Introducción a Tomás Aquino. Josef Pieper

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Introducción a Tomás Aquino - Josef Pieper Pensamiento Actual

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es enviado a la escuela, y a los cinco años de edad, a la cercana Abadía de Montecasino. Escasamente diez años después —según se encuentra en más de una exposición biográfica— «se traslada» a Nápoles. Tras un estudio más detallado se ve que no se trata de un simple cambio de residencia, sino de una huida. Como tampoco sería exacto si se dijese de los intelectuales emigrados de la Alemania nacionalsocialista que un día «marcharon» a América. Y la huida del joven Tomás tiene igualmente que ver con la historia política universal, es decir, con la lucha entre el Emperador y el Papa. Montecasino no era meramente una abadía benedictina, sino también el castillo fronterizo entre las posesiones imperiales y pontificias. Por cierto que el monasterio que había fundado Benito en el 529 —en el año de la disolución de la Academia platónica en Atenas— ya había sido destruido entonces dos veces, una por los longobardos y otra por los sarracenos; incluso había permanecido desierto por más de cien años.

      Hemos dicho que en la biografía de Santo Tomás se encuentran unidos y mezclados casi todos los ingredientes del siglo. En este simple hecho de la «huida de Montecasino a Nápoles» ya se pueden advertir varios de tales ingredientes. En primer lugar, la lucha entre el Emperador y el Papa que iba a conmover a la Cristiandad y la iba a empujar a una nueva estructura. En segundo lugar, la salida del monasterio benedictino, concebido feudalmente con características de la Alta Edad Media, que ya no conservaba virtualidad representativa alguna ni ninguna posibilidad eficaz para los tiempos que corrían. En tercer lugar, la entrada, no sólo desde el antiguo monacado en la ciudad, sino incluso la entrada en una Universidad, en la primera Universidad estatal en el sentido propio de Occidente, hacía poco fundada por Federico II. En cuarto lugar, el encuentro con Aristóteles, que precisamente en esa Universidad, conscientemente mundana, no podía evitarse en absoluto y que, por entonces, en ninguna otra Universidad podía haber sido tan hondamente posible. En quinto lugar, la confrontación con el tremendo dinamismo del «movimiento de pobreza», con las primeras generaciones de las Órdenes mendicantes, un encuentro que, de nuevo, sólo podía tener lugar en una ciudad. De estos puntos, sobre todo de los tres últimamente citados —Universidad, Aristóteles, movimiento de las Órdenes mendicantes— hay que hablar todavía en detalle.

      Tomás llega a la Universidad occidental por antonomasia, primero como estudiante; más tarde será uno de sus más grandes maestros. En París, precisamente el año de su llegada, 1245, ha empezado a enseñar Alberto Magno. Aun cuando se hubiese buscado en todo Occidente no se podría haber encontrado para Tomás ningún maestro más significado ni más moderno. Ambos marchan juntos a Colonia donde Alberto ha de erigir una escuela de la Orden. En este tiempo de aprendizaje en Colonia junto a Alberto, en el que por cierto coincide la colocación de la primera piedra de la catedral, se encuentra Tomás, en la persona de su maestro, con un ingrediente básico, del todo nuevo, de la mentalidad occidental, con el neoplatonismo. Precisamente en los años de Colonia, Alberto Magno se ha entregado al estudio de Dionisio Areopagita, aquel místico neoplatónico que mediante su apariencia de autoridad —era el discípulo de San Pablo del que hablan los Hechos de los Apóstoles— mantiene presente la herencia platónica en el Occidente cristiano, fascinado por Aristóteles.

      A los veintisiete años es llamado Tomás a París para trabajar en primer lugar como maestro en la escuela de la Orden dominicana, en el convento de Saint Jacques. Más tarde llega a ser profesor de Teología en la propia Universidad, frente a una considerable oposición, que no se dirigía tanto contra su persona como contra la influencia cada vez más fuerte de las Órdenes mendicantes en la Universidad. Tomás se verá afectado muy drásticamente por estas disputas. Será necesaria una gestión del mismo Papa para obligar a la Universidad a levantar el boicot que sobre él pesaba, lo que tiene lugar, bajo aquella presión, en el mismo día por cierto que para Buenaventura; ambos —Tomás y Buenaventura— son citados por su nombre en el escrito del Papa. Pero a pesar de todo, hay que poner de relieve el hecho asombroso de que en los primeros escritos de Santo Tomás, surgidos entonces, no aparece turbación alguna ni siquiera en una frase; quien lea estos opúsculos, por ejemplo el De ente et essentia, apenas podrá creer que no hayan sido escritos en la tranquila paz de una celda conventual. Pero también esto es algo nuevo en la imagen del hombre encarnada por Tomás: la clausura se convierte en clausura interior, en una celda de contemplación erigida y conservada interiormente, conservada a través de la agitación de la vita activa, de la enseñanza y de la discusión intelectual.

      En 1269, esto es, apenas dos años después, tiene lugar un hecho sorprendente y poco común. La dirección de la Orden le llama por segunda vez a la Universidad de París. La polémica de los mendicantes se ha agudizado y radicalizado allí considerablemente; ya no se trata de cátedras, sino de doctrinas, de los fundamentos del ideal de la Orden. Pero esto es solamente un tema. Más importante es la discusión con dos posturas filosófico-teológicas fundamentales que afectan muy de cerca a aquélla, cuya formulación, aclaración y defensa había sido hasta entonces la propia tarea, precisamente el único afán del propio Tomás. No podemos ahora exponer los detalles; baste decir que se ve amenazado lo que al principio hemos llamado la configuración de lo específicamente «occidental»;

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