Financiando el desarrollo. Christian Asinelli
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En el ámbito de gobernanza, una característica del FMI y del Banco Mundial que no se ha modificado en el tiempo ha sido el sustancial peso de los Estados Unidos y los países industrializados en la estructura de capital, poder de voto e influencia en los órganos directivos de ambas instituciones. Un ejemplo es el acuerdo tácito al que llegaron, en el momento de su creación, con respecto a que el director gerente del FMI sería europeo y el presidente del Banco Mundial, ciudadano estadounidense, práctica que ha sido aplicada sin excepción desde la fundación de ambas instituciones.
En contraste, un aspecto diferenciador en la creación del BID fue que, no obstante la estructura de capital y la separación de roles entre países prestatarios (América Latina) y no prestatarios (Estados Unidos), siguió el mismo modelo del Banco Mundial, y los países fundadores acordaron que el presidente de la institución sea ciudadano de un país de la región.
Otra característica del BID, durante la primera década de sus actividades, ha sido que operó en el marco de los consensos sobre gobernanza, alcanzados entre los Estados Unidos y los países latinoamericanos para el lanzamiento de la Alianza para el Progreso durante el Gobierno del presidente Kennedy. Sin embargo, con el correr del tiempo, Estados Unidos comenzó a ejercer creciente influencia en las decisiones estratégicas de la institución durante las periódicas negociaciones para aumentos del capital de la institución.
El rol que jugó para que el FMI, el Banco Mundial y el BID adoptaran, como parte de sus políticas, el enfoque de mercado implícito en el Consenso de Washington lanzado a principios de la década de los noventa, y, más recientemente, las decisiones tomadas por el BID en sus relaciones con Venezuela y China, así como la elección de un ciudadano estadounidense como su presidente, son algunos ejemplos adicionales de la creciente influencia de ese país en los multilaterales en los que es miembro.
Como destaca el libro, al no existir en CAF la separación entre países donantes y prestatarios en su membresía, hay diferencias importantes en el fondo y la forma de gobernanza de la institución, en comparación con el Banco Mundial y el BID. En efecto, de los 19 países accionistas actuales, solo España y Portugal son países que no pertenecen a la región, pero son también elegibles a recibir financiamiento, como ha ocurrido. Una diferencia adicional es que, mientras el Banco Mundial y el BID tienen juntas directivas residentes en su país sede, CAF optó, desde su creación, por tener un directorio no residente, que se reúne tres veces al año. Al estar integrado por los propios ministros del área económica, presidentes de bancos centrales y otras autoridades, con el aditamento de que cada miembro de la junta directiva tiene el mismo poder de voto independientemente del porcentaje de su participación accionaria, posee una estructura de gobernabilidad mucho más balanceada y una alta capacidad decisoria en temas estratégicos fundamentales.
Un aspecto desfavorable de la naturaleza de la membresía de CAF es la dificultad que tiene la institución de captar recursos en los mercados internacionales de capital, en condiciones similares al Banco Mundial y al BID. Esto se debe a que carece de la calificación AAA que tienen ambos bancos, gracias al capital de garantía de los Estados Unidos y otros países industrializados. Esa debilidad se compensa, sin embargo, porque le permite a CAF tener un grado de autonomía e independencia en la toma de decisiones que no tienen los otros dos bancos.
Como se destacó al iniciar este prólogo, más allá del análisis objetivo que presenta Christian Asinelli sobre las fortalezas y debilidades de los principales bancos multilaterales de desarrollo con presencia en América del Sur, este libro tiene la virtud de estimular una reflexión sobre su rol futuro.
Con ese objetivo en mente, es importante tener claridad sobre el nivel actual de desarrollo de América Latina y los desafíos que tiene que enfrentar en el futuro. Al respecto, es un hecho que, a pesar de los avances que ha logrado la región en los últimos cincuenta años, ha perdido importancia relativa a nivel global, como lo demuestran objetivamente indicadores económicos y sociales relevantes. Factores clave que han influido en esta tendencia han sido las limitaciones de carácter estructural, derivadas principalmente de la alta dependencia de las exportaciones de materias primas, cuyos precios internacionales están sujetos a volatilidad. La concentración en este tipo de exportaciones, en particular, en América del Sur, ha generado, en forma recurrente y en varios países, serios desequilibrios fiscales, dificultades de servicio de la deuda externa y procesos inflacionarios que, para ser revertidos, han requerido la adopción de severos programas de ajuste. Asimismo, los relativamente bajos niveles de ahorro interno, inversión y productividad, unidos a la pobreza y a la elevada e inequidad en la distribución de la riqueza que caracterizan la región, son aspectos que, para resolverse, requerirán de la existencia de una visión integral y holística renovada a nivel nacional y regional. No hay duda de que el dramático impacto que tiene la COVID-19 agrava seriamente la situación.
En ese escenario, los bancos multilaterales de desarrollo deben jugar un muy importante papel de apoyo directo y catalítico. Para hacerlo exitosamente, será necesario que renueven sus políticas, prioridades, productos y servicios, a tono con las realidades de la nueva época que vive el mundo. Además, es crítico que concreten nuevos incrementos de su capital y mantengan altas calificaciones de riesgo, para tener acceso competitivo a los mercados internacionales de capital. En el caso específico del FMI, el Banco Mundial y el BID que tienen membresía de países industrializados, es recomendable también que adopten estructuras de gobierno corporativo y capacidad decisoria más balanceadas, que reflejen mejor el actual contexto geopolítico internacional y que muestren un genuino espíritu multilateral y de respeto a la diversidad en la toma de decisiones.
Al mismo tiempo, para que las instituciones multilaterales de desarrollo tengan un rol más cercano y creativo de apoyo a la región, es condición necesaria que los países estén dispuestos a adoptar una visión renovada y no dogmática en sus estrategias y prioridades de desarrollo. Esa visión debe tener un enfoque holístico, que concilie objetivos de estabilidad, eficiencia, equidad social y sostenibilidad ambiental, y que tenga como plataforma referencial los avances tecnológicos implícitos en la cuarta revolución industrial. El relanzamiento de los esquemas de integración y cooperación regional es también, en este contexto, un desafío prioritario que deben enfrentar los países con el fin de facilitar la inserción inteligente de la región a nivel internacional.
PRÓLOGO
Rebeca Grynspan
Secretaría General Iberoamericana (SEGIB)
“Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, cambiaron todas las preguntas”, afirmó alguna vez el gran escritor uruguayo Mario Benedetti. Esta brillante sentencia, más que una seña de frustración es una llamada a seguir interpelando las preguntas que antes asumíamos saldadas.
Este libro de Christian Asinelli acude a la cita de Benedetti al reabrir el debate sobre el rol de la banca multilateral en América Latina y llenarlo de hallazgos, datos y respuestas nuevas, y así enriquecer una discusión de suma importancia para los países latinoamericanos con una mirada fresca y renovadora.
Dos aspectos le dan un gran valor a este texto. El primero, la importante cantidad de datos, cifras, matrices y casos que muestran los distintos roles que los bancos de desarrollo pueden jugar en cada país o subregión, resultado de los énfasis y prioridades que se desarrollan, con mayor o menor acierto, a partir del vínculo que construyen con los interesados y beneficiarios. Y el segundo, la extensa experiencia profesional del autor a ambos lados del mostrador: tanto como funcionario en distintos espacios claves de la administración pública de la Argentina —desde