con seguridad llegar a obtener resultados extraordinarios y sorprendentes. Usted ha demostrado plenamente lo dicho y, por consiguiente, debo felicitarlo por haber comunicado a los demás la gran importancia de lo descubierto por usted.

      Desde entonces, el autor de esta carta ha alcanzado las máximas alturas en el mundo de los negocios, y recientemente me escribió otra carta relatándome otros casos presenciados por él, confirmando la eficacia de esta ciencia.

      Cuando empecé a escribir este libro, decidí ponerme en contacto con empresas y personas que previamente me habían escrito certificándome los resultados extraordinarios obtenidos por medio de la ciencia de la convicción. Y, sin excepción, todos ellos me escribieron diciéndome que los progresos obtenidos desde entonces fueron aumentando a un ritmo creciente. Uno de ellos, Dorr Quayle, cuyo nombre es popular entre los veteranos de guerra norteamericanos, me escribió en 1937:

      No fue cosa fácil al principio admitir totalmente sus ideas, pero mis circunstancias y mi estado físico me forzaron a analizarlas continuamente hasta que llegué a comprenderlas. Lo cual, en sí, ya era en cierto modo una ganancia. En febrero de 1924, me vi afectado por una parálisis de la cintura para abajo que me obligó a utilizar muletas para andar. Para un hombre como yo, que había desplegado gran actividad en el mundo de los negocios —director de banco—, aquella forzosa inactividad resultaba insoportable. En el orden económico, solo podía soportarla porque recibía una pensión de nuestro gobierno, ya que mi parálisis era consecuencia directa de los servicios prestados en campaña durante la Primera Guerra Mundial. Pero en 1933, los funcionarios del gobierno dejaron de considerarlo así y me fue suprimida la pensión. Así que tuve que pensar en ganarme la vida. Mi casa y las pocas propiedades que tenía estaban tan hipotecadas que prácticamente ya no me pertenecían. Las perspectivas no tenían nada de agradables, ni el futuro me ofrecía esperanzas de ninguna especie.

      La necesidad me obligó a poner en práctica los principios tan brillantemente expuestos por usted. Y, al hacerlo, hallé la comprobación de su veracidad. Posiblemente me favoreció algo el hecho de que seguí el camino de mis actividades anteriores debido a que mi incapacidad física me impedía orientarme en otra dirección. Pero la persistencia da confianza y ahora sé que una actitud mental justa seguida por una acción consistente engendra el éxito. Yo todavía no he alcanzado el éxito que deseo lograr, pero eso no me preocupa, ya que en la actualidad vivo bien, he salvado mis propiedades y conozco la fórmula que conduce al éxito total. Cuando uno tiene bien arraigado ese conocimiento, todo temor desaparece y las cosas marchan a nuestro favor.

      Cuando me encontré con el señor Quayle por primera vez, hacía poco había iniciado su nuevo negocio con un escritorio en el rincón de una plomería. En los años siguientes, fue para mí de gran satisfacción

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